domingo, 20 de octubre de 2019

Empleo y pobreza, o de como un mal trabajo no permite salir de la pobreza, y sobre la necesidad de políticas integrales de apoyo a los ingresos y activas de mercado de trabajo. (Notas al 9º informe EAPN y al informe de la OIT sobre la promoción del trabajo decente).


1. El día 17 de octubre, declarado por la ONU en la resolución aprobada por la Asamblea generalel 31 de marzo de 1993, día internacional para la erradicación de la pobreza, se presentó el 9º Informe (2019) de la Red Europea Contra la Pobreza(EAPN-España) sobre el seguimiento del indicador de pobreza y exclusión social en España 2008-2018, cuya autoría  corresponde a Juan Carlos Llano Ortiz, en coordinación con la secretaría técnica del organismos.


Conviene recordar, que EAPN-ES “nace en 1991 y se refunda en 2004 como red de ONG comprometidas por la inclusión social de personas que sufren pobreza y exclusión social. Actualmente está compuesta por 19 redes autonómicas, en el seno de las cuales pueden encontrarse organizaciones tan diversas como fundaciones, federaciones, asociaciones locales, sindicatos y ONGs autonómicas y locales, y 16 entidades de ámbito estatal, todas ellas de carácter no lucrativo y con un componente común: la lucha contra la pobreza y la exclusión social (entre ellas Plena inclusión)”.


2. Vuelvo nuevamente al análisis del Informe porque su aportación de datos sobre la relación entre empleo, o mal empleo más exactamente, y pobreza pone de manifiesto, lo está haciendo desde hace varios años, que tener un trabajo, aun siendo importante, no es el antídoto contra una situación económica que no permite a la persona trabajadora subvenir adecuadamente a sus necesidades personales y, cuando la tuviera, a las de su familia.

Centro mi atención en el apartado del informe general dedicado a “pobreza y actividad”, que completo con otros dedicados a la baja intensidad de empleo por hogar y a la situación de pobreza por nacionalidad, junto con fragmentos del informemonográfico sobre la población pobre que se incluye, junto con otros tres, comoanexo al informe general.  

El documento cuestiona seriamente, con datos estadístico, la tesis de que existe una relación directa entre más empleo y menos pobreza, y sigue manteniendo la tesis de que “no cualquier trabajo protege de la pobreza”. ¿Razón de esta argumentación? Pues que si el crecimiento económico experimentado desde 2014 ha permitido reducir sensiblemente la tasa de desempleo según la Encuesta de Población Activa (24,4 % en 2014, 15,2 % en 2018) la tasa de pobreza entre las personas con trabajo se ha mantenido “extraordinariamente estática”, alrededor del 14 %.

¿Algo tendrán que ver las condiciones de trabajo? Pues sí, y aunque no le corresponde al informe adentrarse en el estudio detallado de estas sí apunta, con acierto, tres elementos que influyen: el menor número de horas trabajadas, o dicho de otra forma el incremento de personas trabajando a tiempo parcial; la reducción del valor del trabajo, o dicho de otra forma la escasa remuneración salarial; y el tiempo de duración de los contratos, o dicho de otra forma su cada vez mayor reducción para un gran numero de ellos ya que repárese en que un elevado número no supera los dos meses de duración según los datos oficiales del Servicio Público de Empleo Estatal, siendo los datos disponibles con los que ha trabajado el Informe que la duración media de los contratos era de 55 días en junio de 2012 y se ha mantenido, o más exactamente se ha reducido ligeramente, en junio de 2018, fecha en la que  era de 51 días.  

¿Afectan a unos colectivos mucho más que a otros las situaciones de precariedad? Sí, en especial a los jóvenes (desde 16 hasta 29 años) y a las mujeres. Los datos del TTP ponen de manifiesto una mucha mayor presencia entre el colectivo juvenil (50,7, 35,2 y 19,4 % en las franjas de 16 a 19, 20 a 24 y 25 a 29 años) frente al total (14,6 % siempre con datos de 2018), y entre la población femenina (24,0 % frente al 6,8 % masculino). Un dato a destacar es el importante incremento experimentado por el TTP durante los años de la crisis (2008 a 2013), que no se compensó por una importante disminución de este (sólo fue muy limitada) a partir de la recuperación.

