martes, 26 de octubre de 2021

Sobre el trabajo y las cuestiones sociales. El Papa Francisco habla claro y no se calla…, y hace bien (2015-2021).

 

Nota previa.

He escrito en varias ocasiones en este blog y también en el de Cristianisme i Justícia  sobre las aportaciones del Papa Francisco en relación con los temas de interés social en general, y del mundo del trabajo más en particular, desde la publicación en 2015 de la Encíclica Laudatio SI 

Su última intervención, en el encuentro de los movimientos populares que tuvo lugar el 16 de octubre, me ha animado a reordenar dichos artículos y seleccionar aquellos contenidos de las intervenciones del Papa que he considerado de mayor interés y trascendencia, agrupadas todas ellas bajo el título de la presente entrada, con el que quiero dejar bien claro que Francisco habla alto y bien claro, y no se calla al denunciar las injusticias existentes.

Que siga es la misma línea, estoy seguro que es el deseo de quienes apostamos por una sociedad mucho más justa y solidaria de la que tenemos en la actualidad.

 

1. Sobre la encíclicaLaudatio SI.    Desde luego, no concitará precisamente simpatías la Encíclica entre un sector del mundo político y económico por afirmar con rotundidad algo que es suficientemente conocido por muchas personas porque lo han sufrido en sus propias carnes: “…necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación. La crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo…”. Y menos simpatías tendrá el Papa con su afirmación de que “… una vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos”.

Destaco de la encíclica aquellos contenidos que me parecen más relacionados con el mundo del trabajo y la problemática de la exclusión social, habiendo dedicado al primero un apartado específico que lleva por título “Necesidad de preservar el trabajo”. No extrañará a quienes trabajan con personas desfavorecidas, excluidas, pero quizás sí a quienes no conozcan esa realidad, que el Papa advierta de la falta de conciencia que suele haber sobre los problemas que afectan a dichas personas, para quienes las propuestas de actuación quedan relegadas a los últimos lugares, debido en parte “a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con los problemas”.

Cabría pensar, al hilo de las reflexiones del Papa Francisco, cómo y qué decisiones toman los máximos responsables de las organizaciones internacionales económicas y cuáles son los intereses que defienden ¿verdad? Y en esta misma línea de reflexión general y de afirmación clara de las injustas diferencias que hay entre los seres humanos (como laboralista me viene a la mente ahora el marco jurídico de la relación contractual laboral y la situación de desigualdad entre las partes, legitimada jurídicamente por el contrato de trabajo) conviene destacar esta manifestación recogida en el apartado 90: “…deberían exasperarnos las enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos”.

Como he indicado con anterioridad, hay una parte de la encíclica dedicada específicamente al mundo del trabajo, con el título “Necesidad de preservar el trabajo” (124-130), en la que parte del valor del trabajo desarrollado por Juan Pablo II en la Laborem Exercens de 1981, así como también a la Caritas in Veritate de Benedicto XVI en 2009. En la primera encíclica, Juan Pablo II defendió a los sindicatos para la defensa de los intereses profesionales "como un elemento indispensable de la vida social, especialmente en las sociedades modernas industrializadas...".. Pero los sindicatos no asumían, según el Papa, un papel de lucha de clases, ya que "... no es una lucha contra los demás, es una lucha por la justicia social..., por el bien que corresponde a las necesidades y a los méritos de los hombres del trabajo asociados por profesiones". Límites a la actuación sindical serían las limitaciones que imponga la situación general del país (no al corporativismo ni al egoísmo de clase). Juan Pablo II se declaraba partidario de la plena autonomía del sindicato con respecto a los partidos políticos (muy probablemente pensando en la situación política y social que vivía su país en dicho año), a fin de que el mismo "no se convierta en un instrumento para otras finalidades".

Me interesa destacar de las aportaciones de la Laudatio SI el concepto amplio de trabajo que utiliza, coherente a mi parecer con las nuevas realidades del mundo laboral, planteándose la “correcta concepción del trabajo” y manifestando que no debemos hablar sólo del trabajo manual o del trabajo con la tierra, “sino de cualquier actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde la elaboración de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico”, concluyendo que “cualquier forma de  trabajo tiene detrás una idea sobre la relación que el ser humano puede o debe establecer con lo otro de sí”, y afirmando más adelante que “la diversificación productiva da amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la vez que protege el ambiente  y crea más fuentes de trabajo”.

Y ahora, parémonos a pensar en los debates actuales sobre las relaciones de trabajo y la necesidad de poder manifestar en ellas todos los valores que tiene una persona, en muchas ocasiones tapados, oscurecidos o simplemente inexistentes por el ejercicio desmesurado, y poco productivo, del poder de dirección empresarial; porque, si no supiéramos quien realiza las manifestaciones que recojo a continuación, bien pudiéramos pensar que estábamos, al menos en parte, ante palabras de un director inteligente y responsable de recursos humanos: “El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que «se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos”.

