1. Los días 26 y 27 de
junio se celebró la primera jornada de pensamiento Fe-Justicia, organizada porel centro de estudios Cristianisme y Justicia, con el título general de “Actualizando
el diálogo entre la fe y la lucha por un mundo más justo”. Durante un día y
medio alrededor de 80 personas hemos debatido sobre dicha actualización con
ponencias, y muy interesantes debates posteriores sobre la injusticias en el
mundo actual, el cristianismo y la posmodernidad, la cuestión ecosocial, el
trabajo, la precariedad y la exclusión social, y los movimientos sociales y
alternativas políticas. Puede encontrarse una buena síntesis de la jornada en
la página web de la provincia de España de la Compañía de Jesús.
Vaya desde aquí mi
felicitación a las personas organizadoras del evento, en el que se puso de
manifiesto la vitalidad que mantiene CiJ para debatir y formular propuestas de
cambio a las injusticias de la sociedad actual, desde la perspectiva
irrenunciable de defensa de las personas más desfavorecidas. Tal como se
afirmaba en la presentación- motivación de la jornada, y estoy convencido de
que se alcanzó, “el reto principal de esta jornada consistirá en mantener el
foco en las injusticias en sentido amplio, pero siendo capaces de analizarlas
desde las diversas causas que las provocan, mantienen o legitiman”. Este reto
engarza plenamente con la mirada abierta del Papa Francisco que queda recogida
en la encíclica Laudatio SI, que será objeto de atención más adelante, cuando
afirma que “.. la Iglesia Católica está abierta al diálogo con el pensamiento
filosófico, y eso le permite producir diversas síntesis entre la fe y la razón.
En lo que respecta a las cuestiones sociales, esto se puede constatar en el
desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, que está llamada a enriquecerse
cada vez más a partir de los nuevos desafíos”.
2. Una de las mesas de
trabajo de la Jornada estuvo dedicada al tema general del trabajo, con el
título de “Trabajo, precariedad y
exclusión social ¿Cómo reconstruimos la idea de ciudadanía?”, que contó con la
participación de destacados ponentes como el profesor de la Universidad Ramón
Llull Toni Comín, la presidenta de las Entidades Catalanas de Acción Social
Teresa Crespo, y el jesuita Dario Mollá. Cada uno de ellos, desde diversas
perspectivas doctrinales, prácticas y religiosas, se acercó a la problemática
actual del mundo del trabajo y de la exclusión, formulando propuestas de
actuación que merecieron un buen debate posterior. Por su interés reproduzco los
objetivos de la sesión tal como fueron publicados en el programa de la jornada:
“En las últimas décadas ha ido cambiando nuestro paisaje económico y social. La
deslocalización de una buena parte de nuestro tejido industrial, la aparición
de nuevas formas de trabajo vinculadas a las nuevas tecnologías, una
consolidación del paro y la precariedad como elemento estructural, la profunda crisis
ideológica asociada a la caída del muro de Berlín pero también al progresivo desgaste
de los agentes políticos próximos a la socialdemocracia, el crecimiento de las desigualdades,
etc. todo nos ha llevado hacia un nuevo paisaje, donde se está cuestionando el
papel que el trabajo ha tenido tradicionalmente como vertebrador de la vida de
las personas y también de sus derechos. A partir de esta situación cómo reconstruir
una nueva ciudadanía que pivote sobre elementos hasta ahora poco estudiados y
mucho más centrados en las personas que en la economía (solidaridad, atención a
las personas, cooperación…)”. En la síntesis de la jornada publicada en la
página web de la provincia de España de la Compañía de Jesús se explica
que “En ella se habló del gran valor
cristiano de defender la dignidad humana por encima de todo, de la
responsabilidad social que supone la unión entre fe y justicia, de la situación
de segregación y de precarización creciente del actual mercado laboral, de la
necesidad de promover alternativas de democracia económica y economía social y
de la posibilidad de vivir la propia dignidad desde ámbitos distintos al del
trabajo. Así, Darío Mollá, concluía su exposición con una llamada: "Los
sueños del futuro no nos pueden hacer olvidar los sufrimientos del
presente".
3. Fue una gran
satisfacción poder participar como invitado en la llamada “fila 0” y poder
intervenir para formular unas breves reflexiones sobre las aportaciones de los
ponentes y sobre mis propias ideas relativas a cómo repensar el mundo del
trabajo en la sociedad en qué vivimos, y para ello preparé unas notas para mi
intervención sobre la encíclica Laudatio SI que ahora ordeno y amplío para
ponerlas a disposición de todos los lectores y lectoras del blog y de todas las
personas participantes en la Jornada, previa manifestación de la satisfacción
que me produjo el haber aprendido mucho de todas las intervenciones de los
ponentes durante la Jornada, y de constatar una vez más la buena salud
intelectual de que goza el centro CiJ, salud que no ha decaído, sino todo lo
contrario, desde su puesta en marcha en 1982.
