sábado, 1 de diciembre de 2007

Mundialización económica y normas del trabajo.

Con un crecimiento económico importante y con un ritmo cada vez más elevado de productividad, sigue habiendo importantes desigualdades económicas, de forma que aumenta un poco el número de "ganadores" y se incrementa de forma más considerable el número de "perdedores".

Una cuestión importante que se plantea en el debate socioeconómico a escala internacional es el de la relación entre los procesos de mundialización económica y la existencia de las normas de trabajo, a fin de determinar en qué medida éstas deben ser cuestionadas para lograr una mayor eficacia y productividad laboral en todos los países, ya sean desarrollados o en vías de desarrollo.

La cuestión surge a partir de finales de la década de los setenta del siglo XX cuando el viraje hacia posturas neoliberales en la política económica y social llevo, según los estudiosos de esa época, a poner en duda el valor de la normativa laboral en su conjunto, y se refuerza por sus defensores con argumentos de índole económico como es precisamente el de la mundialización de la relaciones de producción, así como también por otros de carácter político que no se exponen directamente pero que son fácilmente entendibles, cual es que "con la caída del comunismo han desaparecido los temores de la guerra fría respecto a que las malas condiciones de trabajo pudieran generar un malestar social que llevara a la nación a abandonar las filas del mundo libre".

Soy del parecer, en la misma línea que se defiende por foros sociales internacionales, que la normativa laboral cumple una función importante de mejora de la eficacia en el trabajo y de incremento de los niveles productivos, en la medida en que el personal y sus organizaciones representativas se implican mucho más en la vida de las empresas; sin olvidar además, para aquellos que ya no recuerdan lo que ocurrió durante el s. XIX -- y que además, paradojas de la historia, ha vuelto a plantearse en diversos países europeos en los últimos años -- "que conviene recordar que la desigualdad tiene un precio, y que si se permite que rebase ciertos límites acabará por generar conflictos económicos y sociales". La implicación del personal en la marcha de sus empresas, así como una adecuada cualificación profesional constantemente adaptada a los cambios en los procesos y actividades productivas, se configuran como piezas básicas para avanzar en el camino del fortalecimiento de nuevos modelos organizativos empresariales que apuesten por potenciar la estabilidad y no la precariedad; en suma, y dicho con palabras del Comité Económico y Social comunitario, "nuevas formas de organización del trabajo caracterizadas por un alto grado de responsabilidad y participación y, al mismo tiempo, descentralización creciente de los procesos decisorios y necesidad creciente de adaptación profesional". Una normativa social adecuada junto con una política de gasto social público son elementos básicos e imprescindibles para la legitimación del sistema democrático, y ambas han dotado al capitalismo de una capacidad de integración social de la que no había gozado durante muchos años a lo largo de la historia, habiéndose podido afirmar correctamente a mi entender por el profesor González Temprano, y refiriéndose a la segundo elemento, que "es posible que el saldo económico del gasto social no sea el óptimo para la reproducción y acumulación de capital, pero sí su saldo social, pues la armonía social que le ha proporcionado tiene un autovalor ". Una normativa social que debe tender a propiciar la recuperación del pleno empleo, si bien desde una óptica renovada que tenga en consideración los cambios en el mundo del trabajo acaecidos en las últimas décadas, tanto en los que respecta a las personas (hombres y mujeres, pues no se olvide que la normativa laboral tuvo desde sus orígenes un claro sesgo de género masculino) que trabajan como a las nuevas actividades y ocupaciones, pues difícilmente podrá entenderse por pleno empleo volver a las condiciones laborales del S. XIX; es decir, al hablar de pleno empleo no podemos pensar únicamente en un porcentaje bajo de trabajadores desempleados, sino también y muy especialmente “la categoría de los puestos de trabajo disponibles y los ingresos que generan”, pues no basta con que una persona pueda trabajar sino que es necesario que este trabajo sea gratificador, que satisfaga las necesidades materiales y sociales de las personas.

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