El número de horas trabajadas, y por supuesto la duración de la contratación, tiene importante repercusión en las rentas obtenidas por esas personas y supone una afectación negativa al cómputo de la ganancia media por trabajador (es conveniente aquí acudir a los informes anuales sobre estructura salarial en España que elabora el Instituto Nacional de Estadística, o para el ámbito europeo los datos de Eurostat), como se pone de manifiesto en el Informe 2019 cuando se procede a su comparación con el crecimiento del Índice de Precios al Consumo en el mismo período. Así, si la ganancia media pasó de 22.899 a 23.643 € entre 2011 y 2018, un 3,3 %, el IPC creció en un 8,1 %, es decir supuso “una pérdida del poder adquisitivo cerca a los cinco puntos porcentuales”. Si concretamos más los datos y distinguimos entre población pobre y no pobre, siendo la renta media de las primeras de 3.794 € y la de las segundas de 13.503 €, el incremento del IPC ha significado que “desde el año 2008 las personas pobres han perdido un 10,7 % de su capacidad adquisitiva y la de los no pobres se ha reducido en un 3,7 %”.

¿Algo habrá tenido que ver en todo ello la reforma laboral del 2012? Ya conocen los lectores y lectoras mi parecer crítico sobre la misma y cómo provocó un incremento del poder de decisión unilateral del empleo, un debilitamiento de la negociación colectiva y unas condiciones de trabajo que en bastantes ocasiones no se ajustan a lo formalmente pactado. Es interesante al respecto leer un reciente informe del gabinete de estudio de la Unión General de Trabajadores en el que se efectúa un detallado análisis de su impacto sobre la vida laboral de las personas trabajadoras.

En suma, y tal como se concreta en el informe monográfico sobre la población pobre, “una de cada tres personas pobres, mayores de 15 años, trabajan, es decir disponen de un empleo remunerado, pero cuyo salario no les permite disponer de los recursos necesarios para satisfacer sus necesidades básicas”. Por tanto, siendo cierto que “si no se trabaja, las posibilidades de pobreza son altas”, no lo es menos que “si se trabaja, no siempre es posible evitar ser pobre”, algo que vuelve nuevamente al Informe a formular la necesidad de una reflexión sobre “la importancia del contexto normativo y las condiciones contractuales del trabajo que se dan en la actualidad”.  

3. Si es preocupante la tasa de pobreza entre la población ocupada, lo es mucho más entre la población desempleada, que alcanza el 46,8 % en 2018, dato que cuestiona la eficacia de los sistemas de protección social para dar cobertura adecuada a las personas que lo necesitan, aun y siendo positivo a mi parecer el incremento experimentado en los últimos dos años de las prestaciones contributivas y la consiguiente disminución de las asistenciales, aun cuando no debe olvidarse por supuesto el importante número de personas que, bien por no haber accedido a un empleo (en su gran mayoría jóvenes), bien por no cumplir los requisitos para poder acceder a alguna prestación, quedan fuera del circuito protector, sin perjuicio de su posible (y muy limitada cobertura, salvo en las Comunidades Autónoma del País Vasco y de Navarra) de las rentas autonómicas de ingresos mínimos.

Un dato relevante que se pone de manifiesto en el informe es que la disminución de la tasa de pobreza entre las personas desempleadas no significa necesariamente una mejora de sus condiciones de vida, ya que buena parte de esa reducción deriva del pase a la inactividad (por agotamiento de las prestaciones, por desesperanza de encontrar un empleo), con lo que el porcentaje o tasa de pobreza se incrementa entre las personas inactivas, desde el 23,4 % de 2013 hasta el 28,3 % de  2018. Otra posibilidad a considerar, y que desde luego ha encontrado respuesta positiva al menos hasta hace tres años, variando ligeramente a partir de entonces, es que la reducción de la tasa de pobreza de las personas desempleadas se haya debido al regreso a sus países de origen de población extranjera, y en su gran mayoría, para este supuesto, extracomunitaria, dato que el informe considera relevante porque “como se ha mostrado en informes anteriores, la enorme reducción de la población extranjera se ha producido casi en su totalidad entre el grupo de personas más pobres”.

¿Qué decir de la población jubilada? Que el descenso experimentado hasta 2013 se revirtió a partir de 2015 y se ha mantenido en años posteriores, si bien en 2018 se ha operado un descenso de tres décimas con respecto al de 2017 (13,1 y 12,8 %, respectivamente). La razón de las modificaciones operadas, que prácticamente coinciden con las existentes entre la población mayor de 65 años, son debidas según el informe “a la modificación anual de los umbrales de pobreza, combinada con la renta prácticamente fija de la población jubilada: sube el umbral, sube la pobreza entre los mayores; baja el umbral, baja la pobreza en el grupo”.

