viernes, 14 de agosto de 2020

El impacto de la pandemia de la Covid-19 en el empleo, educación y formación de los jóvenes. Notas al informe de la OIT.


1. En 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 12 de agosto como el Día Internacional de la Juventud, siguiendo las recomendaciones de la Conferencia Mundial de Ministros de la Juventud celebrada en Lisboa el año anterior.


Tal como se explica en la página web de la ONU dedicada a este evento, “se trata de una celebración anual que busca promover el papel de la juventud como socia esencial en los procesos de cambio y generar un espacio para generar conciencia sobre los desafíos y problemas a los que estos se enfrentan”, que sirve para “celebrar y dar voz a la juventud, sus acciones y sus iniciativas de los jóvenes”, y cuya celebración anual “adoptará la forma de un debate similar a un podcast organizado por jóvenes para jóvenes, junto con otros actos organizados de manera independiente en todo el mundo para destacar la importancia del compromiso de los jóvenes en la vida y los procesos políticos, económicos y sociales”. 

La Organización Internacional del Trabajo dedica anualmente un informe a las tendencias del empleo juvenil, y de varios de los publicados hasta el presente me he ocupado en entradas anteriores del blog. Una breve reseña del difundido este año, junto en el momento de inicio de la crisis sanitaria fue publicado en una entrada defecha 14 de marzo dedicadaa la problemática laboral de los repartidores de empresas de la economía deplataformas (en su inmensa mayoría jóvenes), en el que manifestaba lo siguiente: “No hay que olvidar tampoco la preocupación manifestada por organizaciones internacionales como la OIT sobre las relaciones de trabajo en la economía de plataformas y que afectan fundamentalmente a los jóvenes. De ello se hace eco el muy reciente Informe “Tendencias mundiales del empleo juvenil 2020. Latecnología y el futuro de los empleos”  En el informe se muestra especial preocupación porque “la mala calidad de los empleos de muchos jóvenes se manifiesta en las condiciones de trabajo precarias, la falta de protección jurídica y social, y las limitadas oportunidades de formación y de progresión profesional. … Incluso en los países europeos más ricos, que suelen tener un alto porcentaje de trabajadores asalariados, la prevalencia de nuevas formas de trabajo –a menudo formas menos seguras de empleo entre los jóvenes– ha aumentado rápidamente en los últimos años, sin duda a partir de una base muy pequeña, como consecuencia de la expansión de la economía de plataformas…”. Por ello, y en relación con el impacto de la tecnología sobre el empleo, se enfatiza la necesidad de políticas “para generar un número suficiente de empleos decentes, a fin de dotar a los jóvenes de las competencias necesarias para esos empleos, asegurar que gocen de protección social y que tengan derechos en el trabajo, y alentarles a afiliarse a organizaciones de trabajadores y de empleadores, de tal manera que puedan estar representados en el diálogo tripartito…”.

2. Ante  la dramática situación sanitaria vivida a escala mundial desde el mes de marzo (recordemos que la OMS declaró la pandemia de la Covid-19 el 11 de marzo) la OIT, junto con otras agencias asociadas a la Iniciativa Global para el Empleo Decente de los Jóvenes ha llevado a cabo una encuesta a escala mundial sobre el impacto de la Covid-19 en diversos aspectos de la vida de los jóvenes, realizada en los meses de abril y mayo y publicada el 11 de agosto, con el título “Los jóvenes y la pandemia de la Covid-19:efectos en los empleos, la educación, los derechos y el bienestar mental”

Se basa en 12.605 respuestas recibidas de personas entre 18 y 34 años de edad, en el bien entendido, y así se explica en el apartado dedicado a la descripción de la muestra y métodos de muestreo, que a los efectos del Informe el término jóvenes “hace referencia al grupo de edad de 18 a 29 años, mientras que el grupo de edad de 30 a 34 años se utiliza como población de comparación”, siendo relevante destacar que el 10,4 % de los jóvenes que respondieron a la encuesta estaba incluido en  el grupo de los “ninis”, es decir en el de aquellos que no estaban trabajando ni estudiando, y tampoco recibían formación.  