En esta búsqueda del empleo digno para tener una vida digna (¿a que éstos términos les suenan mucho de documentos de la Organización Internacional del Trabajo? el Papa Francisco alerta sobre un mal uso del cambio tecnológico que sólo se concrete en la reducción de costes de producción y de personas empleadas reemplazadas por máquinas, llamando su atención (que creo que es coincidente con la de todas las instituciones y organismos internacionales que abordan los efectos de la tecnología sobre el mundo del trabajo) sobre la necesidad de tener en consideración, ante cualquier decisión que se adopte al respecto, el coste humano que puede tener (y aunque no lo diga expresamente estoy seguro de que cabe añadir que es necesario plantearse qué medidas sociales adoptar para evitar tales costes), alertando de que “dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad”.

Bien que pensando básicamente en el mundo agrícola, la reflexión de la encíclica sobre la “necesidad imperiosa” de promoción de una economía que “favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial…. para que siga siendo posible dar empleo…” me parece plenamente válida para la potenciación de modelos empresariales colaborativos y solidarios, de fomento de la economía social, un  modelo de empresa que sin desconocer la realidad económica y social en la que debe operar permita desarrollar al máximo el potencial de todas las personas que forman parte de la misma, con especial atención a las pequeñas y medianas empresas que son la gran mayoría del tejido productivo empresarial y no solamente, ni mucho menos, en los países en desarrollo, ya que “una libertad económica sólo declamada, pero donde las condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella, y donde se deteriora el acceso al trabajo, se convierte en un discurso contradictorio que deshonra a la política”.

Una especial atención obviamente dedica la encíclica a la problemática de la concentración de tierras productivas en manos de pocas empresas y la pérdida que ello ha supuesto para un número importante de pequeños productores, bastante de los cuales, por no disponer de otras fuentes de ingresos, “se convierten en trabajadores precarios, y muchos empleados rurales terminan migrando a miserables asentamientos de las ciudades”.

Por último, cualquier política laboral y social, cualquier política de empleo que se ponga en marcha, debería tomar en consideración el principio del bien común, el respeto a la persona humana y su desarrollo integral, y obsérvese como esta reflexión de alcance social general contenida en la encíclica es perfectamente extrapolable a las políticas de empleo y de protección social : “En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres”.

 

2. El Papa Francisco habló claro en la reunión de Jefes de Estado y de Gobierno celebrada el 24 de marzo de 2017 en Roma  con ocasión de la conmemoración del sesenta aniversario de la firma del Tratado de la Comunidad Económica Europea. 

 ¿Y qué dijo el Papa que pueda tener interés para el futuro de la Unión Europea, para más de 508 millones habitantes en la Europa de (entonces) 28 Estados? Selecciono algunas de sus frases más significativas, sobre las que todas las personas interesadas en una Europa social deberíamos reflexionar, a la par que actuar para que ello sea posible.

“Volver a Roma sesenta años más tarde no puede ser sólo un viaje al pasado, sino más bien el deseo de redescubrir la memoria viva de ese evento para comprender su importancia en el presente”.  Me pregunto si quienes ya somos personas de edad avanzada -en terminología de la Organización Internacional del Trabajo (55- 64 años)-, y aquellos que aún son mayores, hemos (han) sabido explicar a las jóvenes generaciones de europeos el valor de la cultura de la paz, ya que en 1957 sólo habían pasado doce años desde el final de una conflagración bélica que enfrentó a los países que el 25 de marzo de ese año firmaban el Tratado de Roma.

“A pesar de todo, el término «crisis» no tiene por sí mismo una connotación negativa. No se refiere solamente a un mal momento que hay que superar. La palabra crisis tiene su origen en el verbo griego crino (κρίνω), que significa investigar, valorar, juzgar. Por esto, nuestro tiempo es un tiempo de discernimiento, que nos invita a valorar lo esencial y a construir sobre ello; es, por lo tanto, un tiempo de desafíos y de oportunidades”. Me pregunto qué estamos haciendo para dar ese valor solicitado por el Papa y construir un mundo mejor en el que se encuentren cómodos y bien representados un muy amplio número de personas que viven en nuestro planeta y no sólo una minoría acaudalada. ¿Estamos respondiendo a las expectativas, a los deseos, a las necesidades, de gran parte de dicha población?

La Comunidad Económica Europea se construyó sobre unos determinados valores, “la centralidad del hombre, una solidaridad eficaz, la apertura al mundo, la búsqueda de la paz y el desarrollo, la apertura al futuro”. Me pregunto si siguen hoy vigentes, respuesta muy fácil si ha de ser teórica, sí, pero mucho más compleja cuando bajamos a su concreción práctica, donde en especial la palabra solidaridad está siendo cada vez más dejada de lado. ¿Seremos capaces de recuperarla, de reconstruirla?

“La Unión Europea nace como unidad de las diferencias y unidad en las diferencias”. En efecto, los ciudadanos de los (todavía) 28 Estados de la UE somos diferentes en lenguas y culturas, pero debería unirnos el interés por una sociedad mejor para toda la ciudadanía. Parece una utopía en la actualidad ¿no les parece?, pero ¿quién no recuerda que las utopías de hoy pueden ser la realidad del mañana? ¿No era utópica en su momento la reivindicación de las ocho horas diarias de trabajo, o la prohibición del trabajo de los menores?

