martes, 25 de enero de 2022

El incremento de las desigualdades durante la crisis. OIT, FOESSA, INTERMON-OXFAM. Lecturas recomendadas.

 

1. La pasada semana se publicaron tres documentos de indudable interés para conocer como está impactando la crisis provocada por la Covid-19, tanto con carácter general como con atención especial al mundo del trabajo.

O por decirlo más exactamente, buena parte de esos documentos nos explican como se están incrementando las desigualdades en el mundo del trabajo y qui´rnes son las personas y grupos que más están sufriendo sus consecuencias.

Me ha parecido conveniente por ello dejar de lado por unas horas los debates y análisis sobre la reforma laboral operada en España por el Real Decreto-Ley 32/2021 de 28 de diciembre, ya que tiempo habrá, y mucho, para seguir con ellos…, salvo que no se convalide la norma, algo que no contemplo como hipótesis de trabajo (y espero que esta vez mis dosis de pitoniso no fallen), y debatir, en estrecha relación con los textos a los que ahora me referiré,  sobre cómo debe contribuir a corregir las desigualdades existentes en el mundo del trabajo en España y no sólo quedarnos, aunque sea necesario, en el concreto detalle jurídico de cada modificación de la Ley del Estatuto de los trabajadores y normas conexas.

En esta línea apuntada, es recomendable la lectura del artículo del profesor Francisco Trillo “Un proyecto laboral (re)constituyente: la reforma de 2021”, publicado en el blog amigo del profesor Antonio Baylos (23 de enero)  , quien subraya la verdadera importancia de la reforma poniéndola en relación con las políticas laborales instrumentadas durante mucho tiempo antes y que justamente han contribuido al incremento de las desigualdades y de la precariedad en el mundo laboral. Así lo argumenta el profesor Trillo: “Lo que estaba -y está- en juego con la reforma laboral de 2021 era -es- la capacidad de domar al monstruo jurídico en el que se había convertido el Estatuto de los Trabajadores en el largo ciclo de casi treinta años desarrollado entre 1984 y 2012. Para emitir un juicio, por tanto, sobre su oportunidad y valor se requiere identificar los pilares en las que se ha sustentado el modelo neoliberal de relaciones laborales durante el mencionado período, advirtiendo desde ya que resulta iluso, ingenuo y, en alguna ocasión, torticero cifrar en una sola reforma laboral la capacidad de reconducir el entero modelo de relaciones laborales neoliberal para alumbrar otro de impronta social. Por ello, el calificativo de insuficiente atribuido a la reforma laboral de 2021 resulta exasperante por iluso, ingenuo y, en alguna ocasión, torticero”.

2. El 17 de enero publicaba la Organización Internacional del Trabajo (OIT) su informe anual sobre “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo – Tendencias 2022”   (original en inglés y un amplio resumen en castellano), continuando con el análisis de la realidad laboral a escala mundial y que el año 2021 había parcialmente interrumpido al dedicar monográficamente su atención al trabajo en las plataformas digitales  , algo que bien entendido también era un análisis global por la importancia que han adquirido estas y que se explicaba en estos términos: “el incremento de la actividad de las plataformas (de 142 en 2010 a 777 en 2020, con aumento superior en la de prestación de servicios offline), se ha concentrado básicamente en muy pocos países, llevándose la “medalla de oro” Estados Unidos, que concentra el 29 %. No obstante, es en Asia donde se concentra la mayor inversión económica (56.000 millones de dólares) seguida de América del Norte (46.000 millones) y Europa (12.000), siendo especialmente digno de destacar que en las plataformas de servicios del taxi, “el 75 % de los fondos se concentran en solo dos empresas de plataformas”. Respecto a los ingresos obtenidos, alrededor de 52.000 millones de dólares en 2019, dos países concentran cerca del 70 % del total: Estados Unidos (49 %) y China (22 %). En las plataformas basadas en la ubicación, y hay siempre que tener presente las muy diferentes condiciones laborales en los países en los que se realizó la encuesta, los principales factores de motivación para trabajar son tanto de carácter “negativo”, cuales son la falta de oportunidades de empleo alternativas, como otros que se valoran positivamente, cuales son “la flexibilidad laboral y la mayor remuneración en comparación con otros empleos disponibles”.

