miércoles, 6 de febrero de 2019

El trabajo decente en las normas y documentos de la OIT.

Reproduzco en esta entrada el texto de la intervención preparada para mi intervención en el Congreso Interuniversitario OIT sobre el futuro delTrabajo, que tendrá lugar en Sevilla los días 7 y 8 de febrero, más concretsamente en la Conversación II dedicada al "Trabajo decente para todos".  

1. Deseo, en primer lugar, agradecer a la organización del Congreso su invitación a formar parte del comité científico, y también a poder intervenir en esta sesión dedicada al “trabajo decente para todos”.

Es una satisfacción poder compartir mesa de trabajo con la profesora de la Universidad de La Laguna Gloria Rojas, la secretaria confederal de internacional y cooperación de CCC OO Cristina Faciaben, y las personas que han presentado comunicaciones que han sido seleccionadas por el citado comité para su presentación en la sesión plenaria.

Como miembro del comité he debido proceder a la lectura de las 43 comunicaciones presentadas a esta Conversación, y puedo dar fe de la calidad intelectual de la gran mayoría de las mismas, que han versado sobre la situación y perspectivas del trabajo decente, las empresas y los derechos humanos, y la protección social y fiscalidad. .

De acuerdo a la distribución de contenidos que hemos realizado con la profesora Rojas, mi intervención se centrará en el examen del trabajo decente en las normas y documentos emanados de la Organización Internacional del Trabajo. De esta manera, amplío y desarrollo artículos que he dedicado a la misma temática en los últimos años, gran parte de los cuales pueden consultarse en mi blog.

Quiero, con todo, hacer referencia a dos textos presentados en jornadas de estudio, que considero de especial interés: en primer lugar, la ponencia impartida en la Universidad de León el 9 de marzo del pasado año, titulada “Empleo decente: un reto presente y de futuro”, recientemente publicada en el núm.5/2018 la Revista Jurídica de dicha Universidad[1]; en segundo término, la presentada en el Simposio interamericano OIT sobre el futuro del trabajo, celebrado en Santa Cruz de La Palma, el día 30 de octubre, titulada “El debate sobre el futuro del trabajo y la situación de la población trabajadora. Precariedad del empleo, desigualdad y pobreza: la inseguridad de los ingresos”, cuya presentación está disponible en las redes sociales[2].    

Justamente, y lo subrayo por el extraordinario interés que levantó el Simposio, hay que hacer mención de sus conclusiones, presentadas durante su celebración por la profesora Dulce Cairós[3] y que han sido muy recientemente publicadas en su página web[4]. Al objeto de mi exposición es muy relevante la número 1, que me permito reproducir para abrir camino a las nomas y documentos más recientes en los que se aborda la temática del trabajo decente.

“El origen, recorrido e institucionalización de la idea misma de “trabajo decente” se remonta a la Constitución de la OIT, en 1919, para actualizarse décadas más tarde en la Declaración de Filadelfia, en 1944. Textos más recientes, como el Pacto Mundial para el Empleo de 2009 siguen dando cuenta de dicha categoría normativa, la cual ha tenido impacto en los ordenamientos internos y en normas internacionales y ha trascendido a otros foros y espacios como Naciones Unidas, proyectándose en la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La noción de “trabajo decente” afronta actualmente nuevos desafíos: configurar un Derecho del trabajo modular, que abarque las modalidades de trabajo atípicas, la transición de la economía informal a la formal, el desdibujamiento de la relación de trabajo y la reevaluación de los indicios de laboralidad. A este respecto hay que destacar la relevancia de la Recomendación número 198 sobre la relación de trabajo de 2006, cuya principal virtud ha sido la sistematización -no así la creación, ni la elaboración- de los indicios de laboralidad que utilizan los legisladores y los órganos judiciales”.

Se trata de un concepto, el de “trabajo decente”, que se utiliza reiteradamente pero que, hasta el presente, salvo error u omisión por mi parte, sólo aparece expresamente recogido en un Convenio, el número 189 dedicado a las trabajadoras y trabajadores domésticos, cuyo art. 6 dispone que “Todo Miembro deberá adoptar medidas a fin de asegurar que los trabajadores domésticos, como los demás trabajadores en general, disfruten de condiciones de empleo equitativas y condiciones de trabajo decente, así como, si residen en el hogar para el que trabajan, de condiciones de vida decentes que respeten su privacidad”.  Sobre el trabajo decente y empleo doméstico, he tenido hace poco, el 13 de diciembre, oportunidad de intervenir en el Seminario sobre servicio doméstico, organizado por el Instituto de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid, cuya presentación puede también seguirse en las redes sociales[5].  

Una última observación meramente formal. Todas las normas y documentos a los que me referiré a continuación están disponibles en la página web de la OIT[6], por lo que omito los enlaces para acceder a cada uno de ellos, con la petición que formulo a todas las personas interesadas, que espero que sean muchas, de que accedan a los mismos para su lectura íntegra.

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2. Antes de referirme a las normas y documentos de la OIT deseo hacer mención a la Agenda 2030 de la ONU y los objetivos de desarrollo sostenible[7].

El concepto de trabajo decente ha sido incluido, y con fuerza, entre los objetivos de la Agenda 2030 de la ONU para el desarrollo sostenible, definida esta en su preámbulo como “un plan de acción en favor de las personas, el planeta y la prosperidad”, enfatizando que “Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y las 169 metas que anunciamos hoy demuestran la magnitud de esta ambiciosa nueva Agenda universal. Con ellos se pretende retomar los Objetivos de Desarrollo del Milenio y conseguir lo que estos no lograron. También se pretende hacer realidad los derechos humanos de todas las personas y alcanzar la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas. Los Objetivos y las metas son de carácter integrado e indivisible y conjugan las tres dimensiones del desarrollo sostenible: económica, social y ambiental”. 