Se subraya en el documento que la encuesta mundial “tuvo por objeto reflejar los efectos inmediatos de la pandemia en las vidas de los jóvenes (de 18 a 29 años) en lo que respecta al empleo, la educación, el bienestar mental, los derechos y el activismo social. Se recibieron más de 12.000 repuestas de 112 países, y una gran parte provino de jóvenes instruidos y con acceso a Internet. La población de la encuesta es representativa de los estudiantes y de los trabajadores jóvenes que han alcanzado un nivel de educación superior, que juntos representan aproximadamente una cuarta parte de los jóvenes en los países de la muestra”. Por ello, creo que los resultados pudieran ser  aún más preocupantes si la muestra hubiera podido recoger más fielmente al conjunto de la población juvenil, ya que, si bien en su conjunto representa  a jóvenes de todas las regiones, fundamentalmente concentra la atención en “(los) provenientes de los países de ingresos medios y altos y de las zonas urbanas o suburbanas”, y dado pues que “sólo el 1,3 % de los encuestados provenía de países de ingresos bajos… los resultados y comparaciones con este grupo de países deberían considerarse con cautela”.

Recordemos que la IniciativaGlobal para el Empleo Decente de los Jóvenes fue lanzada en febrero de 2016 y se conceptúa genéricamente como “una plataforma única de colaboración y asociación con el fin de unir esfuerzos para hacer frente al reto del empleo juvenil y ayudar a los Estados Miembros en la asignación y la entrega de un objetivo fundamental de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”.

Sobre el concepto general de “trabajo decente” me permito remitir a la entrada dedicada a este en las normas y documentos de la OIT, que recogió el texto de la intervención preparada para mi intervención en el Congreso Interuniversitario OIT sobre el futuro del Trabajo, que tuvo lugar en Sevilla los días 7 y 8 de febrero de 2019, y más concretamente en la Conversación II dedicada al "Trabajo decente para todos".   . Encuentra su origen en la Memoria presentada por el entonces Director General de la OIT, Juan Somavia, a la Conferencia Internacional de1999, que llevaba por título “Trabajo decente”, en cuyo prólogo se afirmaba que proponía “una finalidad primordial para la OIT en estos momentos de transición mundial, a saber, la disponibilidad de un trabajo decente para los hombres y las mujeres del mundo entero. Es la necesidad más difundida, que comparten los individuos, las familias y las comunidades en todo tipo de sociedad y nivel de desarrollo. El trabajo decente es una reivindicación mundial con la que están confrontados los dirigentes políticos y de empresa de todo el mundo. Nuestro futuro común depende en gran parte de cómo hagamos frente a ese desafío”.

3. Es muy recomendable a mi parecer la lectura íntegra del documento para conocer el impacto real, y duro, de la Covid-19 sobre los jóvenes en todos los ámbitos objeto del estudio, si bien el resumen ejecutivo ya permite tener un excelente conocimiento de las conclusiones alcanzadas, siendo una de ellas especialmente preocupante aunque ciertamente no desconocida: si no se toman medidas urgentes. “es probable que los jóvenes sufran impactos graves y duraderos a causa de la pandemia”. Más preocupante a mi parecer, y quizás sea donde debe ponerse especial atención en todos los países en los que existe, y España desde luego no es una excepción, es el de las brechas digitales existentes y que se ha puesto aún más de manifiesto si cabe durante esta crisis por el impacto que ha tenido sobre los jóvenes en los terrenos de la enseñanza y la formación vinculadas al uso y disposición de plataformas tecnológicas adecuadas y a la preparación de docentes y alumnado.