Para un amplio examen de los informes anteriores, remito a la entrada “Perspectivas sociales ydel empleo en el mundo – Tendencias 2020. Notas al informe de la OIT y ampliorecordatorio de los anteriores (2014 a 2019)”  Del informe de 2020 me permito recuperar unos fragmentos de mi comentario que enlaza directamente con el de 2022:

“A) En primer lugar, se plantea, y se apunta ya que es muy probable que sea así, que la disminución del crecimiento económico proyectado para el próximo futuro, ante las incertidumbres y riesgos a los que se enfrenta la economía mundial y la falta de inclusión (también en la reunión de Davos de este año se habla de que en la década recién iniciada “debemos crear un crecimiento económico inclusivo para lograr un mundo socialmente equitativo y ambientalmente sostenible”), “perjudiquen la capacidad de los países de menores ingresos para reducir la pobreza y mejorar las condiciones de trabajo”.

Los datos recogidos en el informe constatan el ensanchamiento de las diferencias entre los países de ingresos bajos con los de ingresos medios-bajos y medios-altos, llamando, al mismo tiempo que reconociendo las dificultades existentes para que ello sea posible, a la adopción de medidas que posibiliten un mayor crecimiento en los primeros y que requerirían de “una transformación estructural, una actualización tecnológica y una diversificación para desplazar el empleo de las actividades de bajo valor añadido a las de mayor valor añadido”, siendo para ello necesario avanzar en ese cambio que requeriría una disminución de la población ocupada en el sector agrícola y que en las dos pasadas décadas solo lo fue en un 6 %, estando actualmente en un 69 % de la población ocupada. Conclusión de todo ello es que el ritmo y el tipo de crecimiento “no solo dificultan la reducción de la pobreza en los países de bajos ingresos, sino que también obstaculizan las posibles mejoras en el trabajo decente”.  

… La OIT, a partir de todos los datos disponibles, enfatiza que “la proporción de ingresos del trabajo ha disminuido más de lo que sugerían las estimaciones disponibles anteriormente”, y que si bien las desigualdades de ingresos a escala mundial han disminuido en los últimos quince años ello se ha debido fundamentalmente a la mejora de la situación en China e India, por lo que “la desigualdad dentro de los países se ha estancado durante el mismo período”, y que “la proporción combinada de los ingresos que corresponden a las clases media y media-alta, que anteriormente se pensaba que era similar en todos los países, es de hecho mucho menor en los países de bajos ingresos, mientras que la proporción correspondiente a la clase alta es mayor en estos mismos países”.

3. Pues bien, el informe 2022 constata un incremento preocupante de las desigualdades, tanto entre países como en el mundo del trabajo, algo que será constatado con mayor rotundidad, desde una perspectiva global, por el informe anual de Intermon-Oxfam, presentado también el 17 de enero y cuyo título no merece comentario añadido alguno: “Las desigualdades matan”  , en el que recoge que “según el análisis y los datos publicados por el WorldInequality Lab en diciembre de 2021   desde 1995, el 1 % más rico ha acaparado una parte veces mayor del crecimiento de la riqueza global que la mitad más pobre de la humanidad.40 Actualmente, las desigualdades son tan pronunciadas como lo eran en el culmen del imperialismo occidental a principios del siglo XX. Hemos sobrepasado la Edad Dorada de finales del siglo XIX”.