Algo que por ser suficientemente conocido no deja de ser necesario recordar es que cuanto mayor es el nivel formativo de las personas menor es su tasa de pobreza, 9, 3 % frente al 20, 6 % del total de la población. En cualquier caso, y tal como destaca el informe, las tasas “con pequeños altibajos, se mantienen constantes desde el año 2014. Para ellas, la reducción de este año ha sido de cuatro décimas, con lo cual, su tasa se mantiene más de dos puntos por encima de la del principio de la década y, desde el inicio de la fase de crecimiento macroeconómico, en 2014, acumulan una reducción de nueve décimas”.

4. En la monografía anexa dedicada a la población pobre se aportan otros datos de indudable interés y que complementan los anteriores, siendo uno de ellos, y digno de resaltar, que de los datos objetivos del Informe se desprende que “una parte importante de la población pobre está constituida por personas españolas, adultas, con nivel educativo medio o alto, y además con trabajo”, con mayor presencia femenina y de los menores de 18 años. En efecto, si se suma el porcentaje del 22,9 % entre los que han completado el bachillerato y el 13,4 % que tienen educación superior, “suma más de un tercio de población pobre mayor de 15 años con un nivel educativo medio o alto (36,3 %)”.

Además, vale la pena insistir en este punto, para deshacer, como bien se dice en el informe, aquello que “se airea errónea e intencionadamente”, que la gran mayoría es población española (el 80,5 % frente al 75,2 % en 2008), mientras que la población extranjera comunitaria es solo el 6,9 % (porcentaje prácticamente idéntico al del inicio de la crisis, 6,7 %), y el restante 12,6 % corresponde a la población extracomunitaria, con un muy importante descenso desde el 18,1 % en 2008 al 12,6 % actual, derivado en gran medida del retorno de una parte de dicha población a sus países de origen o su marcha a otros Estados, y también  de la recuperación económica operada desde 2014 y que ha supuesto un poco más adelante un incremento del número de personas trabajadoras extracomunitarias.

Cuestión completamente distinta es que entre la población extranjera, y dentro de ella según se trate de población comunitaria o extracomunitaria, la tasa AROPE de pobreza (“Según la Estrategia Europa 2020 se consideran personas en riesgo de pobreza y/o exclusión social a la población que se encuentra en alguna de las tres situaciones que se definen a continuación. Personas que viven con bajos ingresos (60% de la mediana del ingreso equivalente o por unidad de consumo en el año anterior a la entrevista), y/o personas que sufren privación material severa (4 de los 9 items definidos) y/o personas que viven en hogares con una intensidad de empleo muy baja (por debajo del 20% del total de su potencial de trabajo en el año anterior a la entrevista). En caso de estar incluidas en dos o tres condiciones, las personas se contabilizan solo una vez”) sea mucho más elevada que entre la población española, una diferencia de 33 puntos porcentuales en 2018 (la española es del 23,1 %, la de la población extranjera UE 47,9 %, y la extracomunitaria 56,1 %, siendo ya muy elevada, el 52,9 % en el inicio de la crisis y habiendo alcanzado el máximo del 63,8 % en 2015, para iniciar un buen descenso desde entonces). Como correctamente apunta el informe, y los datos sobre población extranjera asesorada en los CITES de Comisiones Obreras lo corroboran, estos datos apuntan claramente a “la importancia de la regulación administrativa de su residencia y la capacidad de acceder a los mercados de trabajo en igualdad de condiciones”.

5. No conviene olvidar, en este análisis de datos sobre empleo y pobreza, y la necesidad de que el mismo sea digno y decente para evitar caer en esta, otros documentos de indudable interés, de ámbito internacional y comunitario, y que permitirán sin duda un análisis más completo de la realidad laboral.

En primer lugar, el estudio de la OIT “Promover vías de acceso al trabajo decente”, publicado, y evidentemente no por casualidad, el mismo día 17 de octubre, acompañado de una amplia nota de prensa titulada “Un nuevo estudio de la OIT identifica las políticas para luchar contra la pobreza y las desigualdades”, y con este amplio subtítulo: “La combinación de políticas activas del mercado de trabajo y la ayuda al ingreso hace que ambas medidas sean más eficaces en la lucha contra la pobreza y ayuda a las personas a encontrar un trabajo decente”.

