domingo, 4 de septiembre de 2011
La sugerente aportación de los obispos católicos americanos al Día del Trabajo. Un documento de imprescindible lectura.
1. Las redes sociales, y las personas presentes en ellas, permiten tener conocimiento de documentos que, de otra manera, probablemente no serían conocidos. Aunque estoy muy interesado en las redes y su impacto social, y trato de participar activamente, cada día me quedo más sorprendido del caudal de información (y en muchas ocasiones, no hay que negarlo, también de manipulación o desinformación) al que se puede tener acceso.
Hago esta reflexión previa para situar el contenido de esta entrada. Mañana lunes, 5 de septiembre, se celebra el Día del Trabajo (Labor Day) en Estados Unidos, celebración que por razones históricas, y que están muy bien documentadas en estudios sobre el mundo del trabajo en EE UU, se lleva a cabo en una fecha diferente de la de la mayor parte de los países, el 1 de mayo.
Hace pocos días, ese incansable trabajador y activista de las redes sociales que es Fernando Carlos Díaz Abajo, director del departamento de pastoral obrera de la Conferencia Episcopal Española, publicó en su página de Facebook el documento de los obispos católicos de los Estados Unidos (en versión inglesa y española) con ocasión de la celebración del día del trabajo, que rápidamente fue compartido por la gran mayoría de los miembros de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) que están presente en dicha red, así como también por otras muchas personas interesadas en cuestiones de carácter social y que tienen las suficiente lucidez para no dejarse presionar (a favor o en contra, aunque sucede ser más bien los segundo) por la denominación “católica” de un documento. Con rapidez y reconozco que sin haberlo leído, pero si lo difundía Fernando pensé inmediatamente que algo bueno debía tener, lo publiqué en mi cuenta de Twitter y contribuí una vez más a descolocar a algunas de las personas que me siguen y no saben muy bien dónde ubicarme política y socialmente.
En la tranquilidad de este fin semana (hasta hace pocos días tenía mucho más movimiento jugando con mis nietos, pero el proceso de “trasnacionalización laboral” de los científicos, y mi hijo Juan y mi nuera Sonia son sujetos directamente afectados, no me va a permitir jugar con ellos tanto como yo desearía en los próximos meses), he leído el documento y he quedado gratamente sorprendido. En mi cuenta de Facebook publiqué inmediatamente la siguiente, y muy breve, reflexión: “¿Publicará algún día la Conferencia Episcopal Española con ocasión del día del trabajo una Declaración como la de los obispos católicos de EE UU para el día 5? Recomiendo su lectura al mundo político, sindical y social, y destaco esta frase: Una sociedad que no puede usar el trabajo y la creatividad de tantos de sus miembros, fracasa económica y éticamente". Por cierto, al incansable Fernando le gusta esta nota, y también a mi buen amigo de la Universidad Autónoma de Barcelona, el profesor Joan Lluís Pérez Francesch.
Bueno, como siempre que me pongo a escribir sobre algo que me gusta me voy por los cerros de Úbeda y no acabo de entrar en materia, y reconozco que hoy me cuesta algo más de lo habitual porque hace siete años estaba pendiente de la boda de uno de mis hijos y recuerdo esos momentos -- ¡madre mía, cómo pasa el tiempo! -- como si fuera ayer. Pero vamos a intentarlo.
2. El documento no se puede leer con prisas, porque sus seis páginas y media son densas y están llenas de contenido, pero lo más importante es su claridad que ya se pone de manifiesto en el título de la declaración: “Costos humanos y desafíos morales de una economía quebrada”, y lleva la firma de Mons. Stephen E. Blaire, Obispo de Stockton y presidente del Comité de Justicia Nacional y Desarrollo Humano de la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU.
Tras una lúcida introducción, el documento plantea cuales son justamente “los costos humanos de una economía quebrada”; después, qué dice la doctrina social de la iglesia sobre el trabajo y los trabajadores, en qué situación se encuentran los trabajadores y sus sindicatos, y qué dice sobre ellos también la doctrina social (me ha obligado a releer el primer cuaderno de Cristianisme i Justícia que tuve la oportunidad de publicar…¡en 1982!, en el que dediqué especial atención a los derechos colectivos de los trabajadores en la doctrina social); presta atención a la solidaridad con los pobres y los vulnerables (en la jerga jurídica, cada vez más difícil de entender por gran parte de la población, edulcoramos muchas veces la realidad con expresiones como colectivos desfavorecidos, de difícil acceso al mercado de trabajo, o en situación o riesgo de exclusión social); formula unas consideraciones generales sobre el marco católico para la vida económica, la búsqueda de la acción común para cambiar nuestra sociedad, y concluye con la obligada, y necesaria, mención a las palabras de esperanza y compromiso.