Con respecto al objetivo 8, el Informe antes citado de la OIT destaca que varias metas fijadas en el mismo tiene especial importancia por su relación con el respeto y cumplimiento de los principios y derechos fundamentales en el trabajo, básicamente los apartados 5 a 8, aun cuando también en varios de los restantes objetivos encontramos relación con tales principios y derechos, como por ejemplo el número 1 que está centrado en la reducción de la pobreza y en la garantía de una adecuada protección social. Repárese, pues, que la actividad de la OIT para la consecución de las metas fijadas en el objetivo 8 no se detienen únicamente en dicho texto, sino que se extienden a otras muchas, y que requerirá (obsérvese su relación con la gobernanza y el diálogo social), “disponer de un marco de instituciones, organizaciones, leyes y políticas, y de una cultura de diálogo social que permitan gobernar el mundo del trabajo y el funcionamiento de los mercados laborales”.

En efecto, la Agenda 2030 sobre desarrollo sostenible tiene como Objetivo 1 poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo, fijándose como objetivos concreto “1.1 Para 2030, erradicar la pobreza extrema para todas las personas en el mundo, actualmente medida por un ingreso por persona inferior a 1,25 dólares de los Estados Unidos al día 1.2 Para 2030, reducir al menos a la mitad la proporción de hombres, mujeres y niños de todas las edades que viven en la pobreza en todas sus dimensiones con arreglo a las definiciones nacionales 1.3 Poner en práctica a nivel nacional sistemas y medidas apropiadas de protección social para todos, incluidos niveles mínimos, y, para 2030, lograr una amplia cobertura de los pobres y los vulnerables”. Por otra parte, su objetivo 8 es el de promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos, con mención expresa a “8.3 Promover políticas orientadas al desarrollo que apoyen las actividades productivas, la creación de empleo decente, el emprendimiento, la creatividad y la innovación, y alentar la oficialización y el crecimiento de las microempresas y las pequeñas y medianas empresas, entre otras cosas mediante el acceso a servicios financieros 8.5 Para 2030, lograr el empleo pleno y productivo y garantizar un trabajo decente para todos los hombres y mujeres, incluidos los jóvenes y las personas con discapacidad, y la igualdad de remuneración por trabajo de igual valor 8.8 Proteger los derechos laborales y promover un entorno de trabajo seguro y protegido para todos los trabajadores, incluidos los trabajadores migrantes, en particular las mujeres migrantes y las personas con empleos precarios”. Probablemente, lo dejo apuntado, el logro del trabajo decente para los trabajadores migrante sea uno de los retos más acuciante, tanto presente como de inmediato futuro.

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3. ¿Qué es el trabajo decente?

A) Hace ya casi veinte años, el entonces director general de la OIT, Juan Somavía, presentaba la Memoria a la Conferencia Internacional de1999, que llevaba por título “Trabajo decente”, en cuyo prólogo se afirmaba que proponía “una finalidad primordial para la OIT en estos momentos de transición mundial, a saber, la disponibilidad de un trabajo decente para los hombres y las mujeres del mundo entero. Es la necesidad más difundida, que comparten los individuos, las familias y las comunidades en todo tipo de sociedad y nivel de desarrollo. El trabajo decente es una reivindicación mundial con la que están confrontados los dirigentes políticos y de empresa de todo el mundo. Nuestro futuro común depende en gran parte de cómo hagamos frente a ese desafío”.

A partir de entonces han sido numerosos los documentos elaborados sobre el trabajo decente, conceptuado en términos generales como “el trabajo productivo para los hombres y mujeres en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad humana”, y ya concretado en los programas de trabajo decente (PTD) por países, que reposan sobre  cuatro pilares, que son la creación de empleo y el desarrollo de las empresas, la protección social, las normas y derechos en el trabajo, y la gobernanza y diálogo social.

Se ha destacado en las conclusiones del Simposio de Santa Cruz de La Palma, y lo subrayo por su estrecha relación con lo anterior, que “Los puntos de partida para afrontar la consecución de un futuro basado en trabajo decente deben tener en cuenta, al menos, los cuatro elementos siguientes: los convenios internacionales del trabajo de la Declaración de 1998, a los que se podría añadir otros, como el Convenio 158 sobre terminación de la relación de trabajo, el 131 sobre métodos de fijación de salarios a través de consultas y negociación colectiva y los convenios 1 y 30 sobre limitación de la jornada; la protección social del trabajo asalariado y dependiente, con independencia de las estipulaciones contractuales; el rescate de la presunción de laboralidad y el principio de primacía de la realidad y el refuerzo de la libertad sindical”.

La necesidad de tener en consideración la realidad económica y social de cada país en la puesta en marcha de los PTD, al mismo tiempo que garantizando su cobertura a escala mundial, ha sido reiteradamente subrayada en los estudios e informes de la OIT, de los que ahora me interesar destacar la “Guía práctica para la incorporación sistemática del trabajo y empleo decente” en la que se pone de manifiesto, muy correctamente a mi parecer, que “Mientras que, por una parte, es necesario crear un entorno mundial favorable al empleo y al trabajo decente, por otra parte también hace falta fomentar y apoyar la acción en los niveles local y comunitario a fin de beneficiar a la mayor parte de la fuerza de trabajo de todos los países, cualquiera que sea su nivel de desarrollo, y en particular de los países en desarrollo, en los cuales debería prestarse especial atención a la necesidad de mejorar la economía informal, el sector agrícola y las microempresas y pequeñas empresas”.