4. En una jornada sobre
fe y justicia en la que se aborda el mundo del trabajo es obligado referirse a
la doctrina social de la Iglesia, y más concretamente a las muy importantes
aportaciones del Papa Francisco. En esta ocasión es obligado mencionar la
reciente encíclica “Laudatio SI, sobre el cuidado de la casa común”, de fecha
24 de mayo, un documento que ha merecido una valoración elogiosa por parte del
movimiento sindical internacional, habiendo manifestado la presidenta de laConfederación Sindical Internacional (CSI) Sharan Burrow, que las palabras del
Papa “destacan el hecho de que, a menos de que se tomen medidas para luchar
contra el cambio climático, nuestros objetivos de progreso social y de trabajo
decente para todos seguirán siendo un mero sueño. El dramático deterioro de
nuestro medio ambiente representa una amenaza para los derechos humanos y la
justicia social, y su enérgico mensaje refuerza la necesidad de una transición
justa hacia un futuro con bajas emisiones de carbono y medioambientalmente
sostenible. Nosotros compartimos este imperativo de transformación de nuestro
sistema económico a fin de evitar la contaminación y hacer posible que los
trabajadores y sus familias accedan a puestos de trabajo decentes y medios de
vida dignos”.
Desde luego, no concitará
precisamente simpatías la Encíclica entre un sector del mundo político y
económico por afirmar con rotundidad algo que es suficientemente conocido por
muchas personas porque lo han sufrido en sus propias carnes: “…necesitamos
imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen
decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La
salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población,
sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un
dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar
nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación. La crisis
financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía
más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad
financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que
llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo…”. Y
menos simpatías tendrá el Papa con su afirmación de que “… una vez más,
conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que los
problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas
o de los individuos”.
5. Destaco de la encíclica
aquellos contenidos que me parecen más relacionados con el mundo del trabajo y
la problemática de la exclusión social, habiendo dedicado al primero un
apartado específico que lleva por título “Necesidad de preservar el trabajo”.
No extrañará a quienes trabajan con personas desfavorecidas, excluidas, pero
quizás sí a quienes no conozcan esa realidad, que el Papa advierta de la falta
de conciencia que suele haber sobre los problemas que afectan a dichas personas
(me viene a la mente el debate que tenemos en España sobre la mejora del
mercado de trabajo tan defendida por el gobierno y las críticas formuladas por
muchas personas y grupos sociales sobre el deterioro de dicho mercado y su
impacto negativo sobre las condiciones de vida laboral de una gran parte de
trabajadores y de desempleados), para quienes las propuestas de actuación quedan
relegadas a los últimos lugares, debido en parte “a que muchos profesionales,
formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados
lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con los
problemas”.
Cabría pensar, al hilo de
las reflexiones del Papa Francisco, cómo y qué decisiones toman los máximos
responsables de las organizaciones internacionales económicas y cuáles son los
intereses que defienden ¿verdad? Y en esta misma línea de reflexión general y
de afirmación clara de las injustas diferencias que hay entre los seres humanos
(como laboralista me viene a la mente ahora el marco jurídico de la relación
contractual laboral y la situación de desigualdad entre las partes, legitimada
jurídicamente por el contrato de trabajo) conviene destacar esta manifestación
recogida en el apartado 90: “…deberían exasperarnos las enormes inequidades que
existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más
dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una
degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni
siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta
superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible
generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en la práctica que
unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores
derechos”.
6. Como he indicado con
anterioridad, hay una parte de la encíclica dedicada específicamente al mundo
del trabajo, con el título “Necesidad de preservar el trabajo” (124-130), en la
que parte del valor del trabajo desarrollado por Juan Pablo II en la Laborem
Exercens de 1981, así como también a la Caritas in Veritate de Benedicto XVI en
2009. En la primera encíclica, a la que presté atención en el Cuaderno número 1de CiJ, Juan Pablo II defendió a los sindicatos para la defensa de los
intereses profesionales "como un elemento indispensable de la vida social,
especialmente en las sociedades modernas industrializadas...".. Pero los
sindicatos no asumían, según el Papa, un papel de lucha de clases, ya que
"... no es una lucha contra los demás, es una lucha por la justicia
social..., por el bien que corresponde a las necesidades y a los méritos de los
hombres del trabajo asociados por profesiones". Límites a la actuación
sindical serían las limitaciones que imponga la situación general del país (no
al corporativismo ni al egoísmo de clase). Juan Pablo II se declaraba partidario
de la plena autonomía del sindicato con respecto a los partidos políticos (muy
probablemente pensando en la situación política y social que vivía su país en
dicho año), a fin de que el mismo "no se convierta en un instrumento para
otras finalidades".
