sábado, 10 de marzo de 2012

El trabajo decente y la justicia social en las tradiciones religiosas.

La OIT ha publicado recientemente un estudio con el título de esta entrada y precedido de la palabra “convergencias”. Es un documento muy interesante y recomiendo su lectura, muy especialmente en estos momentos en los que algunos degradan el trabajo a una mera mercancía y dejan de lado al sujeto que realiza la actividad, olvidando la dimensión subjetiva del trabajo y que la finalidad de toda acción humana (recuerdo las encíclicas de Juan Pablo II y en general la doctrina social) “es la de servir y nutrir a la humanidad”.

Y digo que es muy interesante porque pone de manifiesto, tal como destaca el Director General Juan Somavia en la introducción, que hay muchas coincidencias entre los valores que defiende la OIT a lo largo de toda su historia, y muy especialmente en los últimos tiempos con su programa de “trabajo decente”, y aquellos defendidos por las diferentes religiones y tradiciones espirituales que son analizadas en la publicación (protestante, católica, islámica, judía y budista), de tal manera que “la dignidad humana, la solidaridad y , sobre todo, los vínculos entre trabajo, justicia social y paz nos llevan a un terreno común”.

El trabajo es resultado de las reuniones celebradas durante varios años por la OIT con diversas organizaciones y comunidades religiosas, habiéndose centrado la discusión y los debates sobre los valores consagrados en el programa de trabajo decente de la OIT, como son la dignidad humana, la solidaridad y seguridad, la paz y justicia social; valores, que se concretan en cuatro objetivos estratégicos: crear empleo, garantizar los derechos de los trabajadores, extender la protección social y promover el diálogo social. Tales reuniones se inician en 2002 con un seminario organizado conjuntamente por la OIT y el Consejo Mundial de las Iglesias (CMI) sobre las perspectivas religiosas y espirituales del trabajo decente, que apareció después publicado, al que han seguido otras reuniones sobre esta temática.

Los redactores constatan que estas reuniones han supuesto un proceso de “enriquecimiento mutuo” para los participantes, poniendo de manifiesto la importancia del diálogo y también, se reconoce, sus límites. Se destaca la importancia que el trabajo tiene en la vida “de la mayoría de las personas”, reconocimiento en el que coinciden las diversas comunidades religiosas, poniéndose de manifiesto una especial preocupación por el futuro de los jóvenes, habiéndose identificado muchos puntos de convergencia, y también diferencias filosóficas, sobre cuestiones de interés común como, por ejemplo, “el trabajo infantil, el salario mínimo, el trabajo forzoso y los derechos de maternidad”.

El documento realiza en primer lugar un breve recorrido por la historia de la OIT, “una organización basada en valores” desde su creación en 1919 (Constitución) y que han ido adaptándose a los cambios políticos, sociales y económicos a lo largo de los años, siendo fundamentales tres documentos: la Declaración de Filadelfia de 1944, la Declaración de 1998 relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo, y la Declaración de 2008 sobre la justicia social para una globalización equitativa. Hoy la OIT trabaja con cuatro grandes objetivos planteados en la última declaración citada y en el programa de trabajo decente: “el empleo, la protección social, el diálogo social y los derechos en el trabajo, que tienen como objetivo transversal la igualdad de género”. A continuación, realiza una interesante síntesis de las fuentes de referencia sobre el trabajo de las diferentes religiones y tradiciones espirituales analizadas, y expone de forma sucinta el sentido del trabajo en ellas y busca los puntos de encuentro y de diálogo, argumentando como hilo conductor de la reflexión que “una idea cabal del significado del trabajo en las diversas tradiciones religiosas nos permite comprender mejor las diferentes perspectivas sobre las responsabilidades y relaciones entre trabajadores y empleadores, así como las diferentes concepciones de la protección social y la justicia”.

El documento nos acerca (me acerca, no tengo ningún reparo en reconocerlo) a un mejor conocimiento del valor del trabajo en la Biblia, las conferencias mundiales protestantes, las encíclicas papales y la doctrina social de la iglesia, el Corán con la Sunna y los Hádices, la Torá y sus cinco libros del Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, y el budismo y sus tres yana (Mahayana, Hinayana y Vajrayana). El documento va analizando cómo se recogen, y de qué forma, los valores fundamentales de la OIT en las tradiciones religiosas, partiendo de la dignidad humana y constatando que todas las religiones, desde sus diversos planteamientos, “implícitamente están de acuerdo en que el trabajo es un derecho fundamental para todas las personas”, ya que cuando pueden hacer uso de este derecho “las personas tienen un sentido de dignidad a través del trabajo y pueden suvenir a sus necesidades y a las de sus familias”.

El texto se detiene a continuación en el análisis de la solidaridad entre las naciones y la seguridad de los trabajadores, que la OIT califica de “cruciales para el bienestar de todos”, destacando en especial que el diálogo social, en sus diversas y plurales manifestaciones, es valorado y promovido en el ámbito religioso. No menos importante es la incorporación de la “justicia social”, es decir la adopción de aquellas medidas en los distintos ámbitos de actuación que permitan mejorar las condiciones de vida de todas las personas y que ayuden a conformar una globalización equitativa, y aquí el documento es de especial interés por el análisis que efectúa de cómo cada tradición religiosa ha formulado su propia interpretación de la justicia social, “que se manifiesta en sus definiciones de la dignidad humana, en los comentarios sobre las responsabilidades personales y comunitarias, y en el establecimiento de derechos y reglas en el mundo del trabajo”; justicia social que, me permito aquí hacer una cita concreta de la doctrina social de la iglesia católica, es una exigencia vinculada con la cuestión social y que concierne “a los aspectos sociales, políticos y económicos, y, sobre todo, a la dimensión estructural de los problemas y las soluciones pendientes”.

A continuación, el documento estudia cómo se relaciona, qué diálogo mantiene, el programa de trabajo decente de la OIT con las tradiciones religiosas, más exactamente los cuatro pilares a los que ya me he referido con anterioridad: creación de puestos de trabajo, mantenimiento y apoyo de los derechos en el trabajo, protección social y seguridad para todos, y construcción del diálogo social, con la igualdad de género como valor transversal.

En fin, qué acogida tienen los derechos fundamentales en el trabajo en las confesiones y tradiciones religiosas es objeto de atención en la última parte del estudio, analizando de qué forma los derechos de libertad sindical y negociación colectiva, la prohibición del trabajo forzoso, la abolición del trabajo infantil, y la eliminación de las discriminaciones en materia de empleo y ocupación, son recogidos en los textos religiosos. Por citar algunas referencias de las diversos textos, en la tradición budista “toda forma de trabajo forzoso esclaviza a las personas, impidiéndoles desarrollar su autonomía y llegar a ser libres”; para la tradición protestante, “el trabajo a una edad prematura puede tener efectos nocivos para el desarrollo físico e intelectual del niño”, y en la islámica “los niños no pueden concertar un contrato legalmente mientras no hayan alcanzado una edad apropiada”. Para la doctrina social de la Iglesia católica, las organizaciones sindicales “son un factor constructivo de orden social y de solidaridad y, por ello, un elemento indispensable de la vida social”. En fin, la tradición judía afirma la igualdad entre las personas y puede leerse en el Éxodo que “una misma ley habrá para el nativo y para el forastero que habita en medio de vosotros”.

Buena lectura del documento.

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