El reto de todas las políticas sobre el empleo y trabajo decente, sigue señalando la guía con acierto, es el de “generar un cambio de paradigma en nuestro pensamiento, de forma que consideremos los resultados que nuestras políticas y programas pueden tener en el empleo y el trabajo decente antes de su formulación, a fin de minimizar los efectos adversos y de potenciar al máximo los resultados positivos”, enfatizando, y la referencia cobra especial importancia porque también se la ha dado el Informe presentado el pasado 22 de enero por la Comisión Mundial sobre el futuro del trabajo y que lleva por título “Trabajar para un futuro más prometedor”, que “se trata de una dificultad a la que también tuvimos que hacer frente durante el proceso de incorporación de las cuestiones de género, pero que se ha superado poco a poco, como lo demuestra el hecho de que la perspectiva de género se utiliza ahora habitualmente en la formulación de las políticas y los programas”.

B) En la Conferencia internacional del Trabajo de 2017 fue presentado el “Informe VI Principios y derechos fundamentales en el trabajo: Retos y oportunidades (Discusión recurrente sobre el objetivo estratégico relativo a los principios y derechos fundamentales en el trabajo, con arreglo al seguimiento de la Declaración de la OIT sobre la justicia social para una globalización equitativa, 2008)”.

En dicho texto se recuerda cuáles eran los objetivos estratégicos definidos por la OIT, que desarrollaban las líneas generales apuntadas años antes, sobre el trabajo decente, destacando la importancia de avanzar su seguimiento y actualización, o de puesta en práctica en aquellos países que aún no lo hubieran hecho, dados los nuevos desafíos en el mundo laboral, entre los que se citaban de forma expresa “la gobernanza del mercado de trabajo, la naturaleza de la relación de trabajo y el propio futuro del trabajo”, al tiempo que subraya el crecimiento de las desigualdades, “que han venido a agravar el estancamiento de los salarios y el aumento de la inseguridad del empleo, factores que también han contribuido a la polarización del discurso político en muchos países”.

En el Informe se afirma que los responsables de las políticas “están teniendo que abordar nuevas cuestiones derivadas de la expansión de diversas formas de empleo y adoptan una combinación de políticas destinadas a fomentar el empleo y que a la vez preservan los derechos en el trabajo”.  A buen seguro que, acercándonos a las realidades más concretas de nuestro mercado laboral, podemos estar pensando en la problemática laboral de las personas que prestan sus servicios para las plataformas tecnológicas. 

C) Un año antes, en la Conferencia de 2016, se había aprobado la Resolución sobre “El avance de la justicia social mediante el trabajo decente. Evaluación del impacto de la Declaración de la OIT sobre la justicia social para una globalización equitativa y conclusiones sobre la acción futura”, en la que se enfatizaba con acierto que el trabajo decente “se reconoce ahora ampliamente como un objetivo mundial”, y que algunas de las normas aprobadas en los últimos años encuentran su punto de referencia en la citada Declaración, como son la Recomendación (2012) sobre los pisos de protección social, el Protocolo (2014) relativo al Convenio sobre el trabajo forzoso de 1930, y la Recomendación (2015) sobre la transición de la economía informal a la formal”, así como también que en todos los programas puestos en marcha en los distintos Estados se ha tratado de incluir los cuatro objetivos estratégicos, además también de la igualdad de género y la no discriminación “como cuestiones transversales”.

Es probablemente en esta Resolución donde mejor se sintetiza qué políticas debe llevarse a cabo para lograr aquellos objetivos y principios estratégicos, en el marco de una realidad caracterizada por profundos cambios tecnológicos, sociales, demográficos, económicos y ambientales, y que por su importancia me permito ahora reproducir: “a) el empleo mediante la creación de un entorno institucional y económico propicio para que las empresas sean productivas, rentables y sostenibles, junto con una economía social sólida y un sector público viable, a fin de fomentar un crecimiento incluyente, empleo y oportunidades de ingresos; b) la protección social — seguridad social y protección de los trabajadores — a fin de garantizar a todos una distribución equitativa de los frutos del progreso; c) el diálogo social y el tripartismo como medio esencial para el logro efectivo de los cuatro objetivos estratégicos a nivel nacional, regional e internacional; d) los principios y derechos fundamentales en el trabajo, que son universales e inmutables, así como su importancia particular como derechos y como condiciones propicias, en particular la libertad sindical y de asociación y la negociación colectiva; e) la igualdad de género y la no discriminación también como cuestiones transversales en cada uno de los cuatro objetivos estratégicos”.

D) Si centramos nuestra atención en una concreta realidad productiva, la de las cadenas mundiales de suministro, es importante destacar que la OIT ha dedicado especial atención a cómo abordar la problemática del trabajo decente en las mismas.

En la Conferencia Internacional de 2016, el Informe IV estuvo dedicado a “El trabajo decente en las cadenas mundiales de suministro”, justificado por la necesidad de abordar la repercusión que la actividad de dichas cadenas tiene sobre el empleo y las relaciones laborales individuales y colectivas, bastando ahora con recordar que se define como tales a “toda organización transfronteriza de las actividades necesarias para producir bienes o servicios y llevarlos hasta los consumidores, sirviéndose de distintos insumos en las diversas fases de desarrollo, producción y entrega o prestación de dichos bienes y servicios”.

Como continuación de las actividades de la OIT en este ámbito, la reunión de expertos en la materia, celebrada en Ginebra del 21 al 23 de noviembre de 2017, aprobó las conclusiones “sobre la promoción del trabajo decente y la protección de los principios y derechos fundamentales en el trabajo para los trabajadores de las zonas francas industriales (ZFI)”, en las que junto a los aspectos positivos de desarrollo económico y creación de empleo que pueden significar para el país en cuestión, se constatan también “desafíos y déficits en materia de derechos fundamentales y trabajo decente en múltiples ZFI”, por lo que se pide a los Estados que estos “no se vean comprometidos en las políticas destinadas a atraer a inversores a las ZFI”, en especial por lo que respecta a los derechos colectivos de libertad sindical y negociación colectiva.