El documento me parece especialmente importante porque se inspira en la primera encíclica de contenido social, la Rerum Novarum de León XIII en 1891, justamente en la época de la revolución industrial, en un momento histórico el que, como se recuerda en la Declaración, “los trabajadores también enfrentaron grandes dificultades”. Por cierto, dado que la realidad de 2011 (incremento de las desigualdades sociales, pérdida de derechos laborales, precariedad social, …) tiene mucho en común a mi parecer con aquello que ocurrió durante la segunda mitad del siglo XIX y que estuvo en la base de los conflictos sociales y del surgimiento y aprobación de las primeras normas laborales, estoy pensando seriamente dedicar este curso académico más importancia a la explicación de la fase histórica del origen del Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, porque no olvidar la historia es aprender para no repetir los errores del pasado (a ver qué piensan mis alumnos y alumnas).
Les pongo deberes (¡caramba, también aquí me sale la vena académica!). Léanse con detenimiento el documento y después alábenlo, critíquenlo, o simplemente olvídense de él, pero no hagan aquello que, desgraciadamente, hacen en muchas ocasiones los tertulianos radiofónicos: hablar de textos y documentos importantes, en especial de los jurídicos, sin habérselos leído en su integridad.
3. Me quedo del documento con varias frases, y obviamente con aquello que quieren transmitir.
A) En la introducción se expone, de forma clara y sin circunloquios, que el 5 de septiembre de 2001, en el país más poderoso del planeta (bueno, eso lo digo yo y no el documento, y además es discutible viendo el incremento de poder de la República China), “los datos económicos son crudos y los costos humanos son reales: millones de nuestros hermanos y hermanas no tienen trabajo, crían a sus hijos en la pobreza y viven obsesionados por el miedo a perder su seguridad económica”, de tal manera que los trabajadores “tienen razón en sentir preocupación y miedo por el futuro”. Pero, y aquí está la primera reflexión de alcance, que los problemas son de índole económica y financiera es indudable, pero que la situación actual tiene costos humanos y morales aún debería serlo menos (aunque, añado yo ahora, esto no parece preocupar a quienes creen que las decisiones que toman son meramente técnicas y olvidan de que afectan a personas de carne y hueso), y por ello conviene centrar las atención en los mismos e ir “mucho más allá de los indicadores económicos, de los descalabros bursátiles y de los conflictos políticos”.
B) ¿Les gustará a los miembros del Tea Party el documento, en especial el apartado dedicado a los costos humanos de una economía quebrada? Ya les aseguro que no y que probablemente lo calificarán de revolucionario (antes hubieran dicho que era un documento “de rojos”, pero como ahora ya no existe el enemigo soviético de la guerra fría esa palabra ha quedado en desuso). Bueno, si ser revolucionario (más bien sólo reformista, diría yo) es poner blanco sobre negro los problemas existentes, pues probablemente sí lo sea, y me quedo con una frase que podría ser titular de cualquier artículo periodístico o de opinión: “una economía que no puede ofrecer empleos, sueldos decentes, beneficios sociales ni un sentido de participación y contribución a sus trabajadores está quebrada”. No lo dice ningún partido político ni grupos sociales ubicados en la izquierda (dejemos para otro día el debate de qué es la izquierda política y social en la actualidad) sino un documento de los obispos americanos: “está creciendo la brecha de riqueza e ingreso entre los pocos relativamente prósperos y los muchos que sufren carencias”, y las tensiones económicas están dividiendo y polarizando aún más a EE UU y a su vida pública, “con ataques a los sindicatos, migrantes y grupos vulnerables”. Por cierto, hay otra frase que me llama poderosamente la atención por su claridad y que me ha recordado el debate que hemos tenido en Cataluña sobre la renta mínima de inserción y el buen o mal uso que hacen de los recursos económico de esta prestación sus perceptores. Lean la frase y a poco que hayan seguido los medios de comunicación sabrán en quien estoy pensando (y si no lo saben, acudan, quienes leen y entienden el catalán, a la lectura – algo aburrida, no se lo voy a negar, de los debates que tuvieron lugar el día 27 de agosto en la reunión de la Diputació Permanent del Parlament de Catalunya: “Hay cada vez más niños (más de 15 millones) y familias que viven en la pobreza. Esto no significa que les falta el videojuego que está de moda, significa que les faltan recursos para cubrir las necesidades básicas: vivienda, ropa y demás”.
De forma breve, pero bien clara, el documento repasa los errores y la irresponsabilidad de quienes contribuyeron a la difícil situación en que hoy se encuentran un gran número de norteamericanos, y crítica duramente la deshonestidad, la irresponsabilidad y la corrupción, que deben dar paso “a la integridad, la irresponsabilidad y a lo que el Papa Benedicto llama el principio de gratuidad, un tipo de generosidad que se centra en el bien de los demás y en el bien común”.
