1. Hoy se reanuda la
109ª reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo, que por primera vez
en su historia se celebra en formato virtual y dividida en dos partes en el
tiempo, la primera desde su inauguración el 28 de mayo hasta el 19 de junio, y
la segunda desde el 25 de noviembre al 11 de diciembre.
Y justamente hoy
es un día importante ya que el Director General de la OIT, Guy Rider, presenta la
Memoria como primer punto del orden del día, dedicada este año, como creo que no
podía ser de otra forma, a “El trabajo en tiempo de a COVID” , que
además contiene el proyecto de documento final de la Conferencia que lleva por
título “Llamamiento mundial a la acción para una recuperación centrada en las
personas de la crisis causada por la COVID-19 que sea inclusiva, sostenible y
resiliente”, que debería aprobarse durante la celebración de la “Cumbre sobre
el mundo del trabajo” a celebrar los días 17 y 18.
En efecto, la
recuperación centrada en las personas es el eje sobre el que gira la Memoria y
que se completa, a efectos de un mucho más detallado conocimiento de los datos
del mundo del trabajo antes y durante la
crisis sanitaria, con el Informe IV(objeto de debate en la segunda parte de la
CIT) , dedicado a “Las desigualdades y el mundo del trabajo”, y
también en el muy recientemente presentado Informe sobre “Perspectivas sociales
y de empleo en el mundo. Tendencias 2021” (texto completo en inglés y resumen en castellano , cuya muy breve presentación en la página web ya da cuenta de la gravedad de
la situación: “Se calcula que en 2020 se perdió el 8,8 por ciento del total de
horas de trabajo, el equivalente a las horas trabajadas en un año por 255
millones de trabajadores a tiempo completo. Este indicador resumido refleja las
distintas vías a través de las cuales la pandemia ha afectado a los mercados
laborales”
2. Justamente el
Director General ya señala en la presentación de la Memoria que su intención es
contribuir a tal recuperación y para ello analiza en el texto “el impacto
social y económico de la crisis, la respuesta que se le ha dado, las lecciones
que hemos aprendido hasta el momento y el desafío de construir mejor para el
futuro en el marco de una recuperación centrada en las personas”, con el
objetivo de cambiar una situación que ha llevado en pocos meses, y así se
constata en la Memoria y en los demás documentos de la CIT y los informes periódicos
efectuados sobre el impacto de la crisis, a “un importante retroceso en el
desarrollo mundial y en el cumplimiento de la Agenda 20230”.
La Memoria está
estructurada en cinco capítulos, a los que se acompaña como anexo el citado Documento
final de la Conferencia, que obviamente tiene como punto de referencia, con las
inevitables y obligadas adaptaciones derivadas de la irrupción de la pandemia
en la vida económica y social de todo el planeta, la Declaración sobre el
futuro del trabajo adoptada por la anterior CIT, celebrada en junio de 2019, con
ocasión de la celebración del centenario de la OIT.
En el primero se
realiza una radiografía de cómo ha afectado esta crisis a un mundo del trabajo
que se encontraba en transformación como consecuencia de cambios tecnológicos,
demográficos y medioambientales, pasando el segundo a sintetizar las medidas adoptar
para superar aquella, siendo necesario, y muy conveniente, acudir a los
informes periódicos efectuados desde el inicio de la crisis sobre “La COVID y su
impacto sobre el mundo del trabajo” para disponer de un más amplio conocimiento
de todo ello. Del inmediato pasado, que aún sigue siendo presente en buena
medida, da cuenta el capítulo tercero al abordarse “las lecciones que hemos
aprendido”, que deja paso a propuestas para tratar, en el cuarto, “el camino de
la recuperación”, y cuál debe ser la acción de la OIT en esta nueva fase
post-pandemia (capítulo quinto)
Destaco a
continuación aquellos contenidos de la Memoria que me parecen más relevantes,
con la petición que formulo a todos los lectores y lectoras en todas aquellas
ocasiones en las que lo considero necesario por su interés, cuál es que lean
con atención e íntegramente el documento.