Más ampliamente, y a fin y efecto de garantizar el respeto a los derechos de las personas trabajadores, que no es otra cosa que el respeto a un empleo pleno y productivo y al trabajo decente, se indica que los gobiernos deberían “deberían promover la negociación colectiva y velar por un entorno propicio para unas relaciones laborales sostenibles; mejorar las condiciones de trabajo y los dispositivos de protección social, incluida la protección de la maternidad; adoptar medidas apropiadas a fin de que las formas atípicas de empleo no se usen para conculcar los derechos de los trabajadores; desarrollar sistemas de seguridad y salud en el trabajo que también se apliquen en las ZFI; reforzar la inspección del trabajo en las ZFI y facilitar un acceso rápido a vías de reparación efectiva cuando se haya confirmado una vulneración; fomentar el diálogo a nivel nacional, regional y local a fin de identificar los retos que plantean las ZFI; y ayudar a las empresas a ejercer la debida diligencia. En términos más generales, deberían adoptar políticas industriales para posibilitar una diversificación con actividades económicas de mayor valor añadido y reforzar el desarrollo de competencias”. 

E) Me refiero a continuación al Estudio general presentado en la Conferencia Internacional de 2018, “relativo a los instrumentos sobre el tiempo de trabajo” (Informe III, parte B), incluido en el tercer punto del orden del día, dedicado a las informaciones y memorias sobre la aplicación de Convenios y Recomendaciones.

El documento dedica un amplio apartado a la relación entre tiempo de trabajo y trabajo decente, uniendo ambos en el rótulo “tiempo de trabajo decente en un mundo laboral en transformación”, para poner de manifiesto la importancia que tiene la organización del tiempo de trabajo en la vida de las personas y de las empresas (mucho más, añado yo ahora, ante la importancia que ha adquirido la tecnología, que hace muy borrosa en muchas ocasiones la distinción clásica entre “tiempo de trabajo” y “tiempo libre o disponible), y que como consecuencia de ello, y con la posible excepción de los salarios (que ciertamente son el punto de referencia más relevante para la mayor parte de las personas trabajadoras), el tiempo (yo diría más bien “los tiempos”) de trabajo, es la condición laboral “que tiene un impacto más directo en la vida cotidiana de los trabajadores”, ya que su cantidad y distribución afectan no sólo al esfuerzo físico y/o psíquico de quien trabaja, sino también a la calidad del trabajo efectuado, y tiene considerables repercusiones sobre los “tiempos de vida” de las personas fuera del ámbito laboral, e igualmente dicha cantidad y distribución es de interés para el mundo empresarial a fin y efecto de poder organizar el trabajo de manera eficaz y a fin también de conseguir el mayor y mejor resultado en términos de rendimiento, productividad y competitividad: No menos importante es la afectación de la organización de la vida laboral, concretada ahora en los tiempos de trabajo, en la organización de la sociedad en general y cómo debe ser abordada por quienes gobiernan (piénsese, por poner dos ejemplos muy prácticos, en su afectación a la política de transportes y a la de los horarios escolares).

Especialmente importante me parece que el Estudio subraye que la tecnología tiene aspectos ciertamente positivos por posibilitar una mayor participación en el mercado de trabajo de personas que tienen más dificultades para hacerlo en el marco de una organización empresarial clásica, pero que al mismo tiempo “también puede tener efectos negativos sobre la salud y el bienestar de los trabajadores debido a que los límites entre el trabajo y la vida privada tienden a difuminarse. Aunque tradicionalmente éste ha sido un rasgo del trabajo de las mujeres, quienes suelen realizar una buena parte de su trabajo no remunerado en su domicilio (tal como, lavar la ropa, cuidar a los niños, trabajar a destajo, etc.), con las nuevas tecnologías el fenómeno del trabajo a domicilio se ha incrementado exponencialmente”, encontrando una nueva y relevante referencia al trabajo femenino y la creciente participación de la mujer en la vida laboral, cuando enfatiza que la feminización de los mercados de trabajo “pone de relieve de diferentes maneras los problemas relacionados con el tiempo de trabajo” (¿cómo y cuándo se concilia? ¿cómo se distribuyen las tareas familiares? ¿qué impacto tiene sobre el mercado de trabajo la externalización de tareas – hacia otras mujeres en su gran mayoría – que anteriormente se desarrollaban en el seno de la unidad familiar por la mujer?).

En conclusión, y tras un amplísimo repaso a toda la problemática de la organización y distribución del tiempo de trabajo, y de sus efectos en términos de cantidad y calidad sobre las personas en general, no sólo sobre las trabajadoras, el documento concluye, con plenos acierto a mi parecer, que la cuestión del tiempo de trabajo “se ha convertido en un elemento clave del Programa de Trabajo Decente de la OIT, en el marco más amplio de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y en particular del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 8, para promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos”.

F) A continuación, quiero referirme al informe anual elaborado por la OIT sobre las tendencias de empleo, publicado el 22 de enero de 2018, ya que es el que nos acerca a las realidades, y problemas, más actuales del mundo del trabajo y nos describe los retos y desafíos que siguen existiendo para avanzar hacia el logro del empleo pleno y productivo y del trabajo decente para todos.