Según puede leerse en dicha nota, “El empleo remunerado sigue siendo el camino más seguro para escapar de la pobreza”, señala el informe, y las personas que reciben este apoyo combinado tienen mayores posibilidades de encontrar un trabajo y, por lo general, el empleo que obtienen es de mejor calidad. Este enfoque integrado puede contribuir a reducir el desajuste de competencias, incrementar la productividad laboral, y ayudar a los trabajadores a hacer frente a las consecuencias de las crisis económicas, los cambios tecnológicos, los cambios relacionados con el clima y las variaciones estacionales en el mercado laboral”. El resumen ejecutivo en español puede consultarse en este enlace, y el texto íntegro del informe en inglés en este.

Me interesa destacar estos contenidos del texto:

Una reflexión general de carácter previo: “A nivel mundial, no solo las transformaciones estructurales (asociadas con la globalización y la introducción de nuevas tecnologías) sino también otros motores de cambio (como los factores ambientales y demográficos) repercuten en la cantidad y la calidad de los empleos a los que las personas pueden acceder, así como en la distribución de los ingresos dentro de las sociedades”).

Unas consideraciones mucho más concretas: a nivel individual, las barreras al trabajo decente incluyen “la falta de educación y de competencias, la insuficiente experiencia laboral y las restricciones de información”, y también afectan, en cuanto que la restringen, a “la movilidad de la mano de obra y reducen las posibilidades de adaptación de los puestos de trabajo”.

Una valoración positiva de la combinación de medidas de apoyo a los ingresos y de políticas activas de mercado de trabajo (PAMT), ya que, bien estructuras y organizadas, y con disposición de recursos económicos suficientes, “pueden eliminar los obstáculos estructurales y ayudar a los solicitantes de empleo a encontrar rápidamente nuevas y mejores oportunidades de empleo”. En especial, en países emergentes y en desarrollo, medidas como la formación o las subvenciones al empleo “pueden utilizarse para hacer frente a la falta de educación, cualificaciones y experiencia laboral”, y más en general pueden facilitar “transiciones justas y sostenibles para los trabajadores cuando se enfrentan a perturbaciones de la mano de obra impulsada por factores mundiales”.

Los enfoques integrados de política de apoyo a los ingresos y PAMT requieren para su éxito de algunas condiciones, tales como la existencia de “suficiente capacidad institucional para administrar las políticas”; “recursos suficientes” (se destaca aquí que el éxito de las medidas que se implanten deberá llevar a una reducción de los recursos necesarios, por cuando habrá un mayor número de personas con empleo), y “garantizar la plena participación de los interlocutores sociales”. 

Deben ser políticas  integradas que identifiquen correctamente las “poblaciones objetivo”, a fin y efecto de garantizar que el apoyo “este disponible para todas las personas que lo necesiten”, con una participación efectiva de los grupos destinatarios y con las adaptaciones convenientes de los programas a sus necesidades (campañas de sensibilización, simplificación de procedimientos de registro de los procesos de notificación, e incluso, apunta el informe en una tesis ciertamente polémica, puede llegar a ser necesario “establecer la participación obligatoria en las medidas de activación para guiar a los participantes hacia su plena integración en el mercado laboral”).

Las conclusiones del informe, elaborado a partir de toda la información bibliográfica y datos estadísticos disponibles, y del análisis de programas instrumentado en Mauricio y Uruguay, exponen que es necesario “asegurarse de que el apoyo a los ingresos sea lo suficientemente generoso como para que las personas no caigan en la pobreza, aumentar la adhesión de los beneficiarios a los componentes activos de los enfoques integrados, y reforzar los vínculos entre el apoyo a los ingresos y el apoyo activo”.

6. Por último, me permito recomendar, especialmente para quienes trabajan en el ámbito de las políticas de empleo, la lectura del Dictamen del Comité Económico y SocialEuropeo “El nuevo papel de los servicios públicos de empleo en el contexto dela aplicación del pilar europeo de derechos sociales”, aprobado en sesión plenaria de 17 de julio y que ha sido muy recientemente publicado en el Diario Oficial de la Unión Europea (C353, 18.10.2019).

