lunes, 5 de octubre de 2020

Fratelli Tutti (sobre la fraternidad y la amistad social). Algunos apuntes sobre el rostro social de la nueva (y valiente) Encíclica del Papa Francisco.

 

1. Después del Ángelusdel domingo 4 de octubre,  el Papa Francisco explicó lo siguiente:

“Ayer fui a Asís para firmar la nueva encíclica, Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social. Se la ofrecí a Dios en la tumba de San Francisco, en quien me inspiré como en la anterior Laudato si'. Los signos de los tiempos muestran claramente que la fraternidad humana y el cuidado de la creación son el único camino hacia el desarrollo integral y la paz como ya indicaron los santos papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. Hoy a vosotros que estáis en la plaza y también allí, fuera (de) la plaza tengo la alegría de regalaros la nueva encíclica en la edición extraordinaria de L'Osservatore Romano y con esta edición se reanuda la publicación diaria impresa de L'Osservatore Romano. ¡Qué San Francisco acompañe el camino de la fraternidad en la Iglesia entre los creyentes de todas las religiones y entre todos los pueblos!”.

Una lectura, la de la nueva Encíclica, que debe hacerse de forma tranquila y pausada, por la cantidad, y calidad, de las reflexiones que  contiene, y en donde el rostro social, la preocupación por las necesidades y los problemas “de los últimos”, la explicación de cómo el diálogo es la mejor vía para abordar las crisis y la necesidad de escuchar “al otro” y dejar de pensar que eres el que tienes la “única verdad”, se encentran plenamente reflejados en las 84 páginas del texto, difundido ayer en la página web del Vaticano.

En su introducción, el Papa, tras recordar que las cuestiones relacionadas con la fraternidad y la amistad social han estado siempre entre sus preocupaciones, y que durante los últimos años se ha referido a ellas “reiteradas veces y en diversos lugares”, y así se manifestará en el texto por las numerosas referencias a intervenciones anteriores, expone que se trata de una encíclica social que pretende ser “un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras”, y que, si bien está escrita desde “mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad”.

2. Es muy difícil, por no decir que imposible, sintetizar en pocas páginas el contenido de la Encíclica y aquello que pretende transmitir, pero después de haber procedido a su atenta lectura en la tranquila tarde de un domingo de la “época de crisis”, en donde la pandemia de la Covid-19 ocupa prácticamente todas las conversaciones, he creído que era útil extractar algunas de las tesis del “rostro social” de aquella.

Entiéndase bien: toda la Encíclica es social, ya que se preocupa por los problemas reales y no virtuales, de nuestras sociedades, si bien en algunos momentos se acerca mucho más a cuestiones presentes en el día a día y que nos marcan como personas, y desde luego que con especial atención a quienes somos creyentes. Son de dichas cuestiones de las que me ocupo a continuación, sin dejar de recomendar su lectura íntegra, porque sólo así podrá apreciarse el auténtico valor del texto, que estoy seguro de que recibirá muchas alabanzas pero también muchas críticas, y de estas últimas no pocas, aunque sean la mayoría “en voz baja”, en el seno de la propia comunidad creyente que no desea mirar más allá de su propia, y protegida, realidad y que no se preocupa realmente, aunque lo aparente, de la de los demás, de “los otros”. 

Y muy probablemente una de las tesis principales del texto queda ya recogida en la introducción al referirse a la pandemia de la Covid-19 y a la necesidad de actuar conjuntamente para abordarla y resolver los problemas que nos afectan a todos, con cambios sustanciales que se dirijan verdaderamente y que presten atención a los problemas reales de la población, en especial de aquellos que son los más desprotegidos, “los últimos”, ya que “si alguien cree que sólo se trataba de hacer funcionar mejor lo que ya hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las reglas ya existentes, está negando la realidad”, tesis que reafirma en el capítulo cuarto al afirmar que en la actualidad “ningún Estado nacional aislado está en condiciones de asegurar el bien común de su propia población”. Y es en el capítulo sexto, que versa sobre el diálogo y la amistad social, cuando se reivindica una sociedad poliédrica, ya que “El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones más definitorias”.

3. El capítulo primero está dedicado a “las sombras de un mundo cerrado”. Nuevamente el Papa manifiesta su preocupación por el individualismo y la pérdida de comunidad, y por el deliberado olvido de la historia para pretender, desde intereses bien definidos, construir “desde cero” la nueva realidad, a la par que vaciando de contenido las palabras clave que ha servido para construir en el pasado esa comunidad.

Por ello, a Francisco no le duelen prensas en afirmar, citando a Benedicto XVI, que la sociedad cada vez más globalizada “nos hace más cercanos pero no más hermanos”, añadiendo por su parte que “Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes”, e introduce ya una manifestación que provocará, una vez más, las iras de quienes dirán que el Papa “hace política y no se preocupa por sus problemas de la Iglesia”, cual es que “de este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que aplican el “divide y reinarás”.