Pero, además, Europa no puede ni debe cerrarse al mundo exterior, pensando que sólo su espacio territorial es seguro (¿?) frente a amenazas externas. Ya hemos visto que ello no es posible, y tampoco deseable por el crisol de lenguas, culturas, religiones, que hay en nuestro territorio. Por ello, cobra pleno sentido la afirmación del Papa Francisco, recordando aquello que se recogió en el texto del Tratado de Roma, que “Europa vuelve a encontrar esperanza cuando no se encierra en el miedo de las falsas seguridades. Por el contrario, su historia está fuertemente marcada por el encuentro con otros pueblos y culturas, y su identidad «es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multicultural.

¿Tiene ideales Europa? Sí, al menos en sus documentos fundacionales y en los tratados que se han ido aprobando desde su creación, pero ¿han decaído frente al “imperialismo económico”, que subordina toda política social al cumplimiento de determinados criterios y reglas macroeconómicas, que permiten hablar de la mejora global de la situación económica, aunque ello implique dejar en la cuneta a una parte importante de la población? Es reconfortante leer en un discurso institucional referencias a una realidad concreta que no aparece en la mayor parte de las ocasiones en los discursos de los Jefes de Estado y de Gobierno: “«El desarrollo es el nuevo nombre de la paz», afirmaba Pablo VI, puesto que no existe verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria. No hay paz allí donde falta el trabajo o la expectativa de un salario digno. No hay paz en las periferias de nuestras ciudades, donde abunda la droga y la violencia”.

 

3. Llegó la reunión anual del Foro de Davos, en enero de 2018,  la reunión en la que se encuentra el poder político y el poder económico (si es que puede establecerse una diferencia entre ambos, ciertamente ficticia en muchos países) y en la que cada año se debate y discute sobre la realidad mundial y en la que se fijan, sin ningún tipo de formalismo jurídico pero sí con un alto grado de efectividad por la importancia de quienes participan en la reunión, las líneas de trabajo de los próximos meses (o años), y en donde en ocasiones la presencia de potentes ONGs y del sindicalismo europeo e internacional contribuye, modestamente, a que se tomen en consideración los problemas del cada vez más diversificado mundo del trabajo.

A dicha reunión del Foro Económico Mundial se dirigió, esta vez no físicamente sino a través de un mensaje enviado a su presidente, el profesor Klaus Schwab, atendiendo la invitación formulada para aportar “la perspectiva de la Iglesia Católica y de la Santa Sede en la reunión en Davos”.

Porque, tras el obligado saludo de cortesía a la invitación formulada, y no la menos educada manifestación de la oportunidad del tema elegido para la reunión, el Papa entra ya directo y manifiesta su confianza en que los debates ayudarán a “orientar sus deliberaciones en la búsqueda de mejores bases para construir sociedades inclusivas, justas y solidarias, capaces de restaurar la dignidad de aquellos que viven con gran incertidumbre y que no pueden soñar con un mundo mejor”.

Y ¿por qué es necesario que se encaminen por esa vía? Porque, “a nivel de gobernanza global, somos cada vez más conscientes de que existe una creciente fragmentación entre los Estados y las instituciones. Están surgiendo nuevos actores, así como una nueva competencia económica y acuerdos comerciales regionales. Las nuevas tecnologías están transformando los modelos económicos y el mundo globalizado, de tal forma que, condicionadas por intereses privados y una ambición de lucro a toda costa, parecen favorecer una mayor fragmentación e individualismo, en lugar de facilitar enfoques que sean más inclusivos”. Y sigue sin cortarse un pelo el papa Francisco cuando afirma que “la inestabilidad financiera ha traído nuevos problemas y serios desafíos que los gobiernos deben enfrentar, como el aumento del desempleo y de la pobreza, la ampliación de la brecha socioeconómica y las nuevas formas de esclavitud, a menudo enraizadas en situaciones de conflicto, migración y diversos problemas sociales. Junto a ello, encontramos ciertos estilos de vida bastante egoístas, marcados por una opulencia que ya no es sostenible y con frecuencia indiferentes al mundo que nos rodea, y especialmente a los más pobres entre los pobres”.

En fin, tras poner las cartas sobre la mesa, reafirma una vez más la tesis defendida en anteriores escritos y documentos de que “los modelos económicos también deben observar una ética del desarrollo sostenible e integral, basada en los valores que colocan al ser humano a la persona y sus derechos en el centro”, y que “no podemos permanecer en silencio frente al sufrimiento de millones de personas, ni podemos seguir avanzando como si la propagación de la pobreza y la injusticia no tuvieran ninguna causa. Es un imperativo moral, una responsabilidad que involucra a todos, crear las condiciones adecuadas para permitir que todas las personas vivan de manera digna”.

 

4. De especial importancia es la Encíclica Fratelli Tutti (sobre la fraternidad y la justiciasocial), firmada por el Papa el 4 de octubre de 2020.  

Toda la Encíclica es social, ya que se preocupa por los problemas reales y no virtuales, de nuestras sociedades, si bien en algunos momentos se acerca mucho más a cuestiones presentes en el día a día y que nos marcan como personas, y desde luego que con especial atención a quienes somos creyentes. Son de dichas cuestiones de las que me ocupo a continuación, sin dejar de recomendar su lectura íntegra, porque sólo así podrá apreciarse el auténtico valor del texto, que estoy seguro de que recibirá muchas alabanzas pero también muchas críticas, y de estas últimas no pocas, aunque sean la mayoría “en voz baja”, en el seno de la propia comunidad creyente que no desea mirar más allá de su propia, y protegida, realidad y que no se preocupa realmente, aunque lo aparente, de la de los demás, de “los otros”.