3. El capítulo I
es la historia de una crisis que ha alterado y transformado la vida de millones
de personas y que ha tenido consecuencias devastadoras sobre el mundo del
trabajo, que queda reflejada en los datos que se aportan y que ponen de manifiesto
la gravedad de una crisis que aún no puede en modo alguno darse por superada, y
que tal como se explica en el Informe sobre tendencias y perspectivas del
empleo seguirá teniendo serias repercusiones en términos de incremento del número
de personas desempleadas durante lo que resta del año en curso y también durante
2022, con especial impacto sobre colectivos que ya habían sufrido con mayor
dureza las consecuencias de crisis anteriores (jóvenes, mujeres, población
migrante, personas con alguna discapacidad, quienes trabajan en la economía informal
que son nada más ni nada menos que dos mil millones de personas, “seis de cada
diez participantes en la fuerza de trabajo mundial” tal como se subraya en la
Memoria).
Y también afecta
de manera desigual al mundo empresarial, siendo las pequeñas y medianas
empresas las más afectadas, poniéndose de manifiesto en los informes periódicos
de la OIT que las pymes experimentan “un 50 por ciento más de dificultades
financieras que las empresas más grandes”, sin olvidar ni mucho menos el impacto
que la crisis ha tenido en las cadenas mundiales de suministro, calculándose
que ha significado una pérdida de 96 millones de puestos de trabajo.
Con respecto a una
cuestión de capital importancia, cual es la igualdad de género, tanto la Memoria
como el Informe sobre Perspectivas sociales y de empleo en el mundo constatan
la preocupación por lo que la crisis está significando de puesta en peligro de
los avances conseguidos en este ámbito, ya que las mujeres “han sufrido mucho
más pérdidas de empleo, a la vez que ha aumentado el tiempo de trabajo no
remunerado”, alertando adicionalmente de que los retrocesos “son especialmente
preocupantes en aquellas regiones donde las brechas de género ya eran muy
acusada antes de la crisis”.
Las horas trabajadas
en 2020 disminuyeron a escala mundial en un 9 % en comparación con el último
trimestre de 2019, siendo el equivalente a una perdida de 255 millones de
puestos de trabajo a jornada completa. La importancia y magnitud de este dato
se comprueba cuando la Memoria subraya que su impacto “es cuatro veces mayor
que el de crisis financiera de 2008”. En esa disminución influye tanto el
número de personas que perdieron su empleo y aquellas que lo abandonaron (33 y
81 millones respectivamente) como quienes trabajaron en régimen de reducción de
jornada y quienes mantuvieron la relación de trabajo en suspenso (el ejemplo de
los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo en España es suficientemente
significativo). Consecuencia de la reducción de las horas de trabajo fue la caída
de los ingresos de las personas trabajadores, de tal forma que, sin contar las
medidas de apoyo público instrumentadas en gran parte de los Estados miembros
de la OIT, “los ingresos del trabajo se redujeron en un 8,3 por ciento en 2020
con respecto a los niveles anteriores a la pandemia”.
Y no solo es
relevante la magnitud de los datos estadísticos de reducción de empleo y de
tiempos de trabajo, y de aumento del desempleo, sino también sus consecuencias
sociales y muy especialmente entre la juventud, alertándose por el Director
General, con pleno acierto a mi parecer, que una de las patologías más
peligrosas que podría causar la COVID-19, y me pregunto si ya la está causando,
sería “el aumento del sentimiento de desencanto con las instituciones públicas
y de desilusión con las perspectivas de trabajo futuras”.
Corolario de todo
lo anteriormente expuesto, y mucho más desarrollado tanto en la Memoria como en
los documentos antes referenciados, es el incremento de las desigualdades en el
mundo del trabajo, tanto entre países como entre grupos de personas. Así se
sintetiza: “Las personas con salarios bajos, no calificadas y menos protegidas,
las mujeres, los jóvenes y los migrantes se han llevado la peor parte de la
crisis económica y social. Los países menos desarrollados han padecido más que
las economías avanzadas. La pandemia profundiza la desigualdad, que ya
alcanzaba niveles inaceptables, tanto dentro de los países como entre ellos. La
OIT estima que el número de trabajadores que viven en situación de pobreza
moderada o extrema aumentará 108 millones en 2020, revirtiendo cinco años de
progreso continuado”.
Por ello, me
parece necesario destacar como concluye el Informe sobre las desigualdades,
tras haber efectuado un exhaustivo repaso de estas en todo los ámbitos geográficos
y laborales: “Reducir las desigualdades es una cuestión de voluntad, que
depende de las decisiones que se tomen; y el coste de la inacción aumenta cada
día. En las últimas décadas se han tomado decisiones de política que han
exacerbado, incluso de manera involuntaria, diferentes formas de desigualdad.
