miércoles, 31 de diciembre de 2025

Un deseo: diálogo

 

No ha faltado, como así también ha sido en los últimos años, un Real decreto ley en el último Consejo de Ministros celebrado en este año que está a punto de finalizar. O, mejor dicho, corrijo inmediatamente el que he dicho, puesto que en esta ocasión han sido dos, y ambos de contenido eminentemente social, dado que regulan materias, entre otras, como las pensiones, la vivienda, y el transporte; es decir, aquellas que afectan e interesan directamente a gran parte de la ciudadanía, disponibles aquí      y aquí  

Tampoco ha faltado en Cataluña la aprobación por el Parlamento autonómico de dos normas de indudable interés social, una de carácter general y otra referido a un colectivo en particular. Me refiero a la Ley de medidas en materia de vivienda y urbanismo  (catalán   , castellano  )  y la relativa a los derechos de las personas LGTBI y la erradicación de la LGTBI-fobia  (catalán   , castellano  )

No voy a efectuar una explicación detallada de estas normas, ya que aquello que deseo ahora es destacar su carácter social.

Así, mediante el RDL 16/2025 se prorrogan medidas “para hacer frente a situaciones de vulnerabilidad social”, y se adoptan “medidas urgentes en materia tributaria y de Seguridad Social”. Por su parte, el RDL 17/2025 regula medidas de promoción del uso del transporte público “mediante la bonificación de abonos y títulos multiviaje”.

Y sí, es muy cierto que tales medidas son de mucho de interés para una gran parte de la ciudadanía. Baste pensar en el número de pensionistas existentes en España, principalmente perceptores y perceptoras de las de jubilación, tanto en la modalidad contributiva como en la no contributiva. Pensamos también en el temor de un buen número de personas (sí estas personas existen, aunque muchas veces no sean “visibles” en medios de comunicación ni en redes sociales) a ser desahuciadas de su vivienda por imposibilidad de hacer frente al pago de cantidades económicas pendientes. Y, quienes estamos acostumbrados al uso del transporte público (autobús, autocar, tranvía, metro, según cual sea el medio principal de transporte en las diferentes ciudades) sabemos la importancia que tiene el coste de cada billete, por lo cual recibimos con indudable alegría cualquier medida que afecte positivamente su mantenimiento, o reducción.

No menos importante en el ámbito autonómico catalán son las dos normas antes mencionadas. Por una parte, de la Ley de medidas en materia de vivienda y urbanismo se explica en la exposición de motivos que “para dar respuesta inmediata a necesidades temporales de alojamiento de colectivos con una especial dificultad para acceder a la vivienda, se permite la implantación del uso de alojamiento temporal de protección en parcelas y edificios de equipación comunitaria de titularidad pública en determinadas condiciones.... y también que se “... se establecen medidas para fomentar la vivienda pública protegida y otras clases de alojamiento: se garantiza la eficacia en la gestión del suelo destinado a este tipo de vivienda, se simplifica la obtención del permiso para iniciar la ejecución y la promoción, y se agilita la contratación para la redacción del proyecto y la dirección de obra”.  Respecto al colectivo LGTBI, el art. 1 de la ley muy recientemente aprobada dispone que tiene por objeto “Garantizar el derecho a la igualdad de trato y la no-discriminación por razón de la orientación sexual, la identidad de género, la expresión de género o las características sexuales”, así como también “hacer efectivo el derecho a la libre autodeterminación de la identidad y expresión de género y garantizar el respecto a la diversidad en las características sexuales de las personas, en todos los ámbitos de la vida”.