Y muy probablemente una de las tesis principales del texto queda ya recogida en la introducción al referirse a la pandemia de la Covid-19 y a la necesidad de actuar conjuntamente para abordarla y resolver los problemas que nos afectan a todos, con cambios sustanciales que se dirijan verdaderamente y que presten atención a los problemas reales de la población, en especial de aquellos que son los más desprotegidos, “los últimos”, ya que “si alguien cree que sólo se trataba de hacer funcionar mejor lo que ya hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las reglas ya existentes, está negando la realidad”, tesis que reafirma en el capítulo cuarto al afirmar que en la actualidad “ningún Estado nacional aislado está en condiciones de asegurar el bien común de su propia población”. Y es en el capítulo sexto, que versa sobre el diálogo y la amistad social, cuando se reivindica una sociedad poliédrica, ya que “El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones más definitorias”.

El capítulo primero está dedicado a “las sombras de un mundo cerrado”. Nuevamente el Papa manifiesta su preocupación por el individualismo y la pérdida de comunidad, y por el deliberado olvido de la historia para pretender, desde intereses bien definidos, construir “desde cero” la nueva realidad, a la par que vaciando de contenido las palabras clave que ha servido para construir en el pasado esa comunidad.

Por ello, a Francisco no le duelen prensas en afirmar, citando a Benedicto XVI, que la sociedad cada vez más globalizada “nos hace más cercanos pero no más hermanos”, añadiendo por su parte que “Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes”, e introduce ya una manifestación que provocará, una vez más, las iras de quienes dirán que el Papa “hace política y no se preocupa por sus problemas de la Iglesia”, cual es que “de este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que aplican el “divide y reinarás”.

La crítica al individualismo que nos rodea la hace aun más contundente en el capítulo tercero, enfatizando que “no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales”, alertando además de que “… el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común”

Más contundente aún si cabe es su critica a ese ya apuntado vaciado de contenido real de las palabras, y de su desarrollo efectivo, que han marcado la construcción en el pasado de sociedades cohesionadas y que ahora se encuentran en grave peligro de “descohesión”: “Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción”. En otro momento de la encíclica se afirma con toda claridad que “nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa”.

Con dureza dialéctica explica cómo son “vaciadas” las perspectivas de mejora y cambio de la población cuando, tal como afirma en un fragmento del capítulo segundo (“un extraño en el camino”) se nos dice que “todo está mal” y nos lleva al camino del desencanto y desesperanza por pensar que no puedo hacer nada para arreglarlo, siendo así, afirma con contundencia Francisco, que “Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar”, al mismo tiempo que le da maravillosamente la vuelta a este argumento y responde que “las dificultades que parecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento”.

Quizás, y este es solo mi  muy subjetivo parecer, la tesis central, la “estrella” del documento, aparece en el apartado 127 cuando se abordan los derechos de los pueblos, en el que el Papa rechaza la lógica dominante de sumisión (obligada por razón de la deuda) y proclama que “si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas”. Pero como no quiere quedarse solo, aunque sea relevante, en las afirmaciones generales, llama al mismo tiempo a acercarnos a la mas cruda realidad, ya que “Mientras muchas veces nos enfrascamos en discusiones semánticas o ideológicas, permitimos que todavía hoy haya hermanas y hermanos que mueran de hambre o de sed, sin un techo o sin acceso al cuidado de su salud. Junto con estas necesidades elementales insatisfechas, la trata de personas es otra vergüenza para la humanidad que la política internacional no debería seguir tolerando, más allá de los discursos y las buenas intenciones. Son mínimos impostergables”.

Ese “vaciado” tan criticado sirve para acallar a las voces críticas, por ejemplo, con la política sobre el medio ambiente, de tal manera (y el Papa conoce de primera mano la realidad de lo acaecido en varios países de América del Sur) que cuando se levantan para su defensa “son acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son solo intereses particulares”, tesis a la que puede añadirse la manifestación de que “lo que es verdad cuando conviene a un poderoso, deja de serlo cuando ya no le beneficia”. Manifestación que también se recoge en otros términos cuando se resalta la necesidad de respetar el orden jurídico, que en muchas ocasiones no se hace  por los (ciudadanos y países (más poderosos) de tal manera que “Si la norma es considerada un instrumento al que se acude cuando resulta favorable y que se elude cuando no lo es, se desatan fuerzas incontrolables que hacen un gran daño a las sociedades, a los más débiles, a la fraternidad, al medio ambiente y a los bienes culturales, con pérdidas irrecuperables para la comunidad global”.

Rechazo u olvido de las necesidades e intereses “de los otros” por parte de aquellos que más tienen, la “cultura del descarte” en la que tantas veces ha insistido Francisco, que vuelve a recordar, y criticar, que “partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites”, y añade una reflexión ya centrada en el mundo del trabajo y que no es nueva porque ya lo afirmaba hace siete años, y por desgracia hemos aprendido poco de aquella crisis que dejó a tantas personas en el camino: el “descarte” se manifiesta de múltiples formas, y una de ellas es “la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza”; y no solo en el mundo del trabajo sino en toda la sociedad reaparece el racismo, algo que, subraya con pleno acierto a mi parecer el Papa, demuestra que “los supuestos avances de nuestra sociedad no son tan reales ni están asegurados para siempre”.