La crisis de la COVID-19 ha puesto de manifiesto —y en muchos casos ha
profundizado— algunas de estas desigualdades preexistentes, lo que a su vez
está socavando la capacidad de los países para generar respuestas y adaptarse a
la crisis. En muchos países, las desigualdades y sus devastadoras consecuencias
para las personas están poniendo en peligro la sostenibilidad social y
económica. En muchos lugares, los costes sociales y económicos de la inacción
aumentan cada día. Actuar contra las desigualdades se ha convertido en un
asunto de la máxima urgencia”.
Cobra entonces si
cabe más importancia el establecimiento y adopción de medidas que garanticen unas
protección social plena, adecuada y sostenible, para toda la población trabajadora,
y sobre ello se centra el Informe V, dedicado a “Forjar el futuro de laprotección social para un mundo del trabajo centrado en las personas”, ya que “sólo el 45 por ciento de la población mundial cuenta con una cobertura
efectiva de al menos una prestación social, mientras que el 55 por ciento
restante – unos 4.000 millones de personas – carecen de protección”, siendo
especialmente relevante que se defiende que la protección social deje de verse
como un coste económico y pase a percibirse “como un requisitos previo para la
dignidad humanas, la justicia social y el desarrollo sostenible”.
Entre las líneas
de actuación propuestas se recoge que la OIT “Procurará prestar más apoyo a los
Estados Miembros para formular y aplicar políticas de protección social que estén
coordinadas con las políticas económicas y de empleo y se fundamenten en marcos
jurídicos con perspectiva de género que incluyan a las personas con
discapacidad, se basen en el diálogo social y tengan en cuenta las
recomendaciones de los órganos de control de la OIT. Esta labor incluye prestar
apoyo a los mandantes tripartitos en sus iniciativas para extender la cobertura
a los trabajadores que todavía no cuentan con una protección adecuada (por
ejemplo, los trabajadores de la economía rural, los trabajadores de las pymes,
los trabajadores por cuenta propia y los trabajadores migrantes), mejorar la adecuación
de las prestaciones y servicios, y abordar mejor las necesidades relacionadas con
la asistencia a la infancia y los cuidados de larga duración”.
4. El capítulo
segundo aborda las medidas adoptadas durante la crisis, a las que ya he
prestado mi atención en varias ocasiones al examinar los informes periódicos sobre
la COVID y el mundo del trabajo, reafirmándose el documento, y no le falta
razón sino más bien todo lo contrario, en que a pesar de la gravedad de la
situación “el mundo del trabajo hubiera salido mucho peor sin estos esfuerzos”.
Valgan estos datos
para sustentar tal afirmación: las medidas fiscales instrumentadas en un
periodo de doce meses fueron de cerca de 16 billones de dólares EEUU, “lo cual
refleja un nivel de estímulo inédito en tiempos de paz”; en la UE “a finales de
2020, 35 millones de trabajadores se habían acogido a un plan de reducción del
tiempo de trabajo, frente a 50 millones en los países de la OCDE en mayo de ese
mismo año, lo que supone una cifra diez veces superior a la de la crisis
financiera mundial”; hasta abril de este año la OIT había documentado “no menos
de 1 622 nuevas medidas de protección social a las que se habían acogido
cientos de millones de personas y que consistían en la ampliación o el ajuste
de programas existentes o la creación de nuevos programas, en particular de
transferencias directas en efectivo y ayudas de emergencia”, precisándose, en
línea con lo anteriormente expuesto, que “el alcance que han tenido estas
medidas es destacable, pero también pone de manifiesto las carencias de la
adecuación y cobertura de los sistemas de protección social existentes”.