Me interesa destacar de
las aportaciones de la Laudatio SI el concepto amplio de trabajo que utiliza,
coherente a mi parecer con las nuevas realidades del mundo laboral, planteándose
la “correcta concepción del trabajo” y manifestando que no debemos hablar sólo
del trabajo manual o del trabajo con la tierra, “sino de cualquier actividad
que implique alguna transformación de lo existente, desde la elaboración de un
informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico”, concluyendo que “cualquier
forma de trabajo tiene detrás una idea
sobre la relación que el ser humano puede o debe establecer con lo otro de sí”,
y afirmando más adelante que “la diversificación productiva da amplísimas
posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la vez que
protege el ambiente y crea más fuentes
de trabajo”.
Y ahora, parémonos a
pensar en los debates actuales sobre las relaciones de trabajo y la necesidad
de poder manifestar en ellas todos los valores que tiene una persona, en muchas
ocasiones tapados, oscurecidos o simplemente inexistentes por el ejercicio
desmesurado, y poco productivo, del poder de dirección empresarial; porque, si
no supiéramos quien realiza las manifestaciones que recojo a continuación, bien
pudiéramos pensar que estábamos, al menos en parte, ante palabras de un
director inteligente y responsable de recursos humanos: “El trabajo debería ser
el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas
dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo
de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una
actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial, más allá
de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad
económica, es necesario que «se siga buscando como prioridad el objetivo del
acceso al trabajo por parte de todos”.
7. En esta búsqueda del
empleo digno para tener una vida digna (¿a que éstos términos les suenan mucho
de documentos de la Organización Internacional del Trabajo? el Papa Francisco
alerta sobre un mal uso del cambio tecnológico que sólo se concrete en la reducción
de costes de producción y de personas empleadas reemplazadas por máquinas,
llamando su atención (que creo que es coincidente con la de todas las
instituciones y organismos internacionales que abordan los efectos de la
tecnología sobre el mundo del trabajo) sobre la necesidad de tener en
consideración, ante cualquier decisión que se adopte al respecto, el coste humano
que puede tener (y aunque no lo diga expresamente estoy seguro de que cabe
añadir que es necesario plantearse qué medidas sociales adoptar para evitar
tales costes), alertando de que “dejar de invertir en las personas para obtener
un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad”.
Bien que pensando
básicamente en el mundo agrícola, la reflexión de la encíclica sobre la “necesidad
imperiosa” de promoción de una economía que “favorezca la diversidad productiva
y la creatividad empresarial…. para que siga siendo posible dar empleo…” me
parece plenamente válida para la potenciación de modelos empresariales
colaborativos y solidarios, de fomento de la economía social, un modelo de empresa que sin desconocer la
realidad económica y social en la que debe operar permita desarrollar al máximo
el potencial de todas las personas que forman parte de la misma, con especial
atención a las pequeñas y medianas empresas que son la gran mayoría del tejido
productivo empresarial y no solamente, ni mucho menos, en los países en
desarrollo, ya que “una libertad económica sólo declamada, pero donde las
condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella, y donde
se deteriora el acceso al trabajo, se convierte en un discurso contradictorio
que deshonra a la política”.
Una especial atención
obviamente dedica la encíclica a la problemática de la concentración de tierras
productivas en manos de pocas empresas y la pérdida que ello ha supuesto para
un número importante de pequeños productores, bastante de los cuales, por no
disponer de otras fuentes de ingresos, “se convierten en trabajadores precarios,
y muchos empleados rurales terminan migrando a miserables asentamientos de las
ciudades”.
Por último, cualquier política
laboral y social, cualquier política de empleo que se ponga en marcha, debería
tomar en consideración el principio del bien común, el respeto a la persona
humana y su desarrollo integral, y obsérvese como esta reflexión de alcance
social general contenida en la encíclica es perfectamente extrapolable a las
políticas de empleo y de protección social (me viene a la mente ahora la caída de
protección contributiva y asistencial de las personas en situación de
desempleo, que lleva a que un importante número de ellas en España carezca
actualmente de esta red protectora y que lleva a la necesidad de activar de
forma intermitente mecanismos excepcionales, como el reciente plan de activación
de empleo, para intentar mitigar tal situación): “En las condiciones actuales
de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las
personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del
bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia,
en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres”.
Buena lectura de la
encíclica.
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