La reivindicación del acceso al trabajo sigue siendo insistente en las tesis del Papa, quien vuelve a recordar su parecer de que “ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo» Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque «no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo». En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”.

Muchas injusticias en nuestro mundo, en suma, “nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre”. Critica Francisco la “indiferencia cómoda, fría y globalizada”, que olvida que las mejoras de unos son los sufrimientos de otros y que olvida “que estamos todos en la misma barca”, y que ayudar al cambio mediante el apoyo de las mejoras tecnológicas sería sin duda muy relevante, siempre y cuando, exclama, se acompañe ese avance científico y tecnológico de “una equidad y una inclusión social cada vez mayores”.

Críticas contundentes ante el desprecio de los débiles por los poderosos, que puede tanto “esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos”. Y ya estoy imaginando como estarán cargándose las baterías intelectuales y mediáticas contra el “Papa rojo”, el “Papa (casi) comunista”, simplemente por reiterar aquello que se está demostrando cada vez como más evidente, y mucho más durante esta grave crisis sanitaria: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social”. Más contundente aún si cabe es su afirmación de que el tan anunciado fin de la historia (tras la caída del muro de Berlín) no fue tal, y “las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles”.

Y no se queda en la crítica de las desigualdades e injusticias, sino que aporta las reflexiones que ya hiciera en 2014 con ocasión del encuentro mundial de movimientos populares y subraya que una forma de ser solidario “…es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero”. Y trayendo a colación a Pablo VI, enfatiza que el derecho a la propiedad privada “sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica”.

Son de particular interés sus reflexiones sobre el uso , y abuso, de la tecnología en la sociedad actual y su impacto sobre la conformación del pensamiento, y acción, de cada persona, que puede vivir en propio mundo virtual y olvidarse de aquello que ocurre en el mundo real… aunque sea contrario a su pensamiento.

Un breve fragmento de la encíclica resumen con toda claridad y precisión aquello que se ha dicho en repetidas ocasiones y sobre lo que se han llenado cientos y cientos de páginas: “El cúmulo abrumador de información que nos inunda no significa más sabiduría. La sabiduría no se fabrica con búsquedas ansiosas por internet, ni es una sumatoria de información cuya veracidad no está asegurada. De ese modo no se madura en el encuentro con la verdad. Las conversaciones finalmente sólo giran en torno a los últimos datos, son meramente horizontales y acumulativas. Pero no se presta una detenida atención y no se penetra en el corazón de la vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a la existencia”.

Las reflexiones sobre la población migrante están bien presentes en la Encíclica, continuando la línea de pensamiento manifestada en sus intervenciones y escritos anteriores, y a la par que revindica la necesidad de tomar en consideración las razones, muchas de ellas totalmente involuntarias (guerra, pobreza, cambio climático) que llevan a muchas personas a buscar nuevos horizontes en busca de una vida digan para ellos y sus familias, también critica el uso de esas personas migrantes a efectos de explotación por parte de quienes, sin ningún escrúpulo, se aprovechan de sus necesidades, tanto en sus países origen como en los de tránsito y de destino, y pide a los poderes públicos de aquellos países de los que provienen gran parte de las migraciones que tomen medidas para que cualquier decisión al respecto sea voluntaria, recordando, con cita de Benedicto XVI, que “hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra”, a la par que reafirma y reivindica “la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno”; o dicho en otros términos, y está bien presente en toda la doctrina social de la Iglesia, que todo ser humano “tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país”, de tal manera ante el reto de la migración los esfuerzos de la población “ajena” deben ser los  “acoger, proteger, promover e integrar”, algo que en el terreno jurídico, y lo he subrayado en numerosas ocasiones, significa poder acceder a la libertad de movimientos y a la posibilidad de acceder al trabajo.

Es dura y muy expresiva su crítica a los “nacionalismos cerrados”, porque  expresan “…esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al resto estarán más protegidos. El inmigrante es visto como un usurpador que no ofrece nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos o inútiles y que los poderosos son generosos benefactores”, reafirmándose en que “sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro”. 

Las reflexiones sobre la población migrante se desarrollan más ampliamente en el capítulo tercero, que tiene un título claramente identificador de aquello que se pretende transmitir: “Pensar y gestar en un mundo abierto”, y en el que se critica como aun siendo un “ciudadano en toda regla”, es decir disponiendo de la documentación, “los papeles”, que acreditan que se cumplen todos los requisitos para vivir en la plena legalidad, uno puede sentirse aún como extranjero por la forma y manera como es tratado, exponiendo que el racismo (“yo no soy racista, pero…”) “es un virus que muta fácilmente y en lugar de desaparecer se disimula, pero está siempre al acecho”. Reivindica los derechos de la mujer, considerando “inaceptable” que puedan tener menos derechos, y en sintonía con lo anterior es radicalmente contrario a que el lugar de nacimiento o de residencia “ya de por sí determine menores posibilidades de vida dignan y de desarrollo”.