Entre las medidas
instrumentadas en muchos países se encuentra el trabajo a distancia (regulado
en España por el Real Decreto-Ley 28/2020 de 22 de septiembre, actualmente en
fase de tramitación parlamentaria como proyecto de ley tras su convalidación por
el Pleno del Congreso de los Diputados), del que se destacan sus aspectos
positivos y también los conflictivos, es decir sus luces y sombras, encontrándose
entre estas últimas “los problemas psicosociales y ergonómicos, así como los
que se derivan de la falta de las estructuras habituales propias de los lugares
de trabajo colectivos —ritmo de trabajo, tiempo de trabajo, interacción con
otras personas, límites claros entre el trabajo y la vida privada”, y entre las
primeras “mayor facilidad para organizar el tiempo de trabajo, posibilidad de
que los mercados de trabajo sean más inclusivos, mejor equilibrio entre la vida
profesional y la vida privada y eliminación del tiempo y el estrés de los
trayectos entre el domicilio y el trabajo”.
Gran parte de las medidas
adoptadas se acordaron en el seno del diálogo social abierto entre los agentes
sociales y con la participación de las autoridades políticas competentes en
cada Estado, principalmente en materia laboral y de protección social. Dado que
el tripartismo es el santo y seña, el ADN, de la OIT, es lógico que se valore
muy positivamente la implicación de todas las partes en la búsqueda de
soluciones, con una llamada a su mantenimiento de manera permanente, y así se manifiesta
de forma concluyente: “Es importante recurrir al diálogo social no solo en
tiempos de crisis profundas, sino con carácter permanente, y mantener ese
compromiso mientras dure la pandemia, a medida que aumenta la presión social,
escasean los recursos y se aleja el consenso. Todas las partes deben asumir una
responsabilidad compartida y emprender acciones conjuntas durante la pandemia,
pero también en la etapa de recuperación”.
5. Es
especialmente interesante la lectura del capítulo III dedicado a las lecciones
que todos hemos aprendido de la crisis; bueno, no sé realmente si todos, pero
si al menos todas aquellas personas que la han (hemos) vivido y sufrido, de
forma directa o a través de nuestros familiares, amigos y/o compañeros de
trabajo, siendo la más significativa a mi parecer, y está siendo machaconamente
repetida por todos quienes conocen la gravedad de la situación a escala
mundial, que estamos en presencia de problemas mundiales que requieren soluciones
mundiales, y basta dedicar unos minutos de nuestro tiempo para conocer que está
ocurriendo en cada uno de los cinco continentes, y en diferente importancia
según los Estados, para constatar la veracidad de tal afirmación, y de ahí la
importancia de las instituciones multilaterales como por ejemplo la Organización
Mundial de la Salud en el ámbito sanitario, la OIT en el laboral, y en nuestro
ámbito territorial europeo la UE; y desde luego, sin olvidar ni mucho menos la
importancia del papel que ha de jugar la ONU.
Así se expone en
el documento: “En un momento de grandes tensiones geopolíticas y de escasa
adhesión al multilateralismo, esta profusión de apoyo popular a la acción
multilateral podría considerarse un resultado positivo de las enseñanzas
extraídas de la pandemia. Pero solo tendrá sentido si los Gobiernos se muestran
decididos a actuar en consecuencia. Diversas necesidades y problemas urgentes
pondrán a prueba esa voluntad política: no solo será crucial emprender campañas
de vacunación rápidas y equitativas, también será preciso impulsar una acción
climática para neutralizar las emisiones de carbono, remediar las situaciones
lacerantes de vulnerabilidad puestas al descubierto por la pandemia, ampliar la
conectividad y un largo etcétera”. Y esa voluntad política pasa ineludiblemente
por medidas que garanticen la financiación para llevar a cabo todas las
acciones necesarias.
La Memoria pone de
manifiesto la falta de previsión para enfrentarse a situaciones como la resultante
de la crisis, incluso poco antes de su inicio, así como también que se ha
puesto de manifiesto, “de forma descarnada, la creciente existencia de
desigualdades de todo tipo en nuestras sociedades, que, en su mayoría, se originan
en el mundo del trabajo”, con el riesgo añadido de que una pandemia prolongada,
que en estos momentos no parece previsible pero que tampoco puede descartarse
en amplias zonas geográficas, “podría generar aún más desigualdades e
injusticias en un futuro próximo”.
Más relevante aún,
es que la desigualdad no es sólo económica, sino que tiene un carácter transversal
ya que afecta a múltiples ámbitos de la vida de una persona, casi desde su nacimiento.