En el resumen del Informe se expone que “Los diez hombres más ricos del mundo han duplicado su fortuna, mientras que los ingresos del 99 % de la población mundial se habrían deteriorado a causa de la COVID-19. Las crecientes desigualdades económicas, raciales y de género, así como la desigualdad existente entre países, están fracturando nuestro mundo. Esto nunca ha sido fruto del azar, sino el resultado de decisiones deliberadas: la “violencia económica” tiene lugar cuando las decisiones políticas a nivel estructural están diseñadas para favorecer a los más ricos y poderosos, lo que perjudica de una manera directa al conjunto de la población y, especialmente, a las personas en mayor situación de pobreza, las mujeres y las niñas, y las personas racializadas. Las desigualdades contribuyen a la muerte de, como mínimo, una persona cada cuatro segundos”. Ahora bien, el documento no se queda en la mera denuncia, sino que formula propuestas de cambio, afirmando en dicho resumen que “No obstante, tenemos la oportunidad de reformar drásticamente nuestros modelos económicos para que se basen en la igualdad. Podemos abordar la riqueza extrema aplicando una fiscalidad progresiva, invirtiendo en medidas públicas de eficacia demostrada para eliminar las desigualdades, y transformando las dinámicas de poder dentro de la economía y la sociedad. Si mostramos la voluntad necesaria y escuchamos a los movimientos que están exigiendo cambios, podremos crear una economía en la que nadie viva en la pobreza, ni tampoco en una riqueza inimaginable: una economía donde las desigualdades dejen de matar. Los Gobiernos deben promover estrategias ambiciosas adaptadas al siglo XXI, haciéndose eco del poder de los movimientos sociales y de la ciudadanía de a pie a nivel mundial, y de la ambición demostrada por Gobiernos progresistas, tanto a nivel histórico (como en el contexto de la Segunda Guerra Mundial) como del proceso de liberación colonial en un gran número de países. Deben promover activamente una mayor igualdad económica y reivindicar la igualdad racial y de género a partir de objetivos explícitos, cuantificables y con plazos concretos. El legado de la pandemia debe ser unos servicios públicos de salud universales y de calidad financiados con dinero público, para que nadie tenga que volver a pagar de su bolsillo por acceder a estos servicios; y una protección social universal que garantice la seguridad de los ingresos de todas las personas”.

4. ¿Qué cabe destacar del Informe 2022 de la OIT?

En primer lugar que muchos de los logros en materia de trabajo decente conseguidos antes de la pandemia se han visto considerablemente afectados, y que  “los déficits de trabajo decente preexistentes están mermando las perspectivas de una recuperación sostenible en muchas regiones”.

En segundo término, y en concreto sobre el impacto de la crisis, partiendo las últimas previsiones de crecimiento económico, se calcula que el total de horas trabajadas a escala mundial en 2022 se mantendrá casi un 2 por ciento por debajo de su nivel prepandémico una vez ajustado al crecimiento de la población, “lo que corresponde a un déficit equivalente a 52 millones de puestos de trabajo a tiempo completo (tomando como referencia una semana laboral de 48 horas)”. Seguiremos estando por debajo de la tasa de empleo de 2011, calculándose que en el presente año se sitúe en el 55,9 %, un 1.4 % inferior.

En tercer lugar, el desigual impacto de la crisis y afectación más negativa y grave para las naciones en desarrollo, que ya presentaban “mayores niveles de desigualdad, condiciones laborales más diversas y sistemas de protección social más débiles incluso antes de la pandemia”. Ello, no obstante, se produce un impacto negativo de la crisis en todas las regiones mundiales, subrayándose en el documento que “en general, los indicadores clave del mercado de trabajo aún no han vuelto a los niveles anteriores a la pandemia en ninguna de las regiones: África, las Américas, los Estados Árabes, Asia y el Pacífico, y Europa y Asia Central”.

En cuarto lugar, que la economía informal, que había sido en muchos países un amortiguador en crisis anteriores, no lo ha sido en la presente por su impacto en todos los sectores económicos, y que además se ha constituido en un freno para que las personas y empresas que operan en ella se vieran beneficiadas de las ayudas públicas, ya que “las empresas informales han tenido menos posibilidades de acceder a las líneas de crédito formales o al apoyo gubernamental relacionado con la COVID-19”.

