El primero de mayo era, sin duda, un día ideal para ir
al cine. Bueno, ir al cine es siempre una buena decisión..., siempre y cuando
la película te aporte algo, ya sea en el plano cultural, social o simplemente,
y en ocasiones no es poco, de sana diversión.
Y era ideal, vinculando el día del trabajo con una película
sobre el mundo laboral de un trabajador “invisible”, de aquellos que vemos cada
día por las calles (desde luego en las grandes ciudades nadie podrá decir que
no los ha visto en sus bicicletas, patinetes, motos – muy pocas – e incluso en
el transporte público) y de los que desconocemos en gran medida su vida real,
tanto personal como laboral.
Bueno, me corregirán quienes tiene como obligación
legal velar por el cumplimiento de la normativa laboral y de protección social,
y también quienes son responsables de velar por la seguridad y el orden
público, y también por la normativa sobre el acceso regular a nuestro
territorio nacional: “nosotros y nosotras sí sabemos de su vida y de sus
problemas”, y tienen gran parte de razón.
Por ello, me pareció oportuno ir a ver una película
tan galardonada en 2024 (Premios César (Francia): 8 nominaciones, incluyendo
Mejor película; Festival de Cannes: 2 premios. 3 nominaciones; Premios del Cine
Europeo (EFA): 2 premios; Festival de Gijón: Mejor actor. 3 nominaciones), y de
la que casi todas y todos los críticos de cine hablaban muy bien de ella (en la
página web de filmaffinity era puntuada con un 7,3 y de las 15 críticas
profesionales 14 la puntuaban muy bien y solo 1 la dejaba en una valoración
intermedia) que guardaba relación directa con el mundo del trabajo. Y no me
refiero al que pudiéramos llamar “clásico”, sino a aquel que en algunas
ocasiones he oído decir de él que es muy “flexible” y permite “adaptar y conciliar tu vida personal
y laboral”, cuando la realidad es, y la película si hace algo es confirmarlo
aún mucho más, distinta, diferente, y quienes la conocen de primera mano serán
más duros, o más realistas que yo, y dirán, dicen, que es completamente distinta
y diferente, porque esa flexibilidad puede convertirse rápidamente en
explotación (o autoexplotación obligada) y en carencia de vida personal, pues
la irregularidad horaria no la permite.
Y a todo esto, y con estas idas y vueltas de
anotaciones personales sobre el mundo laboral, y debe ser porque acabo de leer
un muy interesante documento sobre el XV Congreso internacional Adapt2025 , dedicado a “El trabajo y el no trabajo hoy.
Repensar el trabajo desde una perspectiva disciplinaria”, a celebrar el próximo
mes de noviembre, y cuyo objetivo, tal como se expone en el documento preparado
para facilitar el envío de resúmenes de quienes deseen presentar un artículo,
es “ofrecer una visión capaz de superar las rígidas oposiciones entre lo que
hoy se considera trabajo y lo que no lo es, adoptando un enfoque internacional,
comparado e interdisciplinario”, me he olvidado de decirles qué película fui a
ver, salvo que hayan ido directamente a la lectura de este artículo y no se haya
fijado en su título, Se trata de “la historia de Souleymane”.
Que dos diarios con tan diferente perspectiva como son
eldiario.es y El Mundo, la hayan elogiado, confirma a mi parecer la calidad de
la película y el papel fundamental de su protagonista. Por ello , les
recomiendo la lectura, del primero, del artículo de Javier Zurro “De 'rider' sin papeles a ser el mejor actor
de Europa, la increíble peripecia de Abou Sangaré”, acompañado del amplio
subtítulo “El actor, de origen guineano, se ha convertido en un fenómeno
gracias a 'La historia de Souleymane', filme que cuenta el día a día de un
repartidor. Su papel le ha ayudado a conseguir la nacionalidad francesa “. Del
segundo, el artículo de Luís Martínez “Abou Sangare, el
actor que soñaba con ser mecánico de camiones: "Ser indocumentado es como
no existir... Pero existimos", acompañado también de un amplio subtítulo “El
joven protagonista guineano de la irrefutable 'La historia de Souleymane' se ha
convertido en la revelación del año después de ganar premios en Cannes, en los
Cesar y en los Premios del Cine Europeo”.