En efecto, no se trata solo de la escala que una persona ocupe en la escala de
ingresos y riqueza, sino que la desigualdad “también guarda relación con el
acceso a la atención de la salud, las oportunidades educativas, la conectividad
a Internet, la protección social, una vivienda digna, la situación financiera,
el empleo formal, la justicia, los servicios públicos básicos, las vacunas y
muchos otros factores”. O dicho de otra forma, pero llegando al mismo resultado:
“Las ventajas y desventajas tienden a acumularse de tal manera que la
desigualdad cuantitativa se transforma en injusticia estructural, en
incapacidad crónica para poder aprovechar las oportunidades y acceder a la
movilidad social, y, en definitiva, en exclusión”, habiéndose agudizado estos
problemas “como consecuencia de la dinámica impuesta por la crisis”.
Y vuelve sobre los
cambios operados en el mundo del trabajo, con particular atención al trabajo a
distancia, para subrayar que la rapidez con que se han instrumentado, y su
aceptación más o menos crítica, hubiera sido impensable en épocas “ordinarias”,
apostando por lo que parece ser una tendencia que se irá desarrollando en años
venideros cual es un “trabajo hibrido” o más exactamente un trabajo que combine
la presencialidad con la virtualidad, siempre y cuando, permítanme que diga una
perogrullada, sea posible combinarlas.
La Memoria es
prudente, pues, respecto al futuro, y sí destaca que ahora que se ha experimentado,
una vez superada la COVID “los empresarios y trabajadores ya no ser verán
obligados a adoptar determinadas formas de trabajo, sino que podrán elegir
entre diferentes opciones”. Y esas opciones han de seguir siendo válidas para
todo el mundo del trabajo en general, y aquí la Memoria trae a colación la Declaración
del Centenario de la OIT para volver a recordar y subrayar que “el futuro del
trabajo no está predeterminado, sino que será el resultado de las preferencias
de la sociedad y de las decisiones de los Gobiernos y de las organizaciones de
empleadores y de trabajadores”.
6. ¿Cuál es el camino
de la recuperación? Es probablemente a mi
parecer el capítulo más optimista de la Memoria, y que se manifiesta de
forma muy clara en la afirmación de que “parece que se ha abierto el camino de
la recuperación”. No obstante, la prudencia sigue siendo mucha en este texto,
por las consecuencias de la crisis y por el agravamiento de las desigualdades
entre Estados y entre grupos de personas.
No deja de ser
significativo, y me parece muy acertado, que se cite a la “nueva economía” con
valores éticos impulsada por el Papa Francisco, abriendo la vía para replantear
las políticas económicas y sociales existentes, siendo un ejemplo recientísimo el
acuerdo del G7 de introducir un impuesto mínimo internacional a las empresas
transnacionales. También, que se abra la vía a la necesidad de un nuevo
contrato social al haberse radicalmente alterado el existente desde la
finalización de la segunda guerra mundial.
Y todo ello, nuevamente
insisto, desde una visión transversal, ya que “la crisis provocada por la
COVID-19 ha puesto de manifiesto que solo es posible avanzar mediante la
combinación de medidas sanitarias, económicas, sociales y humanitarias. Del
mismo modo, también es necesario abordar de forma conjunta los aspectos de la recuperación
y el desarrollo relativos a la salud, el medio ambiente, la educación, las
finanzas, la digitalización, el trabajo y la sociedad, entre otros. Todos esos
aspectos deben converger y tener cabida en procesos que reconozcan la
complementariedad objetiva de los 17 ODS y en las políticas necesarias para
avanzar hacia su consecución” Es lógico, y muy necesario también, que en esa recuperación
se vuelva a recordar la importancia de una política que aborde el futuro del
trabajo, tal como se recogió en la Declaración del Centenario, desde tres
ámbitos: la potenciación de las capacidades de las personas, la de las instituciones
de trabajo para garantizar una protección adecuada a todas las personas
trabajadoras, y un crecimiento económico, sostenido, inclusivo y sostenible, el
empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos.
6. Para lograr
todos estos objetivos es necesaria la plena implicación de la OIT y así se
reconoce de forma expresa en el capítulo V que primero destaca lo ya hecho
hasta ahora para pasar después a destacar que la CIT actual es una “excelente
oportunidad” para fijar las nuevas líneas de actuación y de transmitir sin ambigüedades
“un mensaje de esperanza y compromiso en el que establecerán cómo quieren que
sea la recuperación y cómo van a colaborar para que esta recuperación
contribuya a alcanzar el objetivo común de configurar el futuro del trabajo que
convinieron hace dos años, al adoptar la Declaración del Centenario”.