En quinto lugar, el impacto que provoca en la reconfiguración de las relaciones económicas y laborales, dados los cambios producidos por el incremento de la actividad en línea, el incremento de costes comerciales y su repercusión en las cadenas de producción y la “renacionalización” de algunas de las actividades anteriormente externalizadas. Así lo explica con todo detalle el Informe 2022: “La recuperación asimétrica de la economía mundial ha empezado a provocar efectos en cadena a largo plazo, en términos de incertidumbre e inestabilidad persistentes, que podrían desbaratar la recuperación. Los cambios en la demanda del mercado y el aumento de los servicios en línea, el incremento vertiginoso de los costos comerciales y los cambios provocados por la pandemia en la oferta de mano de obra han creado cuellos de botella en la industria manufacturera, lo que impide que se restablezcan las condiciones del mercado de trabajo anteriores a la pandemia. Las alteraciones marcadas y prolongadas de la cadena de suministro están generando incertidumbre en el entorno empresarial y podrían llevar a una reconfiguración de la geografía de la producción con notables consecuencias para el empleo”.

En sexto lugar, la OIT alerta del incremento de las desigualdades tecnológicas, que no solo afectan ni mucho menos al ámbito laboral, y del crecimiento de la brecha de género, así como de su afectación especial a jóvenes que se vieron afectados en su etapa educativa por la crisis de 2008 y que ahora sufren, en sus primeras fases de vida laboral, la actual, y se preocupa, como no podría ser de otra forma, por el impacto que todo ello tiene no sólo sobre la cantidad sino también sobre la calidad del trabajo, poniendo en riesgo el objetivo perseguido de un trabajo decente y digno. En el documento se alerta, pues, de que la pandemia “está exacerbando diversas formas de desigualdad, desde la intensificación de las desigualdades de género hasta la ampliación de la brecha digital”, y que los cambios en la composición de las relaciones de trabajo “como la dependencia del empleo informal por cuenta propia para ganarse la vida, el aumento del trabajo a distancia y las diversas tendencias en materia de trabajo temporal, podrían deteriorar la calidad de las condiciones de trabajo”.

Por fin, en séptimo lugar, y en esta muy apretada y totalmente subjetiva síntesis del documento que he realizado, la OIT enfatiza la necesidad de abordar la crisis y sus secuelas desde los cuatro pilares que son el santo y seña de sus últimos documentos y por supuesto también de la Declaración de su Centenario: el crecimiento económico y el desarrollo inclusivos; la protección de todos los trabajadores; la protección social universal, y el diálogo social.

Y muy especialmente deseo destacar este último, tan valorado a escala mundial y al que parece que algunos conceden muy poca importancia en España, ya que se pone de manifiesto, y en la misma línea he tratado de explicarlo y defenderlo en todas las entradas en que abordé las medidas adoptadas durante la crisis y mucho más recientemente con la reforma laboral, que “ha desempeñado un papel fundamental en la respuesta a la pandemia, y muchas políticas y medidas para limitar la pérdida de puestos de trabajo han sido fruto de los debates tripartitos” y que durante el periodo de recuperación, “el diálogo social seguirá siendo crucial para vislumbrar soluciones que redunden en beneficio de las empresas y los trabajadores y que tengan repercusiones macroeconómicas y efectos indirectos positivos”, reforzando estas tesis con la petición, que se dirige fundamentalmente a los países en que está poco desarrollado, de que “para que el diálogo social desempeñe este papel, será necesario reforzar las capacidades de las administraciones públicas y de las organizaciones de empleadores y de trabajadores con el fin de que participen en dicho proceso”.

5. Sólo un día después, el 18 de enero, se hacía publico un nuevo informe de la Fundación FOESSA, dedicado a “Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España”, que como todos los suyos es de lectura obligada para analizar cómo está cambiando la realidad social en general, y en bastantes aspectos el mundo del trabajo en particular, en España (texto íntegro del informe    , y conclusiones  

Desde la misma perspectiva, subjetiva que en el informe de la OIT, destaco algunos de los contenidos que me parecen más relevantes.

En primer lugar, las características diferentes de esta crisis con respecto a la del período 2008- 2013, tanto por su origen, como por los sectores económicos afectados y por el impacto de la reducción de la actividad: en efecto, se trata de una crisis especial “por su origen externo al sistema económico, por los sectores que han resultado más afectados (turismo, comercio, actividades artísticas y culturales…) y por una reducción de la actividad económica sin precedentes desde la Guerra Civil (caída del 10,8% del PIB) que en buena medida se debía a la propia decisión política de restringir gran parte de la actividad para combatir la pandemia”.