Aquello que vemos en la película, a un ritmo
ciertamente frenético y que te mantiene plenamente interesado hasta el final,
un final del que no voy a hacerles un spoiler, pero sí puedo decir, para
quienes no la hayan visto, que es tan frio y real como toda la película, es la
historia de un buen número de personas que trabajan, y viven, de esa forma, en
muchas ciudades de países llamados desarrollados. O sea, concretando, y para no
irme aún más por los Cerros de Úbeda, el trabajo de repartidor, aunque ya sé
que es mal cool seguir hablando de riders ( la expresión más curiosa, por
decirlo de alguna forma, es la que encontré hace varios años en un capítulo de
la serie Years & Years de la plataforma HBO, “mejoradores del estilo de
vida" ) , en situación de irregularidad administrativa
(algunos los llaman “ilegales”) , y pendiente de la tramitación de su petición
de asilo ante la OFRA (oficina francesa de protección a los refugiados y apátridas)
.
Si quienes estén leyendo este artículo ven el tráiler
de la película ya dispondrán de una buena síntesis de su
contenido. Es la historia de un joven guineano que busca obtener el derecho de
asilo en Francia. Mientras tanto, está trabajando como repartidor (ryder,
mensajero, mejorador del estilo de vida...), sin contrato (no tiene empleador)
y sin papeles.
Oiga, me preguntarán quienes no conozcan bien la vida
laboral real de muchas de las personas repartidoras, ¿cómo puede trabajar si no
tiene contrato, no tiene empleador, y además es irregular (algunos lo llamarán
ilegal). Aquí, les podrían remitir al trabajo cotidiano (en Francia, España,
Italia...) de la Inspección de Trabajo (y Seguridad Social en España) y a las
muy numerosas actas de infracción levantadas a empresas para las que los
repartidores trabajan como (aparentemente) autónomos, por incumplimiento de la
normativa aplicable. También les podría remitir a quienes conocen de primera
mano una realidad algo más que residual y que se explica perfectamente en la
película: el alquiler de una cuenta (obviamente sin documentación por en medio)
de quien la tiene regular a otro compañero o compañera (no voy a utilizar los
términos amigo o amiga porque no se ajustarían en absoluto a la realidad) que
no puede tenerla justamente por encontrarse en situación irregular, con un
porcentaje de abono económico al titular de la cuenta que en más de una ocasión
es, como decimos los juristas, leonino, que en el lenguaje menos técnicos viene
a significar que ese acuerdo es ventajoso, o muy ventajoso, para sólo una de
las partes, y ya pueden adivinar cuál es.
Claro, si esa persona que realiza el trabajo de
reparto no dispone de “documentación en regla”, siempre está al albur de una posible
detención por las fuerzas y cuerpos de seguridad y posible devolución (retorno)
a su país de origen..., siempre que sea, de acuerdo a la normativa comunitaria,
un país seguro. Aquí hay que hacer un
inciso jurídico, con innegable trascendencia social y recordar el art. 17 de lo
que todavía es una Propuesta de Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo“por el que se establece un sistema común para el retorno de los nacionales deterceros países en situación irregular en la Unión” , presentado el
11 de marzo, cuyo apartado 1) dispone que “El retorno con arreglo al artículo
4, párrafo primero, punto 3, letra g), de nacionales de terceros países en
situación irregular requiere la celebración de un acuerdo o convenio con un
tercer país. Dicho acuerdo o convenio solo podrá celebrarse con un tercer país
cuando se respeten las normas y principios internacionales en materia de
derechos humanos, de conformidad con el Derecho internacional, incluido el
principio de no devolución”.
Y como nuestro repartidor ha presentado la solicitud
de asilo y desea, obviamente, que se la concedan para poder encontrarse en situación
regular (algunos la llaman legal), busca de qué forma puede obtenerla, y se
pone en manos de ¿un profesional?, probablemente de su país, aunque no podemos
saberlo exactamente, para “construir” un relato de sus peripecias, de sus
dificultades, de las razones, políticas, que le obligaron a salir de su países
y que justificarían su petición de asilo, y se va aprendiendo de memoria
mientras trabaja (en ocasiones parece una persona que está preparando
oposiciones, si no fuera por el tipo de trabajo que está llevando a cabo
mientras “estudia y memoriza”).