Ese mensaje es el
que se pretende que sea el documento final de la Conferencia, por lo que habrá
que esperar a conocer las enmiendas que se presenten al mismo hasta llegar a su
aprobación final. En cualquier caso, no creo que haya discrepancias sobre la
tesis defendida en el proyecto de “acelerar la aplicación de la Declaración a
través de medidas que incrementen su visibilidad y aumenten las inversiones”,
que debe convertirse “en una prioridad esencial de las políticas públicas, la
acción de las empresas y la cooperación internacional”.
Siempre partiendo
de los objetivos marcados en la Declaración del Centenario, y por ello
reiterando en buena medida, y adaptándola o modificándola cuando sea necesario,
el documento aborda en primer lugar las “medidas urgentes para promover una recuperación
centrada en las personas”, que pasan primeramente por un crecimiento económico y de empleo
inclusivos, entre cuyas medidas creo que debe destacarse la de “ofrecer
incentivos a los empleadores para que retengan a los trabajadores a pesar del
descenso de la actividad empresarial debido a la crisis, por ejemplo, mediante
el trabajo compartido, semanas de trabajo más cortas, subsidios salariales,
exenciones temporales del pago de impuestos y de cotizaciones a la seguridad
social, así como el acceso a medidas de apoyo a las empresas condicionadas a la
retención de los trabajadores”.
Respecto a la
protección de todos los trabajadores, la OIT recupera sus líneas básicas de
actuación a lo largo de toda su historia, poniendo el acento en “… el respeto
de los principios y derechos fundamentales en el trabajo; un salario mínimo
adecuado, establecido por ley o negociado; límites máximos al tiempo de
trabajo; la eliminación del trabajo infantil y del trabajo forzoso, y la
seguridad y salud en el trabajo, teniendo en cuenta en particular los desafíos
que plantea la pandemia de COVID-19”.
No menos relevante
es que el avance tecnológico en el mundo laboral debe ir de la mano con el respeto
de la normas internacionales del trabajo y de la conciliación de la vida laboral
y la vida privada; muy importante igualmente es la defensa de “la continua
pertinencia de la relación de trabajo como medio para proporcionar seguridad y
protección jurídica a los trabajadores, reconociendo el alcance de la
informalidad y la urgente necesidad de emprender acciones efectivas para lograr
la transición a la formalidad”, y el logro del acceso universal a una
protección social “integral y adecuada, con pisos de protección social, que
asegure como mínimo que, durante el ciclo de vida, todas las personas que lo
necesiten tengan acceso a una seguridad básica del ingreso y a la atención de
salud esencial”.
En fin, qué les
parece en los tiempos que corren (¿se mantendrá en el texto final?) la mención
a “fortalecer el papel esencial que ejerce el sector público en el apoyo al
buen funcionamiento de la economía y la sociedad, reconociendo en particular la
importante función que desempeñan los sistemas públicos de salud y del cuidado
en tiempos de crisis sanitaria y en la prevención de futuras pandemias”.
Por último, en el
apartado dedicado al liderazgo y apoyo de la OIT para una recuperación centrada
en las personas, además de insistir en la importancia del diálogo social, se
apuesta por llevar a cabo medidas de cooperación con los Estados miembros para “priorizar,
en las políticas nacionales y en la cooperación para el desarrollo: la
inversión en las instituciones del mercado de trabajo para trasponer las normas
internacionales del trabajo a la legislación nacional y velar por su plena
aplicación; el desarrollo de competencias y otras políticas activas del mercado
de trabajo; la igualdad de género, y la financiación de la continuidad de la
actividad de las empresas desproporcionadamente afectadas por la crisis,
incluyendo las pequeñas y medianas empresas”.
7. Concluyo mi
atenta lectura y examen de la Memoria del Director General en la 109ª CIT. Sin
duda, me habré dejado muchas cosas igual de importantes en el tintero, perdón en
el ordenador, si bien creo que he destacado aquellas de mayor relevancia. Ahora
toca esperar y desear el éxito de esta CIT en la adopción de medidas que
permitan proteger adecuadamente en materia laboral y de protección social a
todas las personas trabajadoras.
Mientras tanto,
buena lectura.
1 comentario:
Muchas gracias!
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