Bien, quizás me estoy llevando por esa alegría (¿real? ¿fingida?) que se nota estos días en las calles y en los domicilios, con tiendas llenas de gente, centros comerciales en los cuales es difícil andar por el gran número de personas que se encuentran de compras, o simplemente de paseo, en estos. No deja de ser ciertamente curioso que mientras esto ocurre, la percepción global de la ciudadanía sobre la situación económica y social a medio plazo, si hemos de hacer caso a la últimaencuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicada el 23 de diciembre no es precisamente positiva. Así, cuando se pregunta a las personas encuestadas cuál será la situación dentro de diez años, hay una muy amplia mayoría que afirma que se habrán incrementado las diferencias sociales y económicas (70.4), frente a un reducido 20.4 que es del parecer que todo seguirá igual, y un mucho menor 8.3 que se muestra optimista en cuanto a su reducción. No deja de ser preocupante también que casi la mitad de las personas encuestadas crean que se incrementará el racismo y la xenofobia en España (48.6), frente al 28.9 que creen que todo seguirá igual (lo cual tampoco es precisamente positivo), y solo un 21 % es del parecer que mejorará la situación. No parece asimismo que haya buenas noticias sobre el valor que cada persona concede al trabajo, ya que cerca de la mitad de quienes han respondido la encuesta (45.1) cree que las “personas realizadas o que disfrutan con el trabajo” serán menos que en la actualidad, frente a un 37.6 que opinan que no habrá cambios sobre la situación actual, y un muy reducido 16.4 que apuntan a su mejora.

Regreso a la normativa estatal recientemente aprobada por el gobierno. Quizá estoy dando por sentado que cuando estas normas sean sometidas a debate y, en su caso, convalidación, en el Congreso de los Diputados cuando retome su actividad el mes de enero, todos los grupos parlamentarios participarán del “espíritu de Navidad” aunque esta haya pasado ya unos cuántos días. ¿demasiado optimista? Seguramente, visto como está despidiendo el año cada fuerza política y sus valoraciones sobre las restantes.

Y entonces puede ser que mis amigos y amigas me digan que me estoy dejando llevar por mis sentimientos más que por la racionalidad al desear mantener ese “espíritu”, y que volveremos a las sesiones en las cuales los debates sobre los contenidos de aquellas normas brillan por su ausencia y se discute, si es que puede utilizarse este término (puede ser que me digan que la palabra más adecuada sería “chillar”), sobre quien lo hace mejor o quien lo hace peor en la vida política y social.

Pero, hay que pensar y actuar, y no solo soñar, que el diálogo es posible, y que pueden encontrarse puntos de acuerdo entre quienes, desde planteamiento diferentes, que no tienen por qué ser necesariamente contrarios en su totalidad, tienen interés en acercarse a los problemas reales de la ciudadanía y tratar de buscar soluciones, que nunca serán mágicas y que requerirán sin duda de tiempos para su efectiva aplicación, a todos, o al menos, a buena parte de ellos.

Y, dejándome llevar una vez más por la alegría contagiosa de estos días, quizás convendría recordar que la manera de abordar los problemas no es mediante soluciones típicas otras épocas, y que ahora desgraciadamente vuelven a resurgir, como son las del “ordeno y mando”, o dicho más claramente, y omito palabras de mal gusto, “porque lo mando yo”.

Es no menos cierto que cuesta mucho más dialogar que imponer, y al mismo tiempo es mucho más cierto que los resultados de apostar por la primera opción en lugar de la segunda son mucho más ventajosos para la mayor parte de la ciudadanía a medio plazo. En el ámbito laboral, aquel al que he dedicado mi vida como docente universitario, y en el que sigo comprometido ahora desde la presidencia del Consejo Económico y Social de Barcelona, creo que puedo afirmar con mucho conocimiento de causa que el diálogo social ha sido, ya  desde los primeros tiempos de la transición democrática, un elemento fortalecedor de los derechos de las personas trabajadoras y que al mismo tiempo ha contribuido a un mejor desarrollo de la actividad empresarial y a un incremento de la productividad.

Pero, otra vez un “pero”, para dialogar hace falta voluntad por parte de todas las personas, de todos los grupos sociales, implicados. Y, vaya que sí, este es un reto de primera magnitud, que obliga a quienes creemos que hay que conseguirlo tener que poner todo nuestro esfuerzo en esta obstinación.

Finalmente, formulo un deseo para 2026: que la palabra que sea elegida como la más importante de este año sea justamente la que estoy repitiendo en este artículo: diálogo. Por ilusión, no quedará, y más importante todavía, por ganas de contribuir a esto, todavía mucho menos.

Porque, uno + uno + uno.... suman muchos.

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