Un amplio capítulo del Informe está destinado a la transformación estructural que se está operando en el trabajo, y por consiguiente también en el mercado laboral, y cuáles son sus implicaciones para la calidad del trabajo, siempre planteada por la OIT desde cómo facilitar a toda persona trabajadora un empleo digno y decente. Hay una constatación generalizada de desplazamiento, o reasignación, de trabajadores entre sectores productivos como consecuencia de diversos factores económicos y sociales que afectan a nuestras sociedades, entre los que se listan “los avances tecnológicos, la acumulación de capital, la globalización, la tecnología y las políticas gubernamentales”, en el bien entendido que el sector servicios seguirá experimentando incrementos (en los países desarrollados supone el 75 % de la población trabajadora,  y más concretamente un 41 % en los servicios de mercado) y el sector de la agricultura mantendrá su tendencia descendente, siendo en este sector muy importantes las diferencias porcentuales entre los países en desarrollo (que ocupan al 70 % de su población trabajadora en la agricultura), aquellos con rentas medias bajas (40 ), los de rentas medias altas (16 %) y los países desarrollados ( 3%)

La llamada “desindustrialización precoz”, es decir el menor crecimiento de la actividad industrial en los países con menores ingresos con ocasión de la reasignación de factores de producción, lleva a la OIT a ser prudente, y manifestar dudas, con respecto al posible cambio positivo de la calidad del empleo en el tránsito del sector agrícola al de servicios, ya que en estos últimos hay una buena gama de empleo cuyas condiciones laborales son inferiores a los de la industria, en el bien entendido que esta problemática también afecta a los países desarrollados y puede provocar un incremento del empleo a tiempo parcial y el subempleo por insuficiencia de horas de trabajo.

De ahí que la OIT tenga un punto de preocupación a mi parecer incluso algo superior al manifestado en Informes de años anteriores, al afirmar que “el rumbo previsto de la transformación estructural parece tener escasas posibilidades de suscitar mejoras generalizadas de las condiciones de trabajo”, que “la mejora de las condiciones de trabajo depende de la capacidad de los trabajadores para encontrar empleos con mejores condiciones de trabajo en los sectores a los que están pasando, lo que no está garantizado en absoluto”, que un incremento de número de trabajadores que pasen de la agricultura a los servicios no implica necesariamente un descenso en la incidencia de la informalidad laboral, y poniendo de manifiesto que “para obtener los resultados de la transformación estructural en materia de trabajo decente primero se habrán de emprender iniciativas políticas firmes que impulsen la formalización, el empleo de calidad y la productividad en el sector de los servicios”.

G) Es conveniente referirse ahora al “Informe inicial” elaborado por la Oficina Internacional del Trabajo de manera específica para la primera reunión de la Comisión de Expertas y Expertos creada con ocasión de la puesta en marcha de la Iniciativa sobre el Futuro del Trabajo, celebrada el 21 de septiembre de 2018. El Informe repasa de manera general cuáles son las grandes tendencias e implicaciones para el futuro del trabajo, y en ellas centro ahora mi atención.

Se concentra en primer lugar en la globalización, que abarca “la internacionalización de la producción, las finanzas (incluidas las remesas), el comercio y  la migración”, siendo relevante destacar el importante estancamiento del comercio que se ha producido en los últimos años, y que desde luego no parece que vaya a mejorar si se confirma el proteccionismo comercial del gobierno estadounidense, y que tiene además especial impacto sobre el empleo a escala mundial, ya que una parte importante del mismo se concentra en las llamadas cadenas mundiales de suministro (ámbito de actividad en donde se opera la fragmentación de la producción en tareas y actividades), de tal manera que el Informe se plantea, y  no tiene respuesta concreta, que conforme se ralentiza el comercio “se desconoce si las cadenas mundiales de suministro y la fragmentación de la producción seguirá creciendo o si cambiará su naturaleza”.

Respecto a la tecnología, se destaca su impacto transformador sobre la naturaleza del trabajo, mucho más que en etapas históricas anteriores, poniendo de manifiesto la divergencia de tesis existentes sobre el impacto creador, neutro o destructor de la misma en términos de empleo, aunque de lo que no parece haber duda es de que afecta en gran medidas a las competencias y habilidades personales, y que provoca una polarización entre los niveles altos y bajos de cualificación profesional de las personas trabajadoras, con un impacto igualmente importante sobre el crecimiento de las diferencias salariales. Para los autores del Informe, el impacto de la tecnología en el mundo del trabajo dependerá “de cómo se distribuyan los beneficios, dado el aumento de la desigualdad de los ingresos entre países y regiones, y de si la transición crea trabajo decente y de calidad”.

El Informe cita, no podría ser de otra, la demografía, el cambio demográfico, como uno de los retos y tendencias más relevantes, poniendo de manifiesto el diferente impacto que tiene en las diversas regiones mundiales según que en cada una de ella se produzca un incremento del número de personas jóvenes o de personas de edad avanzada, destacándose la gran diferencia entre países emergentes y en desarrollo, en los que sus dinámicas demográficas “han llevado a un aumento de la población joven que accede al mercado de trabajo”, mientras que en los países desarrollados el dato prevalente es el progresivo envejecimiento de la población y el incremento de la tasa de dependencia, ya que si en 1950 la proporción era de ocho mayores de 65 años por cada cien personas en edad de trabajar, la cifra ya era de doce en 2015, previéndose que puede llegar a dieciocho en 2030, y de ahí que se plantee el recurso de acudir a la migración para dar respuesta a la disminución de la fuerza laboral, sin olvidar el potencial de creación de empleo en sectores vinculados a las personas de edad, como son entre otros los de salud y los de cuidados de larga duración.

La importancia del cambio climático a efectos laborales es también enfatizada en el documento, insistiéndose en la importancia de reducir las emisiones y lograr una transición hacia una economía más ecológica que atenúe, por los menos, situaciones ya graves que se han producido como “el desplome de la pesca, la degradación del suelo, las migraciones forzosas, la contaminación de la atmósfera y de los acuíferos, y la pérdida de la diversidad”. No es especialmente optimista el Informe al abordar esta temática, poniendo de manifiesto que “La relación entre el desarrollo económico y el medio ambiente ha dado un giro: la degradación continua de nuestro entorno va camino de destruir empleos y medios de subsistencia, y son los grupos vulnerables quienes perciben sus efectos de modo más riguroso, entre ellos los desplazados de sus hogares como resultado de los desastres relacionados con el cambio climático, los pueblos indígenas y tribales y los pobres”.