4. El informe pasa revista, por el orden referenciado en el título, a los cuatro ámbitos a los que dedica su atención, y se centra primeramente, pues, en el del empleo, es decir tanto en su mantenimiento o pérdida como en las condiciones económicas y en la productividad, para pasar más adelante a su afectación a los proceso educativos y formativos. Centro mi atención en estos dos contenidos del informe.

Estas son los datos más significativos:

“Uno de cada seis jóvenes de entre 18 y 29 años (el 17,4 por ciento) había dejado de trabajar desde el inicio de la pandemia… Entre quienes dejaron de trabajar figuran los jóvenes que ya habían perdido sus empleos (el 6,9 por ciento), así como aquéllos que señalaron que estaban trabajando pero que habían trabajado cero horas desde el inicio de la crisis (el 10,5 por ciento)”, siendo más afectados por la pérdida de empleo los jóvenes de 18 a 24 años. Dicha pérdida fue debida en un 54 % al cierre de la empresa para la que prestaban servicios, y un 32,4 % por la finalización del contrato de duración determinada (es bien sabido que esta modalidad contractual tiene una elevada incidencia entre la población juvenil), y afectó con mucha mayor intensidad a ocupaciones asociadas con niveles bajos de cualificación formal (“prestación de apoyo administrativo, los servicios, las ventas y la artesanía y oficios conexos”) en las que los jóvenes tienen mayor presencia. El informe pone de manifiesto, al objeto de explicar este impacto en el empleo juvenil, que “el confinamiento y las medidas de distanciamiento social pueden explicar la mayor incidencia de la interrupción del trabajo entre los trabajadores con ocupaciones en las que las funciones pueden exigir un contacto frecuente con los clientes (i.e., las ventas) o la prestación de servicios complementarios o de apoyo administrativo que dependen de que una empresa siga abierta”.

¿Se han reducido los ingresos de aquellos jóvenes que han continuado trabajando durante la crisis? La respuesta es afirmativa por las consecuencias económicas derivadas de la reducción de horas de trabajo para muchos de ellos, de tal manera que a escala mundial el promedio de aquella reducción fue del 23 % de las horas de trabajo y con una afectación negativa para el 45 % de los jóvenes en sus ingresos. La disminución de tales ingresos puede tener unas consecuencias colaterales importantes respecto a la vida educativa y laboral de la persona trabajadora afectada, subrayando el informe que “Los trabajadores jóvenes que siguen estudiando y que se enfrentan a una reducción de sus ingresos tal vez no puedan finalizar sus estudios, mientras que todas las personas que trabajan menos pueden tener dificultades para compensar la experiencia laboral y los ingresos que han perdido”.  

Muy significativa es la diferencia del impacto entre quienes prestan sus servicios en el sector privado y aquellos que lo hacen en el sector  público, ya que la reducción de ingresos afectó al 64 % de quienes trabajan en el primero y en porcentaje bastante inferior, 23 % al segundo, lo que pone de manifiesto, lo apunta con prudencia el informe pero creo que es muy claro y evidente, que el impacto diferencial puede estar vinculado “con el cierre temporal de las empresas o con el cese de actividad” (en el sector privado).

No es de extrañar, pero la confirmación por los datos disponibles vuelve a demostrar las importantes diferencias por regiones a escala mundial, y dentro de cada una de ellas entre las poblaciones según el nivel de ingresos, que el impacto de la reducción de horas de trabajo, de ingresos y de productividad se constate en mayor medida en países de ingresos medios-bajo y bajos, que puede ponerse sin duda en relación con un dato muy correctamente apuntado a mi parecer en el informe, cual es que tales diferencias de impacto entre los grupos de países “puede implicar una prevalencia del empleo formal combinado con sistemas de seguros de desempleo y de redes de seguridad social ágiles”.