Y es ese relato, el que, en la última parte de la
película, explica, casi de memoria, a quien realiza la entrevista en la OFRA,
hasta que esta persona, de forma muy correcta y educada (no sé si siempre será
así, pero desde luego sería lo más deseable) le dice que esa “historia” se la
han contado ya con anterioridad en varias ocasiones (supongo que el “preparador”
no habría reparado en que preparar una misma historia para todos sus “clientes”
iba a tener este resultado, ¿o quizá no le importaba demasiado?) y le pide que le cuente su historia real, el
motivo de abandono de su país y las razones verdaderas para presentar la solicitud
de asilo.
Y a partir de aquí, ya no sigo, para que sean quienes
aún no hayan visto la película (estrenada en España el 30 de abril) quienes
valoren el final, tan real, eso sí, y ya lo he dicho antes, como la vida misma.
O sea, vamos a recapitular para que todo lo
anteriormente expuesto no quede diluido en mis opiniones personales expuestas
con anterioridad:
Una película dura, real, también con dosis de
solidaridad entre quienes se encuentran en la misma situación que el repartidor
irregular, y también de ayuda hacia estos por parte de colectivos sociales.
Una película que nos narra la situación laboral de una
persona que trabaja irregularmente, con unas condiciones laborales que hacen
palidecer las normas, internacionales, comunitarias, estatales, sobre el
trabajo decente.
Una película que demuestra como se actúa y como se
intenta obtener la regularidad por parte de una persona en situación irregular,
y como responde (sabe más, dice el refrán español, el diablo por viejo que por
diablo) el personal encargado de la tramitación, con entrevista incluida, de la
solicitud.
Una película, en suma, que nos habla, nos interpela,
sobre la normativa laboral y sobre la de extranjería, en este caso concreto en
Francia, y que es perfectamente extrapolable a España, y mas aún ante la próxima
entrada en vigor del Reglamento de extranjería, el 20 de mayo, y la conflictividad
que ha generado respecto a la solicitud de asilo y su afectación a la
posibilidad de regularizar la situación irregular en España, e incluso ha merecido
ya la presentación de una proposición no de ley de SUMAR por la que se solicita
que el Congreso de los Diputados inste al Gobierno “a la eliminación de los obstáculos que ahora
mismo existen en el Reglamento de Extranjería para el acceso al arraigo por
parte de quienes hayan sido solicitantes de protección internacional”
En fin, que recomiendo, en general, que vayan a ver la
película, en especial quienes tengan sensibilidad social, aunque no sé si
incluir en este grupo a quienes su vida real laboral y aquello que ocurre en la
película están estrechamente unidos, es decir las y los miembros de la ITSS, de
las oficinas de extranjería y las fuerzas y cuerpos de seguridad, ya que podrían
considerar que ver la película es la prolongación de su trabajo cotidiano, y no
les faltaría razón.
Cuando salí del cine, y en un corto recorrido hasta mi
domicilio, vi pasar a algunos repartidores. Me pregunté si algún día irán a ver
la película, y me asaltó inmediatamente una duda ¿tendrán tiempo, y dinero,
para ello? ¿tendrán ganar de ver reflejada en gran medida su vida real laboral
en la pantalla? Intuyo que la respuesta será negativa, pero quien sabe si puedo
equivocarme.
Y ahora sí que acabo este artículo. No puedo decir “buena lectura”, a salvo de los artículos mencionados antes, pero si “buena visión” o “buena película”. Y a esperar el análisis del maestro jurista y cinéfilo, el profesor y amigo Juan López Gandía , del que siempre podemos aprender (remito a una entrada lejana en el tiempo, de 2020, pero de especial interés: “Cine y mundo del trabajo. Un libro que hay que leer (y muchísimas películas que hay que ver). “La fábrica y la oficina: una representación del trabajo en el cine”, del (maestro) jurista y cinéfilo Juan López Gandía, (y recopilación de comentarios propios)”
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