La crítica al individualismo que nos rodea la hace aun más contundente en el capítulo tercero, enfatizando que “no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales”, alertando además de que “… el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común”

Más contundente aún si cabe es su critica a ese ya apuntado vaciado de contenido real de las palabras, y de su desarrollo efectivo, que han marcado la construcción en el pasado de sociedades cohesionadas y que ahora se encuentran en grave peligro de “descohesión”: “Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción”. En otro momento de la encíclica se afirma con toda claridad que “nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa”. 

Con dureza dialéctica explica cómo son “vaciadas” las perspectivas de mejora y cambio de la población cuando, tal como afirma en un fragmento del capítulo segundo (“un extraño en el camino”) se nos dice que “todo está mal” y nos lleva al camino del desencanto y desesperanza por pensar que no puedo hacer nada para arreglarlo, siendo así, afirma con contundencia Francisco, que “Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar”, al mismo tiempo que le da maravillosamente la vuelta a este argumento y responde que “las dificultades que parecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento”.

Quizás, y este es solo mi  muy subjetivo parecer, la tesis central, la “estrella” del documento, aparece en el apartado 127 cuando se abordan los derechos de los pueblos, en el que el Papa rechaza la lógica dominante de sumisión (obligada por razón de la deuda) y proclama que “si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas”. Pero como no quiere quedarse solo, aunque sea relevante, en las afirmaciones generales, llama al mismo tiempo a acercarnos a la mas cruda realidad, ya que “Mientras muchas veces nos enfrascamos en discusiones semánticas o ideológicas, permitimos que todavía hoy haya hermanas y hermanos que mueran de hambre o de sed, sin un techo o sin acceso al cuidado de su salud. Junto con estas necesidades elementales insatisfechas, la trata de personas es otra vergüenza para la humanidad que la política internacional no debería seguir tolerando, más allá de los discursos y las buenas intenciones. Son mínimos impostergables”.

4. Ese “vaciado” tan criticado sirve para acallar a las voces críticas, por ejemplo, con la política sobre el medio ambiente, de tal manera (y el Papa conoce de primera mano la realidad de lo acaecido en varios países de América del Sur) que cuando se levantan para su defensa “son acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son solo intereses particulares”, tesis a la que puede añadirse la manifestación de que “lo que es verdad cuando conviene a un poderoso, deja de serlo cuando ya no le beneficia”. Manifestación que también se recoge en otros términos cuando se resalta la necesidad de respetar el orden jurídico, que en muchas ocasiones no se hace  por los (ciudadanos y países (más poderosos) de tal manera que “Si la norma es considerada un instrumento al que se acude cuando resulta favorable y que se elude cuando no lo es, se desatan fuerzas incontrolables que hacen un gran daño a las sociedades, a los más débiles, a la fraternidad, al medio ambiente y a los bienes culturales, con pérdidas irrecuperables para la comunidad global”.

5. Rechazo u olvido de las necesidades e intereses “de los otros” por parte de aquellos que más tienen, la “cultura del descarte” en la que tantas veces ha insistido Francisco, que vuelve a recordar, y criticar, que “partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites”, y añade una reflexión ya centrada en el mundo del trabajo y que no es nueva porque ya lo afirmaba hace siete años, y por desgracia hemos aprendido poco de aquella crisis que dejó a tantas personas en el camino: el “descarte” se manifiesta de múltiples formas, y una de ellas es “la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza”; y no solo en el mundo del trabajo sino en toda la sociedad reaparece el racismo, algo que, subraya con pleno acierto a mi parecer el Papa, demuestra que “los supuestos avances de nuestra sociedad no son tan reales ni están asegurados para siempre”.

La reivindicación del acceso al trabajo sigue siendo insistente en las tesis del Papa, quien vuelve a recordar su parecer de que “ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo» Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque «no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo». En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”.

6. Muchas injusticias en nuestro mundo, en suma, “nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre”. Critica Francisco la “indiferencia cómoda, fría y globalizada”, que olvida que las mejoras de unos son los sufrimientos de otros y que olvida “que estamos todos en la misma barca”, y que ayudar al cambio mediante el apoyo de las mejoras tecnológicas sería sin duda muy relevante, siempre y cuando, exclama, se acompañe ese avance científico y tecnológico de “una equidad y una inclusión social cada vez mayores”.

Críticas contundentes ante el desprecio de los débiles por los poderosos, que puede tanto “esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos”. Y ya estoy imaginando como estarán cargándose las baterías intelectuales y mediáticas contra el “Papa rojo”, el “Papa (casi) comunista”, simplemente por reiterar aquello que se está demostrando cada vez como más evidente, y mucho más durante esta grave crisis sanitaria: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social”. Más contundente aún si cabe es su afirmación de que el tan anunciado fin de la historia (tras la caída del muro de Berlín) no fue tal, y “las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles”.