En segundo término, la importancia de las medidas económicas y laborales puestas en marcha para atenuar el impacto de la crisis, ciertamente con resultados desiguales en cuanto a sectores y grupos, pero que en cualquier caso han hecho posible, como destaca el Informe que la reducción del empleo “fuera cinco veces mayor en la crisis 2008-2013, a pesar de que la reducción de la actividad ha sido mucho mayor ahora”. Con claridad se explica que ello “tiene que ver con la duración de la recesión y esta está directamente asociada al tipo de respuesta política que se ha dado a la misma, con una mezcla de políticas fiscales y monetarias expansivas y la introducción de mecanismos específicos para salvaguardar el empleo, como los ERTE. Estos, que llegaron a afectar a más de 3,5 millones de personas, han permitido el mantenimiento del nexo laboral con la empresa y han facilitado la vuelta al empleo en la recuperación: el 87% de las personas que tuvieron un ERTE en 2020 estaban trabajando en la primavera de 2021”, a lo que añado por mi parte, con datos de diciembre de 2021, que se ha reducido aún más considerablemente el número de personas que aún siguen afectadas por ERTES.

En tercer lugar, el muy desigual impacto según la cualificación del sector y actividad, el ámbito público o privado del sector en el que se prestan los servicios, y por supuesto las condiciones laborales según sean presenciales o (total o parcialmente) virtuales, con la posibilidad de acceder o no más fácilmente a la tecnología, y la modalidad contractual indefinida o temporal. Así lo recoge el Informe: “los sectores más cualificados y los empleados públicos han experimentado un impacto escaso o nulo en la reducción de empleo o de los ingresos, se han expuesto menos a la enfermedad gracias al teletrabajo, que además ahora está más regulado, e incluso afrontan un futuro optimista con una expectativa de mejorar la estabilidad en la administración pública, por ejemplo. En un segundo segmento, los sectores de cualificaciones intermedias, pero con trabajos estables en el sector privado, han podido beneficiarse de los ERTE, en muchos casos en condiciones bastante aceptables, y han ido reincorporándose a sus puestos de trabajo progresivamente. Pero en el tercer segmento, los sectores no cualificados, donde se encuentran más personas jóvenes, en empleos temporales-precarios, son los que se han expuesto más a la enfermedad y han experimentado en mayor proporción los despidos (el 72% de estos, con contrato temporal)”

En cuarto lugar, y destruyendo el mito de la “pasividad” de quienes perciben prestaciones sociales, el informe constata que “Se ha mostrado un volumen importante de actividad orientada a la inclusión por su parte, tanto en la búsqueda de empleo como en la realización de actividades educativas, formativas o la participación en programas de los servicios sociales. Frente a la imagen de pasividad, paradójicamente, el nivel de «activación» es mayor para la población más desfavorecida, incluida aquella a la que llegan las prestaciones  asistenciales: más participación en actividades de inclusión y una disposición activa y positiva a la integración en el mercado de trabajo entre los perceptores de prestaciones no contributivas, sin que pueda demostrarse que haya un supuesto efecto desincentivador del sistema de prestaciones”.

No menos preocupante, en quinto lugar, y el Informe FOESSA no hace sino constatar algo que ya se ha puesto de manifiesto en estudios internacionales, es el impacto negativo desde la perspectiva de género de la actual crisis, a diferencia de la de 2008-2013 en la que tuvo un peso importante la caída del empleo en un sector mayoritariamente masculino, el de la construcción. Ahora, o mejor dicho desde el inicio de la crisis en marzo de 2020, “ha tenido, sin embargo, más impacto en sectores más feminizados, como el comercio o la hostelería, lo que ha implicado un retroceso mayor para muchas mujeres en términos de integración social. Los hogares con sustentadora principal mujer han visto aumentar la exclusión social más del doble que aquellos en los que la mayoría de ingresos los aporta un hombre”.