En su parte introductoria se contienen algunas breves reflexiones sobre como afecta el futuro del trabajo, que en realidad es ya presente en gran medida a mi parecer, sobre los SPE, y que son las siguientes: “Los mercados laborales y las sociedades evolucionan rápidamente, con nuevas oportunidades y nuevos desafíos derivados de la globalización, la revolución digital, los cambios en las pautas de trabajo y la evolución demográfica y de la sociedad. Los desafíos, como las desigualdades persistentes, el desempleo juvenil y de larga duración o la solidaridad intergeneracional, suelen ser similares en todos los Estados miembros, aunque están presentes en distintos grados. La revolución tecnológica en curso se caracteriza en particular por un ritmo de cambio acelerado…. La mano de obra nunca ha sido tan diversa ni tan cualificada. La población activa del siglo XXI es muy distinta y la actitud de los individuos ante el trabajo está cambiando. Siempre y cuando los trabajadores busquen mayor autonomía en el trabajo, así como más libertad de elección, y dado que las modalidades de búsqueda de empleo están conduciendo a una individualización de las condiciones laborales, un diálogo social y un convenio colectivo deberían clarificar las condiciones de trabajo. Las personas deberían poder desplegar plenamente su potencial, haciendo pleno uso de sus cualificaciones, sus capacidades y sus competencias, y conseguir un empleo productivo y de calidad dotado de una protección social adecuada”.

Reproduzco aquí, por su indudable interés, las conclusiones y recomendaciones del Dictamen:

“1.1. El CESE aprecia la contribución de la Red Europea de Servicios Públicos de Empleo (Red Europea de SPE) a la modernización y el refuerzo de los servicios públicos de empleo (SPE), y pide sinergia entre su estrategia actualizada a partir de 2020 y los principios del pilar europeo de los derechos sociales.
           

1.2. El CESE ha detectado algunos ámbitos en los que es preciso mostrar mayor ahínco basándose en la asociación con todas las partes interesadas, los interlocutores sociales, las organizaciones de la sociedad civil, las empresas y los servicios privados de empleo a fin de aunar esfuerzos para lograr una mejor integración de los solicitantes de empleo en el mercado laboral.
           

1.3. Las autoridades nacionales deben respaldar debidamente y conferir un papel innovador a los SPE al aplicar las políticas nacionales de empleo y las políticas del mercado de trabajo y garantizar unos servicios más eficaces destinados a las empresas, proporcionando capacidad suficiente, personal cualificado, equipos informáticos y técnicos pertinentes para la digitalización de la sociedad, y apoyo financiero.
           

1.4. El CESE pide una cooperación más sistemática y estructural entre los SPE y otros proveedores de servicios en los ámbitos social y laboral para abordar los múltiples obstáculos que afrontan los solicitantes de empleo cuando intentan acceder al mercado laboral (cuestiones de salud, vivienda y transporte). La modernización de los SPE es un proceso complejo, de manera que la falta de coordinación, programación o planificación así como la dispersión de las responsabilidades a nivel nacional o regional conduce a la fragmentación. La participación activa y regular de los interlocutores sociales en las actividades de los SPE es fundamental para inventariar las oportunidades locales de empleo y ayudar a corregir los desajustes del mercado laboral.
           

1.5. El CESE pide mayores sinergias entre los servicios de los SPE y los sistemas de prestaciones e infraestructuras sociales, a fin de reforzar la asistencia prestada a los desempleados en su búsqueda de empleo y evitar que quienes buscan un empleo se vean penalizados cuando se reincorporen al mercado laboral.
           

1.6. El CESE solicita mayor apoyo financiero para los Estados miembros y confía en que el Fondo Social Europeo Plus (FSE+), introducido recientemente como parte del nuevo marco financiero plurianual para 2021-2027, se convierta en un instrumento genuino de la UE para invertir en las personas y aplicar el pilar europeo de los derechos sociales.
           

1.7.      El CESE considera que deben redoblarse los esfuerzos por supervisar, evaluar y comparar los servicios de los SPE con vistas a medir la eficacia de estos servicios a la hora de ayudar a los solicitantes de empleo a acceder al mercado laboral. Unas normas y directrices comunes a nivel europeo podrían contribuir a la eficacia de los SPE. Debe recurrirse más a fuentes de datos como la encuesta de población activa, y agencias como Eurofound pueden ayudar a realizar este tipo de seguimiento.
           

1.8.      El CESE pide que se modifiquen las disposiciones existentes para evaluar los resultados de los programas de trabajo de los SPE, a fin de garantizar que los servicios beneficien a todas las categorías de personas, especialmente a las que sufren múltiples problemas”. 

Buena lectura.

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