Leer los
informes del Observatorio de la realidad social, elaborados por el equipo de
estudios de Cáritas Española, debería ser obligatorio para todos los
responsables políticos y sociales. En pocas páginas, pero con una gran
claridad, concreción y precisión, se aportan datos extraídos de la realidad
cotidiana con la que trabajan las Cáritas Diocesanas y como está evolucionando
una parte importante de la sociedad española durante la crisis iniciada en
2008.
El miércoles 19
se hizo público el VII Informe, cuya información cuantitativa se refiere en
gran medida al año 2011, por lo que cabe razonablemente pensar que el próximo
Informe contendrá aún datos más preocupantes. El documento trabaja con información
recibida de casi el 90 % de las Cáritas diocesanas y ofrece una muy interesante información sobre
cuatro ámbitos: demandas de ayuda y respuestas de intervención desde los
servicios de acogida y asistencia de la institución; la extensión, intensidad y
cronificación de la pobreza; características y perfil de las personas que
solicitan ayuda; en fin, cuáles son las condiciones de acceso a los servicios
sociales y a las prestaciones públicas para las personas en situación de
pobreza social. En su presentación pública, el secretario general de Cáritas,Sebastián Mora, manifestó con claridad que “Estamos erosionando de manera
intensa los mecanismos sociales de protección de la dignidad de las personas”.
Los datos cuantitativos
del informe son impactantes, pero también lo son las reflexiones y
constataciones de la razón del incremento de personas atendidas, que han pasado
de 370.251 en 2007 a 1.015.276 en 2011, algo que ha llevado a una cierta
ralentización de la actividad por no poder asumir más demandas y tener
necesidad de concentrarse en las situaciones más graves, que de continuar en
esta línea podría llevar a que un sector de la población carente de recursos
públicos y que antes era atendida por Cáritas pueda quedar fuera de los
circuitos de protección social.
Otro dato
numérico relevante es el incremento del número de solicitudes de ayuda por
personas (que en 2011, ha sido de 2,7), consecuencia tanto de la pérdida de
empleo como de imposibilidad de hacer frente a determinados gastos en los
hogares y a la reducción de la protección social pública como consecuencia de
las medidas adoptadas por los poderes públicos, algo que es un claro motivo de
preocupación para el equipo redactor del Informe, ya que demuestra que la
evolución de las solicitudes de ayudas “expresa la consolidación de una
estructura social en la que un elevado número de personas y familias han
quedado sin esperanza en su proyecto vital”.
Las solicitudes
de ayudas, que se concentran en gran medida en la cobertura de necesidades
económicas (alimentación y vivienda) encuentran su razón de ser en la crisis económica y en las decisiones
adoptadas por los poderes públicos. Por una parte, una situación de desempleo
prolongado que lleva al incremento del número de personas desempleadas de larga
duración, unido al agotamiento de las prestaciones contributivas y
asistenciales por desempleo, y añado aquí que basta acudir a los datos
oficiales del Ministerio de Empleo y Seguridad Social para comprobar el descenso
de la tasa de cobertura de la población desempleadas, y una cobertura que
prácticamente se distribuye al 50 % entre quienes perciben las contributivas y
quienes ya sólo disponen de los subsidios regulados en la Ley general de
Seguridad Social. Por otra, la pérdida de recursos lleva a dificultades en
ocasiones insalvables (el día a día lo pone de manifiesto) para poder hacer
frente al pago de gastos obligatorios, señaladamente el de las hipotecas, y en
este sentido cabe destacar los acuerdos de algunas Cáritas con los poderes
públicos y entidades bancarias para buscar fórmulas de atenuar esta grave
situación, aún cuando tampoco son menospreciables los problemas derivados de
impago de los suministros de la vivienda como son el agua, luz o gas, que todos
sabemos (y la mayor parte sufrimos) “que se han visto más aumentados por el
incremento de los precios y de los impuestos”.
En fin, la
reducción de las prestaciones sociales públicas no tiene sólo un rostro
cuantitativo, sino también cualitativo en cuanto que el incremento de
requisitos que se requieren para acceder a algunas prestaciones, señaladamente
las asistenciales (me viene inmediatamente a la mente la reforma del programa
PREPARA y la modificación de la normativa de la Renta Mínima de Inserción en
Cataluña) llevan a una disminución del número de personas que pueden acceder a
ellas, y que el Informe recoge en términos de “retrasos, endurecimiento de
requisitos y condiciones, baja intensidad de cobertura en necesidades básicas,
y eliminación de ayudas y prestaciones”.
La foto de la
crisis incluye cifras y personas, poniendo de manifiesto, por si alguien aún lo
dudaba, que se centra en colectivos desfavorecidos y que no son una mínima
parte de la población, y que su carácter estructural implica un riesgo innegable
de dualización y de falta de cohesión social, ya que no puede calificarse de
otra forma una situación de acumulación de desventajas en más del 25 % de la
población española. De ahí que el Informe no sólo constate el incremento de la
pobreza, sino también de las desigualdades, con el aumento del desempleo, la
precarización de las relaciones laborales (algo que la reforma laboral de 2012
puede contribuir a incrementar aun cuando su deseo formalmente manifestado sea
el contrario) y el incremento del número de trabajadores cuyos ingresos no
permiten superar el umbral de pobreza, que el Informe sitúa ya en el 14,4 % (alrededor
de 2,5 millones) con un umbral de pobreza que ha caído de 7980 € en 2009 a
7.818 € en 2010, y que no ha impedido, por ejemplo, que el número de
perceptores de rentas mínimas en toda España se haya prácticamente duplicado en
cuatro años, pasando de 103.071 personas en 2007 a 192.633 en 2010.
Estas
realidades, que afectan sobremanera a hogares “con sustentadores principales
jóvenes y en los hogares con menores”,
cada vez encuentran menos respuesta protectora en los sistemas de protección
social, se perciben con mayor claridad en algunos territorios, y además
encuentran menor protección igualmente en el ámbito familiar, tanto porque la
crisis ya no afecta en muchas ocasiones a un solo miembro, sino también por el
proprio proceso de debilitamiento de la red familiar (disminución del tamaño
medio de la familia española, aumento de hogares unipersonales y de familias
monoparentales, elevado número de separaciones y divorcios, etc), aun cuando no
deja de ser significativo que sean ahora las pensiones de los mayores las que
permitan la subsistencia de muchas unidades familiares en las que no hay otros
ingresos, al menos regulares.
No se olvida el
informe de la situación de la población inmigrante en situación irregular,
especialmente desfavorecida por su
estatus administrativos y las vinculaciones de gran parte de las ayudas y
prestaciones a la situación de regularidad (autorización de residencia y, en su
caso, de trabajo), que es un colectivo que ha incrementado sensiblemente sus
peticiones de ayuda, calculándose que Cáritas atiende cada año a 130.000
personas en situación de irregularidad, personas que existen aunque algunos no
quieren verlo ni saberlo.
La pobreza se
concentra entre inmigrantes, desempleados y personas con baja formación
académica, y la media de ingresos de una persona atendida es de 322 euros/mes
cuando el umbral de pobreza para una persona es de 651.5 euros por personas. Son
datos con los que cierro esta nota y animo a los lectores y lectoras del blog a
leer el documento para conocer mejor, y muy de cerca, la realidad de la crisis.
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