Además, no cabe olvidar el impacto de género que la crisis tiene, si bien este informe es muy cauteloso al respecto con los datos disponibles y solo apunta el impacto que pueden tener en la menor productividad de las jóvenes factores de índole no laboral “como el incremento del trabajo doméstico o de cuidados”, aún cuando recuerda con carácter general que otros informes han puesto ya de manifiesto la negativa afectación sobre el empleo femenino y expone que “dado que la experiencia de crisis económicas pasadas indica que las recesiones han tenido a menudo un impacto diferencial en los resultados en materia de empleo para las mujeres y los hombres …., se precisa un mayor grado de detalle a fin de comprender el impacto en función del género de la pandemia de la COVID-19”.

Hay una parte de la población juvenil encuestada que indicó un incremento de las horas de trabajo durante el período de la encuesta, un 17 %, con una destacada presencia de la población de nivel de educación superior, y que sus preocupaciones se manifestaron respecto al número de horas extraordinarias trabajadas y las dificultades reales existentes para la desconexión del trabajo y la vida personal, apuntado el informe, con bastantes probabilidades de acertar a mi parecer, que si bien la encuesta no diferenció entre el teletrabajo y el trabajo en una plataforma digital u otras modalidades de trabajo, “el aumento de las horas de trabajo señalado puede indicar dificultades para desconectar del trabajo”, dato que ineludiblemente debe ponerse en estrecha relación con el del que el 72 % de los encuestados trabajaban en su domicilio, a tiempo completo o parcial, desde el inicio de la crisis sanitaria.

Por último, respecto a las políticas adoptadas por los poder públicos para atenuar o mitigar el impacto de la crisis y para facilitar el mantenimiento o nueva puesta en marcha de la actividad empresarial, debe significarse que llegaron en mayor medida a quienes seguían trabajando que a los que habían cesado en su actividad, dato que pone nuevamente de manifiesto la importancia de evitar que un elevado número de jóvenes pueda quedar excluido de la vida laboral, y muy probablemente también de la educativa y formativa, sin perspectivas de una incorporación al mundo del trabajo.

Las medidas instrumentadas han sido objeto de especial atención en informes de la OIT sobre la crisis, analizados en entradas anteriores del blog, y han sido puestas en prácticas por la mayor parte de países, entre ellos obviamente España: se trata de apoyo a los ingresos (ej.: prestaciones por desempleo), medidas de flexibilidad interna (suspensiones contractuales, reducción de la jornada de trabajo), políticas de apoyo a la formación y aprendizaje, exenciones fiscales  y también en las cotizaciones a la Seguridad Social.

5. Sobre el impacto de la crisis en el ámbito de la educación y la formación, al que se dedica el segundo bloque del informe, hay un dato especialmente relevante y que conviene subrayar de entrada: desde el inicio de la pandemia “cuatro de cada cinco estudiantes encuestados (el 79 por ciento) había visto interrumpidos sus estudios o formación”. El documento se pregunta sobre las consecuencias que puede tener tal interrupción en los proceso educativos y formativos, y también sobre las consecuencias posteriores de cara a su incorporación al mercado de trabajo, a las condiciones laborales y a los ingresos.

Más concretamente, la paralización educativa y formativa fue total para el 13 % de los jóvenes, sin que tuvieran actividad alguna docente y de evaluación, con diferencias muy apreciables según el nivel de ingresos de los países, ya que “el 44 por ciento de los estudiantes jóvenes en los países de ingresos bajos, el 20 por ciento en los países de ingresos medios-bajos, y el 4 por ciento en los países de ingresos altos señalaron que no habían recibido ningún curso”, datos que ponen de manifiesto el riesgo de afectación negativa para los colectivos afectados, que puede implicar la imposibilidad de regresar a los estudios ya sea por no disponibilidad de recursos económicos familiares para ello, ya por la necesidad de ponerse a trabajar justamente para contribuir a cubrir tales necesidades.