Y para concluir este breves notas, al leer la última parte del capítulo primero me he sentido especialmente satisfecho por compartir con Francisco las reflexiones que efectúa, reiterando aquello que manifestó en la primera fase de la pandemia, sobre los “prescindibles” que pasaron a ser “imprescindibles” para garantizar la salud y la seguridad de toda la ciudadanía,

Pues bien, Francisco lo sintetizó con suma claridad en este fragmento de una intervención del mes de marzo y ahora recuperada: “La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo”. 

 

5. En fase de recuperación gradual de la crisis sanitaria, y prestando especial atención a las graves secuelas sociales que ha dejado entre gran parte de la población, elPapa Francisco interviene en el foro organizado por la OIT los días 17 y 18 dejunio de este año sobre el mundo del trabajo,  centrada en la necesidad de dar una respuesta global a la crisis de la COVID-19 y en la acción necesaria para construir un futuro laboral mejor.

Y el rostro social, valiente, sin pelos en la lengua, del Papa Francisco, reaparece en este mensaje, en el que además de alabar el esfuerzo realizado por la OIT en la búsqueda de una sociedad más justa y solidaria a escala mundial, deja una serie de aportaciones que sin duda deberían ser objeto de mucha atención, y en especial obviamente por quienes más se preocupan de la situación de los colectivos más desfavorecidos, pero sin olvidar el más que relevante papel y función que asumen las autoridades políticas y  las organizaciones sociales.

Por ello, reproduzco a continuación varios fragmentos del mensaje. Son, evidentemente, los que considero más relevantes, y animo a todas las personas interesadas a su lectura íntegra o a ver el vídeo. Vale la pena.

“…Con las prisas de volver a una mayor actividad económica al final de la amenaza del COVID-19, evitemos las pasadas fijaciones en el beneficio, el aislacionismo y el nacionalismo, el consumismo ciego y la negación de las claras evidencias que apuntan a la discriminación de nuestros hermanos y hermanas “desechables” en nuestra sociedad. Por el contrario, busquemos soluciones que nos ayuden a construir un nuevo futuro del trabajo fundado en condiciones laborales decentes y dignas, que provenga de una negociación colectiva, y que promueva el bien común, una base que hará del trabajo un componente esencial de nuestro cuidado de la sociedad y de la creación. En ese sentido, el trabajo es verdadera y esencialmente humano. De esto se trata, que sea humano”.

“…  Y una de las características del verdadero diálogo es que quienes dialogan estén en el mismo nivel de derechos y deberes. No uno que tenga menos derechos o más derechos dialoga con uno que no los tiene. El mismo nivel de derechos y deberes garantiza así un diálogo serio…”.

“…debe garantizarse la protección de los trabajadores y de los más vulnerables mediante el respeto de sus derechos esenciales, incluido el derecho de la sindicalización. O sea, sindicarse es un derecho. La crisis del COVID ya ha afectado a los más vulnerables y ellos no deberían verse afectados negativamente por las medidas para acelerar una recuperación que se centra únicamente en los marcadores económicos. O sea, aquí hace también falta una reforma del modo económico, una reforma a fondo de la economía…”.

“Mirando al futuro, es fundamental que la Iglesia, y por tanto la acción de la Santa Sede con la Organización Internacional del Trabajo, apoye medidas que corrijan situaciones injustas o incorrectas que afectan a las relaciones laborales, haciéndolas completamente subyugadas a la idea de “exclusión”, o violando los derechos fundamentales de los trabajadores. Una amenaza la constituyen las teorías que consideran el beneficio y el consumo como elementos independientes o como variables autónomas de la vida económica, excluyendo a los trabajadores y determinando su desequilibrado estándar de vida: «Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida» (Evangelii gaudium, n. 53)”.

“… es necesario entender correctamente el trabajo. El primer elemento para dicha comprensión nos llama a focalizar la atención necesaria en todas las formas de trabajo, incluyendo las formas de empleo no estándar. El trabajo va más allá de lo que tradicionalmente se ha conocido como “empleo formal”, y el Programa de Trabajo Decente debe incluir todas las formas de trabajo..”

“… el segundo elemento para una correcta comprensión del trabajo: si el trabajo es una relación, entonces tiene que incorporar la dimensión del cuidado, porque ninguna relación puede sobrevivir sin cuidado. Aquí no nos referimos sólo al trabajo de cuidados: la pandemia nos recuerda su importancia fundamental, que quizá hayamos desatendido. El cuidado va más allá, debe ser una dimensión de todo trabajo. Un trabajo que no cuida, que destruye la creación, que pone en peligro la supervivencia de las generaciones futuras, no es respetuoso con la dignidad de los trabajadores y no puede considerarse decente…”.