C) El documento aborda a continuación la doctrina social de la iglesia sobre el trabajo y los trabajadores, y la organización colectiva de estos en sindicatos. Recuerda que el trabajo ha sido situado por dicha doctrina en el centro de la vida social y económica, e incorpora la reflexión contenida en la Gaudium et Spes sobre la necesidad del trabajo para las personas, “no sólo para pagar las cuentas, poner comida en la mesa y tener donde vivir, sino también para expresar su dignidad humana y enriquecer y fortalecer la comunidad”. Efectúa una amplia relación de citas del Catecismo, de la Gaudium et Spes, y de la Caritas in Veritate para alertar sobre los peligros, no sólo económicos sino también morales y espirituales del desempleo generalizado, y recuerda la obligación de la sociedad de ayudar, según sus propias circunstancias, a los ciudadanos “para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente”.
Estados Unidos es un paraíso, en muchas ocasiones, para los defensores del antisindicalismo, y en muchas ocasiones es también casi un infierno para quienes luchan y dedican todo su esfuerzo a organizar colectivamente a los trabajadores. Del cielo y del infierno sabe mucho la Iglesia, y en EE UU varios gobiernos estatales, valgan como ejemplo los de Wisconsin y Ohio, tratan de eliminar o restringir los derechos de los trabajadores a la negociación colectiva. El documento episcopal no se alinea de forma total y absoluta con los sindicatos y con su forma de abordar las negociaciones, pero hace suya toda la doctrina contenida en las encíclicas sobre el derecho de sindicación, exponiendo de forma rotunda (se puede decir más alto, pero no más claro) que “la Iglesia ratifica los derechos de los obreros en los ámbitos públicos y privado a formar un sindicato o afiliarse a uno, a la negociación colectiva y a tener voz y voto en los centros de trabajo”. Más diáfana aún, si cabe, es la afirmación de que “la enseñanza de que los trabajadores tienen derecho a formar sindicatos o afiliarse a otras asociaciones sin interferencia o intimidación es contundente y sistemática”.
Los obispos americanos son conscientes de que en algunas ocasiones la Iglesia y el movimiento sindical pueden adoptar posiciones contrarias sobre algunos asuntos, básicamente de índole político o social, y que deben tratar de abordar las diferencias “en un diálogo franco y respetuoso”. En síntesis, los obispos americanos abogan por el pleno reconocimiento de los derechos individuales y colectivos de sindicación (y recuerden que hacerlo en un país donde la cultura antisindical está muy extendida no es ciertamente sencillo) y llaman a la acción conjunta del mundo religioso y del mundo sindical para, desde sus respectivo campos de actuación, “defender las prioridades comunes de proteger los derechos de los trabajadores, de abogar por la justicia social y económica, y de vencer la pobreza y crear oportunidades para todos”.
D) La preocupación por los pobres y vulnerables está presente en el documento, con una llamada a todos los poderes públicos y a la sociedad en general para adoptar medidas económicas que repercutan, fundamentalmente, en beneficio de los más necesitados, que son habitualmente los menos escuchados. La salida de la pobreza pasa por disponer de un trabajo decente con un sueldo decente (recuerdo aquí los estudios, informes y programas de la Organización Internacional del Trabajo sobre el trabajo decente y su importancia para numerosos Estados), y la recuperación del crecimiento se considera como una poderosa manera de reducir el déficit.
No hay propuestas mágicas que puedan resolver los problemas existentes, ni creo que corresponda tampoco esa tarea a la Iglesia, y menos en un documento como el que ahora comento, pero sí hay propuestas claras de cuáles debería ser las líneas de actuación de nuestros gobernantes: no al recorte desproporcionado en servicios esenciales para los pobres, compartir los sacrificios, “incluyendo un aumento adecuado de los ingresos”, eliminar gastos militares innecesarios y afrontar, en lo posible, el proceso de envejecimiento de la población, es decir “los costos a largo plazo de seguro médico y programa de retiro”. Ello requiere de un marco económico que, tal como puso de manifiesto la Centesimus Annus, “no se opone al mercado, sino que exige que este sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad”.
En definitiva, el documento llama a una acción común para abordar y dar respuesta a los problemas existentes, y critica que se culpabilice a una parte de la sociedad, los inmigrantes, de los problemas actuales, cuando han contribuido, y de gran manera, al desarrollo económico de los EE UU (y en España también, lo recuerdo para desmemoriados). El diálogo y el trabajo en común se convierte para los obispos en la clave de bóveda necesaria para abordar los problemas del desempleo, apostar por el crecimiento económico, la superación de la pobreza y el aumento de la prosperidad, y para todo ello es necesario “hacer los sacrificios necesarios para comenzar a curar nuestra quebrada economía”.
Buena lectura del documento…, para quien desee hacerlo.
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