Y no se queda en la crítica de las desigualdades e injusticias, sino que aporta las reflexiones que ya hiciera en 2014 con ocasión del encuentro mundial de movimientos populares y subraya que una forma de ser solidario “…es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero”. Y trayendo a colación a Pablo VI, enfatiza que el derecho a la propiedad privada “sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica”.

7. Son de particular interés sus reflexiones sobre el uso , y abuso, de la tecnología en la sociedad actual y su impacto sobre la conformación del pensamiento, y acción, de cada persona, que puede vivir en propio mundo virtual y olvidarse de aquello que ocurre en el mundo real… aunque sea contrario a su pensamiento.

Un breve fragmento de la encíclica resumen con toda claridad y precisión aquello que se ha dicho en repetidas ocasiones y sobre lo que se han llenado cientos y cientos de páginas: “El cúmulo abrumador de información que nos inunda no significa más sabiduría. La sabiduría no se fabrica con búsquedas ansiosas por internet, ni es una sumatoria de información cuya veracidad no está asegurada. De ese modo no se madura en el encuentro con la verdad. Las conversaciones finalmente sólo giran en torno a los últimos datos, son meramente horizontales y acumulativas. Pero no se presta una detenida atención y no se penetra en el corazón de la vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a la existencia”.

8. Las reflexiones sobre la población migrante están bien presentes en la Encíclica, continuando la línea de pensamiento manifestada en sus intervenciones y escritos anteriores, y a la par que revindica la necesidad de tomar en consideración las razones, muchas de ellas totalmente involuntarias (guerra, pobreza, cambio climático) que llevan a muchas personas a buscar nuevos horizontes en busca de una vida digan para ellos y sus familias, también critica el uso de esas personas migrantes a efectos de explotación por parte de quienes, sin ningún escrúpulo, se aprovechan de sus necesidades, tanto en sus países origen como en los de tránsito y de destino, y pide a los poderes públicos de aquellos países de los que provienen gran parte de las migraciones que tomen medidas para que cualquier decisión al respecto sea voluntaria, recordando, con cita de Benedicto XVI, que “hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra”, a la par que reafirma y reivindica “la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno”; o dicho en otros términos, y está bien presente en toda la doctrina social de la Iglesia, que todo ser humano “tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país”, de tal manera ante el reto de la migración los esfuerzos de la población “ajena” deben ser los  “acoger, proteger, promover e integrar”, algo que en el terreno jurídico, y lo he subrayado en numerosas ocasiones, significa poder acceder a la libertad de movimientos y a la posibilidad de acceder al trabajo.

Es dura y muy expresiva su crítica a los “nacionalismos cerrados”, porque  expresan “…esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al resto estarán más protegidos. El inmigrante es visto como un usurpador que no ofrece nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos o inútiles y que los poderosos son generosos benefactores”, reafirmándose en que “sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro”.  

Las reflexiones sobre la población migrante se desarrollan más ampliamente en el capítulo tercero, que tiene un título claramente identificador de aquello que se pretende transmitir: “Pensar y gestar en un mundo abierto”, y en el que se critica como aun siendo un “ciudadano en toda regla”, es decir disponiendo de la documentación, “los papeles”, que acreditan que se cumplen todos los requisitos para vivir en la plena legalidad, uno puede sentirse aún como extranjero por la forma y manera como es tratado, exponiendo que el racismo (“yo no soy racista, pero…”) “es un virus que muta fácilmente y en lugar de desaparecer se disimula, pero está siempre al acecho”. Reivindica los derechos de la mujer, considerando “inaceptable” que puedan tener menos derechos, y en sintonía con lo anterior es radicalmente contrario a que el lugar de nacimiento o de residencia “ya de por sí determine menores posibilidades de vida dignan y de desarrollo”.

8. Y para concluir este breves notas, al leer la última parte del capítulo primero me he sentido especialmente satisfecho por compartir con Francisco las reflexiones que efectúa, reiterando aquello que manifestó en la primera fase de la pandemia, sobre los “prescindibles” que pasaron a ser “imprescindibles” para garantizar la salud y la seguridad de toda la ciudadanía, y de quienes afirmé en una entrada publicada el 30 de marzo http://www.eduardorojotorrecilla.es/2020/03/covid-19-y-de-repente-las-y-los.html que “De la misma manera que quienes eran prescindibles (horrorosa palabra referida a personas y que solo utilizo para dar más valor a su contraria, imprescindibles) ahora se reconoce su trabajo (de momento con palabras, y más adelante habrá que pasar, tanto en normas legales como en acuerdos colectivos, a los hechos), también es el momento de prestar especial atención a quienes se encuentran más desprotegidos. En esta tarea, y en el éxito de la misma, se podrá comprobar si la solidaridad es algo más que una palabra”. 

Pues bien, Francisco lo sintetizó con suma claridad en este fragmento de una intervención del mes de marzo y ahora recuperada: “La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas… comprendieron que nadie se salva solo”.  

 

Y ahora, lean por favor la Encíclica.Vale realmente la pena.

 

 

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