Faltan pocas horas para
que lleguen nuestras nietas. A partir de ese momento, y durante unas dos
semanas, la vida de los abuelos se alterará radicalmente, quedando condicionada
por los horarios de las pequeñas, y mucho más cuando los padres aprovechan la
oportunidad para hacer alguna(s) escapada (s) para “recuperar fuerzas”.
Hace poco, también tuvimos
en el hogar a nuestros dos nietos. Una diferencia fundamental entre las dos
situaciones es, sin duda, la edad. Cuando estás con niños de once y siete años
y medio, ya muy aficionados a la cultura digital y que dominan mucho mejor que tu
todo el artilugio tecnológico, te das cuenta de que les sirves más como punto
de apoyo, cuando lo necesitan, que otra cosa, y también que cada vez te quieren
más porque te ven, con toda razón, cada vez más mayor.
Ahora, con niñas de
cuatro años y de veinte meses, la realidad es muy distinta porque sí has de jugar
con ellas y no sólo estar expectante de sus necesidades. Es otro tipo de
cariño, pero igualmente muy gratificante… aunque al final del día notes que
estás cansado, o muy cansado, porque aquello que hacías con tus hijos hace
treinta y cinco años en plena forma física, ahora lo hacer mucho más lentamente
y con muchas más limitaciones físicas (por ejemplo, tirarte por el suelo o
levantarte no sé cuántas veces cada hora).
Los abuelos somos seres
muy queridos por los nietos…, y muy queridos también, y necesitados, por sus
padres. Cuando vas, en verano, a la
piscina, descubres la cantidad de abuelos cuidadores, junto a los que está un
ángel de la guarda, además de los socorristas, para que a los peques no les pase
absolutamente nada. Es todo un espectáculo ver a personas que superan los 75
años (¿alguna categoría estadística para este colectivo?) ir con tres niños y cómo
juegan con ellos, al mismo tiempo que te cuentan sus preocupaciones por el
cuidado de los menores (las charlas en la piscina y en los parques, siempre ojo
avizor a lo que están haciendo los peques, dan mucho juego y conocimiento de la
realidad).
Ya ven que les estoy
contando cosas de las vida real, de aquella que viven muchas personas ya
jubiladas, o que aun no estándolo también tienen a su cargo el cuidado (diario
en bastantes ocasiones) de menores. No conozco, pero a buen seguro que puede
existir, ninguna tesis doctoral sobre la jornada de trabajo (no asalariado, ni
tampoco autónomo, sino simplemente – más o menos – voluntario, of course) de
los abuelos, y les aseguro que quien quiera realizarla dispone, para el trabajo
de campo, de un “material humano” muy numeroso y que puede aportarle grandes
conocimientos prácticos a su redactor.
Para quien crea, porque
todos es posible, que me estoy quejando del “trabajo” de los abuelos, puedo
decirle que esté tranquilo porque no es así. Además, en nuestro caso, la
distancia existente por razón de la actividad profesional de sus padres hace
que los encuentros sean mucho menores (y quizás por ello mucho más
aprovechados) que los de quienes tienen cerca a su familia. Sólo quiero
destacar el valor de los abuelos como pieza insustituible de una sociedad que
se ha vuelto bastante más individualista e insolidaria que en épocas anteriores,
y en la que ellos (= nosotros, porque me incluyo aquí) podemos y debemos tener
la oportunidad de transmitir justamente los valores del trabajo colectivo, del
esfuerzo grupal, de las cosas bien hechas, y en especial del cariño, a los
peques. No sé si lo conseguimos, pero desde luego que lo intentamos.
Bueno, pues durante dos
semanas me dedicaré a la tarea de abuelo. ¿Quién quiere hacer una tesis
doctoral, o simplemente un artículo sobre las peculiaridades laborales de
nuestra actividad? Déjenme que, con cariño e ironía, me pregunte si tenemos
cabida en la Ley del Estatuto de los trabajadores, o en la del Estatuto del
trabajo autónomo.
Desde luego, lo hacemos,
el cuidado de los menores, voluntariamente (¿quién puede negarse a la petición
de sus hijos?), recibimos instrucciones (¿qué abuelo no sabe que, según los
padres, los niños tienen que comer sólo determinados productos y acostarse a
unas horas muy concretas, y que, si no es así, y los padres se enteran, puedes
ganarte una reprimenda?), el resultado de nuestro “trabajo” revierte en
beneficio tanto de los menores como muy especialmente de sus padres (¿quién
puede negar que los “frutos” de la educación que los abuelos damos a los peques
repercuten positivamente sobre la educación de estos que llevan a cabo sus
padres y en el ámbito educativo?
Y respecto a la remuneración
salarial, ¿qué? Pues aquí, falla un principio fundamental de la relación
asalariada, y desde luego también de la del autónomo, porque en algunas (más
bien, muchas) ocasiones, es la cuenta corriente de los abuelos la que disminuye
después de la estancia de sus nietos, por la cantidad de comida, juegos,
atracciones…, que los menores requieren y que desde luego los abuelos (a
quienes nos acusan en muchas ocasiones de “maleducar) satisfacen. Es decir, es
una relación laboral, por lo que respecta al salario, “al revés”, porque quien
suele pagar, o más exactamente reducir la cuantía de su cuenta, son los
abuelos. En esta época donde las palabras enmascaran en bastantes ocasiones la
realidad (riders, colaboradores, contratistas,…cuando en realidad son trabajadores
asalariados, por poner el ejemplo que mejor conozco) no se me ocurre ninguna
para definir esta peculiar situación de los abuelos, pero seguro que alguno de
mis jóvenes, y brillantes, estudiantes de la UAB encontrará un términos para
definirlo.
2 comentarios:
Espero que el período haya sido disfrutad y ahora podamos contar de nuevo con sus buenas aportaciones jurídicas.
Saludos
Muchas gracias por sus amables palabras. Espero reanudar mi actividad bloguera el próximo lunes. Saludos cordiales.
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