Al igual que ocurrirá, mejor dicho, que ya está ocurriendo, con el cambio tecnológico por su impacto sobre el empleo, los nuevos empleos que puedan crearse en el marco de esta economía menos contaminante y más ecológica deberán adaptarse a tales cambios, con nuevas cualificaciones y perfiles de los puestos de trabajo, pero además también habrá que tomar en consideración la adaptación de los entornos y las prácticas de trabajo, así como también de los diseños de productos y su manufactura. En definitiva, habrá que adoptar medidas para que se produzca una “transición justa” entre un modelo y otro, que deberán prestar atención especial a las personas trabajadoras, ya que aquello implicará sin duda “desplazamientos entre unos sectores y otros, y cambios en las cualificaciones requeridas, tanto para las empresas como para los individuos”.

H) Por último, quiero referirme al ya antes citado Informe presentado el 22 de enero por la comisión mundial sobre el futuro del trabajo, que lleva por título “Trabajar para un futuro más prometedor”.

La lectura del documento, calificado por quienes lo han elaborado como “el principio del viaje”, es altamente recomendable para todas las personas interesadas en el mundo del trabajo, de cara tanto a conocer cuál es su realidad actual (aunque ciertamente en este terreno hay que acudir para mucho más detalle a los informes anuales sobre las tendencias del empleo) como muy especialmente qué medidas hay que adoptar para conseguir que el futuro sea, como reza el título del informe, “más prometedor”.

Un documento, en el que se subraya, con pleno acierto a mi parecer, que “no es la primera vez que una alteración tan profunda del mundo del trabajo ha requerido una respuesta colectiva  y mundial”, recordando como fueron las consecuencias de la primera guerra mundial las que sentaron las bases para la creación de la OIT para tratar de evitar que se volvieran a producir situaciones como las vividas, sufridas, en los cinco años anteriores, llegándose a la suscripción de un “contrato social universal”, reiterado y profundizado en la Declaración de Filadelfia de 1944, que sigue siendo hoy, se subraya en el informe, “el más ambicioso de la historia”, trasladado, con las necesarias matizaciones y especificidades, a los marcos estatales, aunque de manera desigual y en ocasiones dejando fuera del mismo a parte de sus poblaciones, y que requiere de un nuevo impulso para afrontar los cambios que están sucediéndose de manera vertiginosa en el mundo laboral. Por ello, me parece acertada la idea-eje central sobre la que se articula el documento, cuál es la de tratarse de un programa centrado en las personas para el futuro del trabajo, desagregada en tres ideas-eje más concretas, cuales son invertir en las capacidades de las personas, en las instituciones del trabajo, y en el trabajo decente y sostenible, con un objetivo que sigue siendo el que presidió la creación de la OIT y las acciones que ha venido desarrollando desde entonces, cual es que “a cambio de la contribución de los trabajadores al crecimiento y la prosperidad se les garantiza una participación equitativa en ese progreso, se respetan sus derechos y se les protege contra algunos de los aspectos más espinosos de la economía de mercado”. 

a) El documento subraya primeramente la importancia de invertir en las capacidades de las personas, e incluye cuatro elementos básicos que deben ser aplicados por todos los países, que son “un derecho universal al aprendizaje permanente, el apoyo a las personas en las transiciones, una agenda transformadora para la igualdad de género y una protección social más sólida”.

Respecto al primero, y en una línea semejante a la existente en algunos países desarrollados, me parece importante destacar la propuesta de establecer “un sistema rediseñado de «seguro de empleo» o de «fondos sociales» que permita a los trabajadores tomarse tiempo libre remunerado de sus trabajos para participar en la formación. Se podría reconocer a los trabajadores el derecho a un determinado número de horas de formación, independientemente del tipo de trabajo que hagan”, enfatizando que este sistema “tiene la ventaja de apoyar a los trabajadores más vulnerables mediante su formación continua, en particular a los trabajadores por cuenta propia o los trabajadores de las pequeñas y medianas empresas, que tienen menos posibilidades de beneficiarse de la formación financiada por el empleador”.

En cuanto al apoyo a las personas a lo largo de las transiciones del futuro del trabajo, se pone especial atención tanto en las medidas dirigidas a jóvenes, con políticas de formación, aprendizaje y emprendimiento que permitan la inclusión de todos ellos, como en las enfocadas a la población de edad avanzada “para ampliar sus opciones y favorecer una sociedad activa a lo largo de toda la vida”. Me quedo, como idea relevante de este segundo elemento, con la propuesta de elaborar “nuevos mecanismos para rediseñar el seguro de desempleo, la formación y los permisos como el «seguro de empleo», así como para mejorar la empleabilidad (por ejemplo, la formación para el empleo, el trabajo por cuenta propia o la iniciativa empresarial) y empoderar a los trabajadores de manera que sepan reorientar sus vidas ante la pérdida de puestos de trabajo”.

En relación con la agenda transformadora para lograr la igualdad de género, más allá de las medidas necesarias que deben adoptarse en el ámbito de las relaciones de trabajo (una buena noticia es el acuerdo alcanzado el 24 de enero entre el Consejo y el Parlamento Europeo sobre la directiva para la conciliación de la vida familiar y laboral[8], que establece el mínimo de cuatro meses de permiso de paternidad y maternidad, dos de los cuales deberán ser intransferibles y remunerados, cómo mínimo del 65% del sueldo neto, con obligación empresarial de dar diez días a sus empleados por el nacimiento de sus hijos, y la asignación de cinco días por trabajador y año como permiso para cuidadores, además de abrir el abanico de opciones para acogerse a un trabajo flexible en materia de jornada y salario), hay que cambiar cómo se mide y valora el trabajo, para conocer exactamente la importancia de aquel que no entra en los circuitos de la actividad estadísticamente productiva, recomendando el informe que “se adopten medidas para garantizar la rendición de cuentas con el fin de impulsar la igualdad de género. Importa lo que medimos. Tener en cuenta el trabajo de prestación de cuidados no remunerado puede cambiar la reflexión acerca de su valor y puede revelar un panorama más exacto del bienestar nacional y mundial. Las políticas de transparencia salarial, como el cumplimiento de requisitos obligatorios de presentación de información y otras medidas que protegen el derecho de los trabajadores a compartir información, pueden arrojar luz sobre la magnitud de las diferencias salariales basadas en el género y facilitar que se corrijan”. Es especialmente interesante, tal como ha sido puesto ya de manifiesto en estudios elaborados sobre dicha temática, que hay que corregir el posible sesgo negativo de género en los algoritmos utilizados para encontrar puestos de trabajo, y de ahí que el informe recomiende “que se adopten medidas concretas para garantizar la igualdad de oportunidades y la igualdad de género en los puestos de trabajo del mañana que las nuevas tecnologías harán posible”.