“… Además de una correcta comprensión del trabajo, salir en mejores condiciones de la crisis actual requerirá el desarrollo de una cultura de la solidaridad, para contrastar con la cultura del descarte que está en la raíz de la desigualdad y que aflige al mundo. Para lograr este objetivo, habrá que valorar la aportación de todas aquellas culturas, como la indígena, la popular, que a menudo se consideran marginales, pero que mantienen viva la práctica de la solidaridad, que «expresa mucho más que algunos actos de generosidad esporádicos». Cada pueblo tiene su cultura, y creo que es el momento de liberarnos definitivamente de la herencia de la Ilustración, que llevaba la palabra cultura a un cierto tipo de formación intelectual o de pertenencia social…”

“.. Los actores establecidos pueden contar con el legado de su historia, que sigue siendo un recurso de importancia fundamental, pero en esta fase histórica están llamados a permanecer abiertos al dinamismo de la sociedad y a promover la aparición e inclusión de actores menos tradicionales y más marginales, portadores de impulsos alternativos e innovadores…”

“… A veces, al hablar de propiedad privada olvidamos que es un derecho secundario, que depende de este derecho primario, que es el destino universal de los bienes…”

“… Invito a los sindicalistas y a los dirigentes de las asociaciones de trabajadores a que no se dejen encerrar en una "camisa de fuerza", a que se enfoquen en las situaciones concretas de los barrios y de las comunidades en las que actúan, planteando al mismo tiempo cuestiones relacionadas con las políticas económicas más amplias y las “macro-relaciones”. También en esta fase histórica, el movimiento sindical enfrenta dos desafíos trascendentales: El primero es la profecía, y está relacionada con la propia naturaleza de los sindicatos, su vocación más genuina. Los sindicatos son una expresión del perfil profético de la sociedad. Los sindicatos nacen y renacen cada vez que, como los profetas bíblicos, dan voz a los que no la tienen, denuncian a los que “venderían al pobre por un par de chancletas”, como dice el profeta (cf. Amós 2,6), desnudan a los poderosos que pisotean los derechos de los trabajadores más vulnerables, defienden la causa de los extranjeros, de los últimos y de los rechazados. Claro, cuando un sindicato se corrompe, ya esto no lo puede hacer, y se transforma en un estatus de pseudo patrones, también distanciados del pueblo.

El segundo desafío: la innovación. Los profetas son centinelas que vigilan desde su puesto de observación. También los sindicatos deben vigilar los muros de la ciudad del trabajo, como un guardia que vigila y protege a los que están dentro de la ciudad del trabajo, pero que también vigila y protege a los que están fuera de los muros. Los sindicatos no cumplen su función esencial de innovación social si vigilan sólo a los jubilados. Esto debe hacerse, pero es la mitad de vuestro trabajo. Su vocación es también proteger a los que todavía no tienen derechos, a los que están excluidos del trabajo y que también están excluidos de los derechos y de la democracia…”. 

 

6. Y, hasta el presente, la última ocasión en que el Papa vuelve a elevar la voz, de manera clara, firme, consciente de la importancia de todo aquello que transmite y que pide, la encontramos en su intervención por videoconferencia el 16 de octubreen la reunión de los movimientos populares 

Ahora el Papa, lo dice explícitamente, se vuelve “pedigüeño”, y pode a todos los que tienen poder en el mundo político y económico que tomen las medidas necesarias para evitar que siga continuando el deterioro del planeta y el empeoramiento de las condiciones de vida de buena parte de la población. Aquí quedan sus palabras y sus peticiones ( que, ojalá, no caigan en saco roto):

“En estos meses muchas cosas que ustedes denunciaban quedaron en total evidencia. La pandemia transparentó las desigualdades sociales que azotan a nuestros pueblos y expuso —sin pedir permiso ni perdón— la desgarradora situación de tantos hermanos y hermanas, esa situación que tantos mecanismos de post-verdad no pudieron ocultar.

Muchas cosas que dábamos por supuestas se cayeron como un castillo de naipes. Experimentamos cómo, de un día para otro, nuestro modo de vivir puede cambiar drásticamente impidiéndonos, por ejemplo, ver a nuestros familiares, compañeros y amigos. En muchos países los Estados reaccionaron. Escucharon a la ciencia y lograron poner límites para garantizar el bien común y frenaron al menos por un tiempo ese “mecanismo gigantesco” que opera en forma casi automática donde los pueblos y las personas son simples piezas (cf. S. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 22).

…. Y pensando en estas situaciones, me vuelvo pedigüeño. Y paso a pedir. A pedir a todos. Y a todos quiero pedirles en nombre de Dios.

A los grandes laboratorios, que liberen las patentes. Tengan un gesto de humanidad y permitan que cada país, cada pueblo, cada ser humano tenga acceso a las vacunas. Hay países donde sólo tres, cuatro por ciento de sus habitantes fueron vacunados.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los grupos financieros y organismos internacionales de crédito que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente y condonen esas deudas tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos.

Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones extractivas —mineras, petroleras—, forestales, inmobiliarias, agro negocios, que dejen de destruir los bosques, humedales y montañas, dejen de contaminar los ríos y los mares, dejen de intoxicar los pueblos y los alimentos.

Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones alimentarias que dejen de imponer estructuras monopólicas de producción y distribución que inflan los precios y terminan quedándose con el pan del hambriento.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los fabricantes y traficantes de armas que cesen totalmente su actividad, una actividad que fomenta la violencia y la guerra, y muchas veces en el marco de juegos geopolíticos que cuestan millones de vidas y de desplazamientos.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de la tecnología que dejen de explotar la fragilidad humana, las vulnerabilidades de las personas, para obtener ganancias, sin considerar cómo aumentan los discursos de odio, el grooming, las fake news, las teorías conspirativas, la manipulación política.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de las telecomunicaciones que liberen el acceso a los contenidos educativos y el intercambio con los maestros por internet para que los niños pobres también puedan educarse en contextos de cuarentena.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los medios de comunicación que terminen con la lógica de la post-verdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el escándalo y lo sucio, que busquen contribuir a la fraternidad humana y a la empatía con los más vulnerados.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los países poderosos que cesen las agresiones, bloqueos, sanciones unilaterales contra cualquier país en cualquier lugar de la tierra. No al neocolonialismo. Los conflictos deben resolverse en instancias multilaterales como las Naciones Unidas. Ya hemos visto cómo terminan las intervenciones, invasiones y ocupaciones unilaterales; aunque se hagan bajo los más nobles motivos o ropajes.

Este sistema con su lógica implacable de la ganancia está escapando a todo dominio humano. Es hora de frenar la locomotora, una locomotora descontrolada que nos está llevando al abismo. Todavía estamos a tiempo.

A los gobiernos en general, a los políticos de todos los partidos quiero pedirles, junto a los pobres de la tierra, que representen a sus pueblos y trabajen por el bien común. Quiero pedirles el coraje de mirar a sus pueblos, mirar a los ojos de la gente, y la valentía de saber que el bien de un pueblo es mucho más que un consenso entre las partes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 218); cuídense de escuchar solamente a las elites económicas tantas veces portavoces de ideologías superficiales que eluden los verdaderos dilemas de la humanidad. Sean servidores de los pueblos que claman por tierra, techo, trabajo y una vida buena. Ese “buen vivir” aborigen que no es lo mismo que la “dolce vita” o el “dolce far niente”, no. Ese buen vivir humano que nos pone en armonía con toda la humanidad, con toda la creación.

Quiero pedir también a todos los líderes religiosos que nunca usemos el nombre de Dios para fomentar guerras ni golpes de Estado. Estemos junto a los pueblos, a los trabajadores, a los humildes y luchemos junto a ellos para que el desarrollo humano integral sea una realidad. Tendamos puentes de amor para que la voz de la periferia con sus llantos, pero también con su canto y también con su alegría, no provoque miedo sino empatía en el resto de la sociedad.

Y así soy pedigüeño.

Es necesario que juntos enfrentemos los discursos populistas de intolerancia, xenofobia, aporofobia —que es el odio a los pobres—, como todos aquellos que nos lleve a la indiferencia, la meritocracia y el individualismo; estas narrativas sólo sirvieron para dividir nuestros pueblos y minar y neutralizar nuestra capacidad poética, la capacidad de soñar juntos.

…. . Tiempo de actuar

Muchas veces me dicen: “Padre, estamos de acuerdo, pero, en concreto, ¿qué debemos hacer?”. Yo no tengo la respuesta, por eso debemos soñar juntos y encontrarla entre todos. Sin embargo, hay medidas concretas que tal vez permitan algunos cambios significativos. Son medidas que están presentes en vuestros documentos, en vuestras intervenciones y que yo he tomado muy en cuenta, sobre las que medité y consulté a especialistas. En encuentros pasados hablamos de la integración urbana, la agricultura familiar, la economía popular. A estas, que todavía exigen seguir trabajando juntos para concretarlas, me gustaría sumarle dos más: el salario universal y la reducción de la jornada de trabajo.

Un ingreso básico (el IBU) o salario universal para que cada persona en este mundo pueda acceder a los más elementales bienes de la vida. Es justo luchar por una distribución humana de estos recursos. Y es tarea de los Gobiernos establecer esquemas fiscales y redistributivos para que la riqueza de una parte sea compartida con la equidad sin que esto suponga un peso insoportable, principalmente para la clase media —generalmente, cuando hay estos conflictos, es la que más sufre—. No olvidemos que las grandes fortunas de hoy son fruto del trabajo, la investigación científica y la innovación técnica de miles de hombres y mujeres a lo largo de generaciones.

La reducción de la jornada laboral es otra posibilidad, el ingreso básico uno, es una posibilidad, la otra es la reducción de la jornada laboral. Y hay que analizarla seriamente. En el siglo XIX los obreros trabajaban doce, catorce, dieciséis horas por día. Cuando conquistaron la jornada de ocho horas no colapsó nada como algunos sectores preveían. Entonces, insisto, trabajar menos para que más gente tenga acceso al mercado laboral es un aspecto que necesitamos explorar con cierta urgencia. No puede haber tantas personas agobiadas por el exceso de trabajo y tantas otras agobiadas por la falta de trabajo.

Considero que son medidas necesarias, pero desde luego no suficientes. No resuelven el problema de fondo, tampoco garantizan el acceso a la tierra, techo y trabajo en la cantidad y calidad que los campesinos sin tierras, las familias sin un techo seguro y los trabajadores precarios merecen. Tampoco van a resolver los enormes desafíos ambientales que tenemos por delante. Pero quería mencionarlas porque son medidas posibles y marcarían un cambio positivo de orientación.

Es bueno saber que en esto no estamos solos. Las Naciones Unidas intentaron establecer algunas metas a través de los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), pero lamentablemente desconocidas por nuestros pueblos y las periferias; lo que nos recuerda la importancia de compartir y comprometer a todos en esta búsqueda común….”.


Buena lectura. 

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