Según la
OIT, en 2015 el número de migrantes internacionales era de 243,7 millones (48 %
mujeres), alrededor de un 3 % de la población mundial, mientras que al
iniciarse el siglo XXI eran 60 millones menos, en concreto 172,7. La principal
causa de las migraciones sigue siendo la búsqueda de empleo, ya que el 72,7 % de la población migrante en edad de
trabajar, 207 millones (66,6 millones de mujeres), con datos de 2013, estaban trabajando o habían sido
económicamente activos, siendo un dato especialmente relevante que casi la
mitad de los trabajadores migrantes (48,5 % en términos globales, con
diferencias entre las mujeres, 52,9 %, y los hombres, 45.1 %) se concentran en
dos grandes zonas regionales: por una parte, América del Norte; por otra, el
norte, sur y oeste de Europa (es decir, sustancialmente la Unión Europea, más
exactamente una parte de sus Estados miembros que dejaría de lado los
incorporados a partir de 2004, 2007 y 2015).
El 11 de
enero el papa Francisco pronunció un importante discurso que en gran medida estuvo dedicado
al fenómeno migratorio. Es otra mirada, distinta y más abierta, de la de los
responsables políticos, que no obvia la gravedad de la situación pero que al mismo
tiempo busca respuestas que coloquen a las personas en el centro de todas ellas y que protejan su dignidad. La
reflexión del Papa es, pues, sobre “la grave emergencia migratoria que estamos
afrontando, para discernir sus causas, plantear soluciones, y vencer el miedo
inevitable que acompaña un fenómeno tan consistente e imponente, que a lo largo
del año 2015 ha afectado principalmente a Europa, pero también a diversas
regiones de Asia, así como del norte y el centro de América”, una reflexión en
la que expone que la historia de la humanidad, como recuerda la Biblia, está
hecha de tantas migraciones, a veces como fruto de su conciencia del derecho a
una libre elección; otras, impuestas a
menudo por las circunstancias externas”.
Más
preocupantes son las conclusiones del Consejo de Jefes de Estado o de Gobierno
de la Unión Europea, celebrado el 18 y 19 de febrero, sobre la política
migratoria y el acuerdo para evitar la
salida del Reino Unido de la UE. No esperen encontrar en las conclusiones una
apuesta decidida por una política social de progreso, más allá de las
consabidas referencias a la necesidad de mantener una Europa en la que libertad
de circulación de las mercancías, personal, capitales y servicios sea una
realidad, aunque inmediatamente nos demos cuenta que la libertad de circulación
de las personas cada vez sufre más restricciones. No esperen encontrar alguna
referencia a la necesidad de coordinar mejor las políticas sociales, o mejor
dicho sí la encontrarán en las propuestas para contentar al Reino Unido…, pero
en el sentido de restringir los derechos sociales, y no sólo a ciudadanos de
terceros países sino también, y este es el dato a destacar, a ciudadanos de
países de la UE, básicamente (aunque es lógico que no se mencione de forma
expresa, pero la redacción del texto no deja ningún lugar a duda de cuáles
son), aquellos de la Europa central y del este que se incorporaron a la UE en
2004 y 2007.
A diferencia
de otros documentos comunitarios en los que se pone el acento, al menos
teóricamente, en las políticas de integración, sin olvidar ciertamente las del
control y restricción de entrada de refugiados, las conclusiones apuestan
claramente por la segunda opción como lo demuestra la lectura de las tres
primeras líneas del apartado 4: “En respuesta a la crisis migratoria a la que
se enfrenta la UE, el objetivo debe ser, rápidamente, contener la afluencia de
llegadas, proteger nuestras fronteras exteriores, reducir la migración ilegal y
salvaguardar la integridad del espacio Schengen”. Mucho más dura aún, tanto desde el respeto a
la dignidad humana como jurídica, es la declaración de la reunión del 8 de
marzo, en la que se incluye una medida que habla de números cuando en realidad
son personas: “reasentar por cada sirio readmitido en Turquía desde las islas
griegas a otro sirio desde Turquía en los estados miembros de la U”, eso sí “en
el marco de los compromisos vigentes”. Para la UE, Turquía debe aplicar el plan de
acción pactado, y muy bien compensado económicamente, al objeto de integrar a la
población siria refugiada en su territorio en el mercado laboral y al mismo
tiempo detener los flujos migratorios.
Justamente
la crisis de los refugiados mereció atención en la reunión de los ministros de finanzas
del G20 celebrada a mediados de febrero en
Shanghái, pero no desde la perspectiva humanitaria sino desde su impacto
en la estabilidad económica por el impacto que puede tener en el seno de la UE
y en consecuencia también en el ámbito mundial. Desde una perspectiva mucho
menos economicista y más cercana a los problemas de los refugiados, la red
intraeclesial ha puesto de manifiesto que “no estamos ante una crisis
humanitaria debido al recrudecimiento de la guerra de Siria y otros conflictos,
sino ante el fracaso de las políticas migratorias europeas basadas en el
control de flujos y la externalización de fronteras”. Por otra parte la Comisión Europea ha
destacado que los más de 60 millones de refugiados y desplazados internos que
se contabilizan en todo el mundo “constituyen la más grave crisis de refugiados
desde la II Guerra Mundial”
Tiempos
lentos los de la política, tiempos muy rápidos en la vida real en la que muchos
refugiados desean acceder a territorio europeo. Muchas reuniones, muchos
documentos, muchas palabras (cada vez con contenidos más restrictivos de
derechos). Ya sobran, porque lo que faltan son los hechos, las medidas para que
Europa mantenga su rostro social ¿será posible?
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