Por fin, sobre el fortalecimiento de la protección social, se enfatiza la necesidad de disponer, ante los cambios que ya se están produciendo, y que seguirán con mayor intensidad, en el mundo del trabajo, de un sistema que dé respuesta a tales cambios y que ha de basarse “en los principios de solidaridad y de reparto de los riesgos que ayude a satisfacer las necesidades de las personas a lo largo del ciclo de vida”, y, más importante si cabe, que llegue a todos los trabajadores, sea cual sea la forma de trabajo, con mención expresa a la inclusión de los trabajadores por cuenta propia, no descartando en modo alguno, si fuera necesario por la insuficiencia económica para alcanzar tal objetivo, reasignar el gasto público y proceder al aumento de los ingresos fiscales.

b) La Comisión también pide invertir en las instituciones del trabajo, y hemos de partir de una tesis central que no por ser repetida una y mil veces deja de tener un valor fundamental: el trabajo no es una mercancía, y los trabajadores “son seres humanos, con derechos, necesidades y aspiraciones”. Por ello, disponer de unos derechos en la vida laboral es determinante y necesario para conseguir esa cohesión social de la que tan necesitados estamos en estos momentos en gran parte de los Estados miembros de la OIT.

No es de extrañar que una de las medidas propuestas en el Informe que ha recibido más atención en los ya numerosos artículos publicados en los medios de comunicaciones y en las redes sociales sea la del establecimiento de una “garantía social universal`”, que incluya algo que ya existe en buena parte de los Estados miembros pero que constituye un objetivo a alcanzar en los restantes, además de velar por su estricto cumplimiento en todos en los que existen, como son proteger los derechos fundamentales de los trabajadores (la remisión a los ocho convenios fundamentales de la OIT es aquí obligada, con mención a los derechos de libertad sindical y  negociación colectiva, la prohibición del trabajo forzoso y del infantil, y la prohibición de todo tipo de discriminación), un “salario vital adecuado”, limitar el tiempo de trabajo y garantizar la seguridad y salud en el lugar donde se preste la actividad, poniendo acertadamente de manifiesto la interconexión existente entre todos ellos.

También se propone “ampliar la soberanía sobre el tiempo”, para satisfacer, aprovechando las posibilidades que la tecnología ofrece, las necesidades e intereses tanto de los empleadores como de los trabajadores, evitando que se difumine o se convierta en inexistente la línea divisoria entre tiempo “laboral” y tiempo “personal”, o lo que es lo mismo, hablamos del conocido como “derecho a la desconexión digital”. Pero, obsérvese bien que esta situación no sólo afecta a quienes tienen una jornada y horario de trabajo más o menos conocido y estable, sino también, y desde una perspectiva mucho más negativa, a quienes trabajan pocas horas habitualmente o que deben estar pendientes (“trabajo a la llamada”) del requerimiento empresarial para prestar sus servicios (contrato de cero horas). Es decir, las dificultades entre la conciliación de los tiempos de vida personal y de trabajo no afectan solo a los primeros, sino, como explica muy acertadamente el Informe, también a los segundos, ya que “casi uno de cada cinco trabajadores de todo el mundo que trabaja pocas horas señala que le gustaría trabajar más horas. Para muchos de ellos, las horas de trabajo pueden variar mucho y ser impredecibles, sin un número garantizado de horas semanales de trabajo remunerado, y con poco o ningún derecho a escoger cuándo trabajan”. 

Es decir, la autonomía debe predicarse para todos  los trabajadores, yendo el informe en la misma línea que se propone  por las organizaciones sindicales en sus propuestas a las instituciones comunitarias sobre cómo garantizar condiciones de trabajo transparentes y previsibles, recomendando que a efectos de disponer de mayor conocimiento y mayor soberanía sobre su tiempo “se adopten medidas de reglamentación apropiadas que establezcan un número mínimo de horas garantizadas y previsibles”, así como también que “se deberían adoptar otras medidas para compensar el horario variable con una prima por un trabajo que no está garantizado y una remuneración por tiempo de espera para compensar los periodos en los que los trabajadores por hora están «de guardia»”.

Invertir en las instituciones del trabajo significa igualmente revitalizar la representación colectiva, adoptándose por los Estados políticas públicas que promuevan la representación colectiva y el diálogo social, con reivindicación del papel central que han de tener las organizaciones representativas de trabajadores y empresarios en dicha revitalización, subrayándose con preocupación los efectos negativos que la concentración del poder económico y el debilitamiento de las organizaciones sindicales y de la negociación colectiva ha tenido sobre el incremento de la desigualdad. Para que puedan cumplir eficazmente su laboral se pide, y me consta que muchas organizaciones ya lo están haciendo desde hace tiempo, que las organizaciones sindicales se adapten a los cambios tecnológicos y a la cambiante composición de la población de trabajadora, en la que un número que cada vez más va en aumento no se inserta en los circuitos hasta hace poco tiempo ordinarios de la actividad productiva, además de establecer y forjar alianzas con otras organizaciones sociales. La revitalización de la negociación colectiva ha de significar la de la política salarial, con mejoras salariales que afecten positivamente a todo tipo de trabajadores, incluyendo pues a los que se encuentran en la economía informal.