He dicho con anterioridad que la brecha digital es una de las más importantes constataciones que se extrae por quienes han elaborado el informe sobre las consecuencias de la pandemia, y la concreción de esta afirmación general pasa por acudir a los datos disponibles sobre el aprendizaje en línea que ha debido ponerse en marcha con toda rapidez, es decir con actividades docentes a través de las distintas plataformas tecnológicas. En el gráfico 10 (pág. 26) podrán apreciar los lectores y lectoras las importantes diferencias existentes según el nivel de ingresos del país por lo que respecta a la realización de actividades educativas y formativas como la realización de tareas a domicilio por el alumnado, clases por video y la realización de pruebas de evaluación en línea, que a escala mundial han cubierto unos porcentajes de jóvenes del 36, 57 y 43 %, respectivamente, siendo especialmente impactante el dato de que la clases mediante sesiones telemáticas fueron recibidas solo por un 18 % de  jóvenes de países de ingresos bajos, mientras que el porcentaje fue muy superior en los de ingresos medios-bajos (55 %), medios-altos (54 %) y altos (65 %).

Era importante sin duda conocer la percepción de los jóvenes sobre cómo habían aprendido durante esos dos meses de la pandemia, es decir si el proceso educativo había sido mejor, igual o peor que en las condiciones existentes antes de la crisis. Los datos no abonan precisamente al optimismo, ya que un 65 % manifestaron que  su aprendizaje había sido menor, no existiendo diferencias relevantes según las diversas regiones mundiales, y si bien sí existe diferencias entre quienes vieron impedida totalmente la actividad presencial de aquellos que pudieron seguir recibiendo esta modalidad educativa (70 y 45 %), no deja de ser significativo que un porcentaje cercano a la mitad en el segundo grupo manifestara su visión negativa del proceso de aprendizaje durante el periodo de crisis.

Todo ello lleva a los autores del informe a subrayar algo que todos quienes estamos en el mundo educativo sabemos que se ha producido con ocasión de la crisis: que, aun cuando la enseñanza a distancia cada vez esta adquiriendo más visos de normalidad (voluntaria o impuesta, ya es otra cuestión), “el impacto que la transición abrupta ha tenido en el aprendizaje sólo parece haberse amortiguado de una manera moderada”.

No solo la falta de material tecnológico necesario para poder desarrollar la actividad educativa por vía telemática se apunta como un elemento a tomar en consideración para valorar esta visión general poco positiva del cambio, sino también es reseñable la falta de competencias digitales en docentes y alumnado que ha obligado a un proceso de aprendizaje intensivo en muy poco tiempo y con resultados desiguales, sin olvidar la importancia de disponer de materiales adecuados de trabajo para dicha modalidad educativa, y no menos relevante que tanto los docentes como los estudiantes dispongan del espacio adecuado para llevar a cabo la actividad. Y desde luego, y comparto plenamente su tesis, los autores alertan sobre un efecto negativo de la actual crisis en los procesos educativos y formativos, cual es “la ausencia de trabajo en grupo y de contacto social, ambos componentes esenciales del proceso de aprendizaje”. Ahora bien, no todo ha de ser negativo ni mucho menos, y el informe destaca que el 35 % de los jóvenes “logró mantener o mejorar su aprendizaje” (19 y 16 %, respectivamente).

En definitiva, incertidumbre y temor (ante el inmediato futuro) son dos palabras muy presentes en todas las respuestas de los jóvenes dadas las sombras existentes sobre como completar los proceso educativos y formativos y que llevan a que el 14 % indicaran que se encontraban con posibilidades reales de sufrir ansiedad o depresión, que se vinculaban no sólo al cierre de los centros educativos sino también a la falta de contacto social (presencial creo que sería el términos más correcto en este caso) con sus compañeros y compañeras. Se constata que el bienestar mental “es menor entre las mujeres jóvenes y los jóvenes de menor edad, de entre 18 y 24 años”, que los jóvenes cuya educación o trabajo se había interrumpido o había cesado totalmente “tenían casi dos veces más probabilidades de sufrir probablemente ansiedad o depresión que los que continuaron trabajando o aquellos cuya educación siguió su curso”, datos que ponen en evidencia “los vínculos existentes entre el bienestar mental, el éxito educativo y la integración en el mercado de trabajo”.