Y de no menor interés, en sexto lugar, es la reflexión efectuada sobre el papel de la población inmigrante, no solo por el impacto que ha tenido sobre ella sino también por haberse convertido esta, al menos parcialmente, en un colchón o amortiguador del impacto de la crisis en la población nacional, ya que los datos disponibles demuestra un mayor impacto o en términos de acogimiento a medidas de suspensión temporal de contratos como muy en especial de despidos (se trate de población en situación regular o irregular originaria o sobrevenida). Para el Informe, ello ha supuesto “que los efectos laborales y sociales de las crisis sean experimentados en menor medida por los nacionales, algo que posiblemente explique que estas crisis no generen excesivas tensiones sociales, a pesar de su intensidad. Se trata de un modelo de distribución desigual de los costes laborales y sociales de la crisis en los que la población inmigrante se lleva la peor parte, un modelo injusto por la falta de equidad que implica. No es nuevo, ya que en la dinámica del mercado de trabajo la población inmigrante viene aportando sistemáticamente un plus de flexibilidad, a costa de sufrir sus efectos en forma de desempleo y precariedad”

Por último, en séptimo lugar, el documento no sólo analiza qué ha ocurrido y su impacto sobre personas y grupos sociales, sino que también formula propuestas dirigidas a lospoderes públicos para tratar de atenuar, o revertir, las desigualdades provocadas. Desde la perspectiva más estrictamente laboral, destaco las siguientes:  

“1. Mantener de manera estable para el futuro las medidas provisionales tomadas en el caso de la salud, la vivienda o la protección social con las necesarias adaptaciones a periodos de estabilidad económica. El reto del sistema de protección social es evitar que estas nuevas situaciones de vulnerabilidad e intensificación de la exclusión severa se transformen en crónicas.

2. Mejorar la cobertura del Ingreso Mínimo Vital, ya que supone un notable avance social para corregir el desequilibrio entre la protección social de la población laboral estable y aquella que es precaria o en situación de exclusión social. De los 850.000 hogares beneficiarios previstos inicialmente, a septiembre de 2021, sólo 315.913 hogares, el 37% de los previstos inicialmente. Una media de 2 personas beneficiarias por cada 10 personas en situación de pobreza severa en España.

4. Implementar medidas que reduzcan la hiperflexibilidad, mejorando la organización social del tiempo de trabajo también en los empleos de sectores excluidos, no cualificados, en empleos temporales y precarios – los sectores llamados “esenciales” de la limpieza, la hostelería y las labores agrícolas entre otros -, y que acaben con las situaciones de irregularidad.

5. Deberían complementarse, así mismo, los salarios escasos con otras medidas redistributivas, a modo de estímulos al empleo, bien a partir de prestaciones complementarias para los trabajadores de bajos salarios, bien como deducciones fiscales reembolsables”.   

 

6. Concluyo aquí esta entrada, reiterando la recomendación de lectura de los citados documentos. Y si desean añadir alguna lectura más de indudable interés, háganlo con el estudio del profesor Luís Ayala y de la profesora Olga Cantó, “Radiografia demedio siglo de desigualdad en España. (Enero 2022), en el que se concluye que “uno de los problemas sociales y económicos más importantes de España es el alto nivel de desigualdad en la distribución de ingresos, sensiblemente mayor que en la mayoría de los países europeos. Una de las razones principales de esta realidad es la menor capacidad redistributiva del sistema de impuestos y prestaciones sociales. Esta gran desigualdad persiste en el tiempo y hace que nuestro país sea más vulnerable ante posibles shocks económicos. La evolución de la desigualdad en España está muy marcada por las fases del ciclo económico, pues crece rápidamente cuando la economía está en recesión y se reduce poco cuando se expande”, así como también que “La desigualdad en la distribución de las rentas del trabajo y de capital, las llamadas rentas primarias, es elevada en el caso de España debido a las características de la estructura productiva. Destaca en esta el alto peso de las actividades de bajo contenido tecnológico, que no requieren empleados de alta cualificación y favorecen, por lo tanto, relaciones laborales marcadas por la temporalidad y la parcialidad, sobre todo en las fases de ralentización de la actividad económica”.

Buena lectura.

 

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