En fin, especial atención presta el informe a uno de los ejes concretos en los que se desagrega el de invertir en la instituciones, cuál es el de la utilización de la tecnología para potenciar el trabajo decente y “bajo  control humano”, ya que, se vuelve a insistir, el trabajo  no es una mercancía y el trabajador no es un robot, poniendo de manifiesto que “La realización del potencial de la tecnología en el futuro del trabajo depende de decisiones fundamentales en relación con la concepción del trabajo, que podrían implicar debates en profundidad entre trabajadores y directivos para el «diseño» de los puestos de trabajo”. El informe aboga por el establecimiento de un sistema de gobernanza internacional de las plataformas digitales de trabajo que “establezca y exija que las plataformas (y sus clientes) respeten ciertos derechos y protecciones”, poniendo como posible ejemplo a tomar en consideración el Convenio sobre trabajo marítimo de 2006, que no es “sino un código mundial para las gentes del mar”.

El informe, en la misma línea que la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre el convenio europeo que recoge tales derechos, el Reglamento comunitario sobre protección de datos personales y la reciente Ley orgánica española sobre protección de datos y garantía de los derechos digitales, llama a las empresas a asegurarse de  que “cuentan con políticas de transparencia y de protección de datos para que los trabajadores sepan qué información se está rastreando”, así como de la obligación de informarles “de cualquier control que se realice en el lugar de trabajo e imponer límites a la recopilación de datos que puedan dar lugar a discriminación”. En definitiva, una política de aplicación de la tecnología en la vida laboral que debe tener como objetivo, y no es de menor importancia, “que se respete la dignidad de los trabajadores”.  

c) Por último, el tercer eje central del informe es el de invertir en trabajo decente y sostenible. En este punto se plantea primeramente la conveniencia de adoptar incentivos para promover inversiones en las que se califican de “áreas clave que promuevan el trabajo decente y sostenible”, en línea con las recomendaciones formuladas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030, haciendo por ejemplo expresa mención a que la economía de los cuidados “podría generar más de 475 millones de empleo en todo el mundo para 2030”, que medidas necesarias para mitigar el cambio climático, apostar por la economía verde, las energías renovables y la construcción y el acondicionamiento medioambiental sostenibles, reforzar inversiones en la economía rural (de la que se recuerda que sigue ocupando a “más de dos de cada cinco trabajadores del mundo), o la mejora de la modernización de la agricultura de la agricultura de subsistencia a pequeña escala, son todas ellas necesarias para mejorar las condiciones de vida y de trabajo de gran parte de la población mundial, y que además, y con independencia de cuáles sean las áreas de inversión económica que elija cada país, “será un requisito indispensable disponer de unas infraestructuras físicas, digitales y sociales, en particular de servicios públicos de alta calidad”.

Por fin, se trata de reorientar los incentivos hacia un modelo empresarial y económico, leit motiv del informe, “centrado en las personas”, pidiendo un cambio en la gobernanza y la conducta empresariales que pasa por una mayor transparencia y rendición de cuentas de sus actividades, manifestando el informe su preocupación “por la concentración de poder en manos de las empresas tecnológicas actuales”, apoyando las iniciativas internacionales, existentes o en marcha, “para promover más competitividad por la innovación y el desarrollo de empresas que se adapten mejor a la consecución de objetivos sociales”.

Especialmente importante me parece su propuesta (que no es una novedad en el panorama internacional, pero que tiene la fuerza de provenir de una institución de la importancia de la OIT) de cambiar los criterios para medir el progreso social y económico, cuestionado que solo el producto interior bruto deba ser el criterio de referencia. Por su interés, reproduzco este breve fragmento del informe: “Esto se debe a que el PIB mide únicamente el valor monetario de los bienes y servicios producidos por las personas y las unidades económicas, incluido el gasto público. Es un criterio incompleto de creación de valor y, por sí mismo, un indicador insuficiente del éxito de las políticas aplicadas. Por tanto, nos sumamos a los numerosos llamamientos a que se incluyan otros indicadores complementarios del PIB que alienten y determinen con más precisión el progreso en la ejecución del programa centrado en las personas. Recomendamos la concepción y la aplicación de un indicador para el trabajo no remunerado realizado en los hogares y en las comunidades. Esto nos permitiría contar con una medida global del valor general del trabajo realizado en la sociedad y facilitaría a los gobiernos la formulación de políticas en apoyo de los sectores remunerados y no remunerados de la fuerza de trabajo, y en particular de la economía de los cuidados. Además, recomendamos el desarrollo de un indicador que refleje las externalidades de la actividad económica, especialmente las relativas al medioambiente, incluidos los costos de saneamiento y del cuidado de la salud. Por último, recomendamos la creación de uno o varios indicadores para medir las dimensiones relativas a la distribución y la equidad del crecimiento económico, que abarcarían la evolución de la renta familiar y el acceso a la educación, la salud y la vivienda”.
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4. Concluyo mi intervención nuevamente haciendo referencia a las conclusiones del simposio de Santa Cruz de La Palma y hago mía una de ellas que creo que refleja muy bien los retos con los que nos enfrenamos en el inmediato futuro: “.. Es indispensable prepararse y anticiparse para lograr gestionar eficazmente los riesgos y las oportunidades de las transiciones en las que estamos inmersos con el objetivo de la OIT de asegurar el trabajo decente, expresión de la “justicia o equidad transicional” en las distintas transiciones: tecnológica, demográfica, climático-energética y económica…”.

Muchas gracias. 
 







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