Esta problemática no ha impedido, no obstante, que un porcentaje importante de jóvenes, cercano a la mitad de las personas encuestadas, hayan seguido formándose y buscando a través de las redes cursos que permitieran mejorar sus aptitudes en ámbitos que pudieran no estar directamente relacionados con los estudios que están cursando pero que se trata de competencias transversales válidas para cualquier actividad, como son curso de idiomas, de tecnologías de la información y comunicación, mecanismos de solución de problemas  y cómo trabajar en equipo.

6. Tras abordar el impacto de la pandemia sobre el estado de salud y el ejercicio de sus derechos por parte de las personas encuestadas, el documento formula algunas conclusiones y también algunas propuestas o medidas de política de empleo juvenil, que no por ser ya conocidas en gran medida no dejan de tener su importancia si fueran efectivamente puestas en práctica, que van desde las de índole económica general hasta la más concretas referidas a colectivo especialmente vulnerables por la crisis

Prestaciones por desempleo para todas las personas que se encuentren imposibilitadas de trabajar por haber cerrado la empresa o haber visto extinguido su contrato temporal; reincorporación al mercado de trabajo mediante medidas de estímulo a la contratación por parte empresarial o bien de ayudas para el autoempleo; inversiones en sectores productivos que tengan viabilidad futura para absorber el empleo de jóvenes, y dedicar especial atención a los que se hayan visto más especialmente afectados por la crisis (a los que me he referido con anterioridad); medidas de flexibilidad interna que permitan mantener el empleo, ya sea de forma total aunque suspendido temporalmente, ya mediante reducción de la jornada de trabajo, y en ambos casos con apoyo vía protección social; articular de forma efectiva la presencia juvenil en todos los foros en los que se debate sobre las medidas a adoptar, velando para que puedan ejercer todos sus derechos políticos y sociales, concretándose en el documento que “La interacción entre los actores del diálogo social y las instituciones como los consejos económicos y sociales es fundamental para aumentar la representación de los jóvenes en la formulación de políticas nacionales sobre los jóvenes y de planes nacionales de acción sobre el empleo juvenil, y en la adopción de otras medidas gubernamentales en apoyo de los empleos decentes para los jóvenes”; también es relevante a mi parecer, aunque se ubique en el apartado siguiente, la de mejorar y modernizar los servicios de asesoramiento laboral y de orientación profesional, a fin y efecto de “ayudar a los jóvenes a planificar una trayectoria laboral y profesional en las industrias y sectores que tienen la capacidad para absorber una afluencia de jóvenes licenciados”.

En políticas educativas y formativas se enfatiza, entre otras medidas, la que ya he destacado con anterioridad, cuál es el aumento de la inversión en soluciones digitales para el desarrollo de competencias prácticas,  y “mejorar el acceso al aprendizaje en línea, a distancia y combinado, y desarrollar la capacidad de los docentes, instructores, directores y gerentes para ofrecer dicho aprendizaje, centrándose en particular en la  educación y formación técnica y profesional (EFTP) y en las instituciones y programas de desarrollo de competencias”. Obviamente, también se insiste en la mejora de los equipamientos informáticos y de los materiales dirigidos a tal modelo educativo, al objeto de facilitar acceso real y efectivo a “oportunidades alternativas de aprendizaje”.

7. Concluyo estas notas sobre el Informe de la OIT cuya lectura vuelvo a recomendar, y lo hago transcribiendo, por su importancia, el párrafo final del texto, que es tanto un deseo como una petición para avanzar no en la “nueva normalidad” sino en una “normalidad mejor”: “Todos necesitamos velar por que los jóvenes puedan ejercer plenamente su derecho a tomar parte activa en la toma de decisiones. Los jóvenes ya están esforzándose por reconstruir sus sociedades. Al apoyarles por igual y de una manera colaborativa, podemos asegurar una reconstrucción mejor, más rápida y más sólida”.

Buena lectura.

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