domingo, 15 de octubre de 2017

Más crecimiento, más empleo…y mayor desigualdad en el mundo laboral. Un reto que hay que afrontar y resolver. A propósito de diversos informes y documentos internacionales.



1. Esta semana se han hecho públicos dos informes elaborados anualmente por la Comisión Europea y la Organización Internacional del Trabajo que deben merecer la atención de todas las personas interesadas por todo aquello que ocurre en el ámbito económico y con sus repercusiones en las relaciones de trabajo. Me refiero al informesobre la evolución del mercado de trabajo y salarios en Europa, y a las Perspectivas sociales y del empleo en el mundo, dedicado en esta ocasión a “Empresasy empleos sostenibles: empresas formales y trabajo decente”.

Por otra parte, ha tenido lugar la reunión anual del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, celebrando este último una cumbre sobre el capital humano con el objetivo formalmente propuesto de comprometer a los líderes mundiales a “adoptar medidas audaces y a invertir en las personas para impulsar el crecimiento económico.”. Por su parte, a reunión del FMI ha tenido como guía de trabajo, tal como se lee en el título del discurso de inauguración pronunciado el 13 de octubre por su directora gerente Christine Lagarde, “Hacia una recuperacióncompartida por todos”. A dichas reuniones, como hace todos los años, el movimiento sindical internacional ha presentado un documento de trabajo en donde, con el título de “Políticas de las IFI para unas economías equitativas ysostenibles”, aborda cómo tratar de dar respuesta a los graves problemas existentes en una buena parte del mundo del trabajo a escala mundial, a pesar del crecimiento económico a escala global.

A estos informes, documentos y discurso, dedico esta entrada, desde la perspectiva de centrar mi atención en aquellas cuestiones que afectan más directamente al mundo laboral y que a mi parecer merecen mayor atención, no siendo por ello el título de la entrada causal, ya que apunta a la desigualdad como uno de los problemas más importante actualmente existente y que está, además, en la base de muchos de los problemas de índoles política que están acaeciendo en diversos países. Sin olvidar, que la problemática del empleo y sus cambios, con el impacto de la globalización, la tecnología y el cambio demográfico, está siendo cada vez merecedor de atención, análisis y estudio en los parlamentos nacionales, y una buena prueba de ello es el debate abierto en el Reino Unido sobre el futuro deltrabajo a partir del informe sobre prácticas modernas y buen trabajo, conocidocomo “Informe Taylor” y publicado el pasado mes de julio; e igualmente, que siguen viendo la luz pública aportaciones doctrinales de indudable relevancia al respecto, como la reciente y sugerente reflexión del profesor Cristóbal Molina Navarrete, en la RTSSS, con el título “Productividad, trabajo y pobreza:¿un trío posible pero insostenible?, o la contribución no menos interesante de la profesora Margarita Ramos Quintana, en Trabajo y Derecho, “El futuro del trabajo.  un debate global”.

2. Vayamos de lo más a lo menos, o dicho de forma más correcta e inteligible, de los ámbitos geográficos internacionales a los nacionales y pasando por el europeo.

Más crecimiento, sí, más empleo, también, y al mismo tiempo mayor desigualdad a escala mundial y en el seno del mundo del trabajo. Si quien efectúa esta reflexión es la directora gerente del FMI no parece que la realidad sea otra, o que se la pueda tildar de alarmista.

En su discurso del día 13, la Sra. Lagarde manifiesta su satisfacción por el crecimiento económico, porque abarca “al 75 % de la economía mundial”… y a partir de ahí expone su deseo de que llegue a la población que no disfruta de tales mejoras, los que corren el riesgo de quedar, o ya lo están, excluidos, en los que incluye, y cito textualmente el discurso, a “…más de 40 países emergentes y en desarrollo, que representan aproximadamente un 15% de la población mundial, y que actualmente están experimentando una disminución del ingreso per cápita”, así como también, y lo deseo destacar desde la perspectiva laboral, a “muchas personas cuyos salarios están estancados, que tienen pocas oportunidades laborales, y que se han visto desplazadas por los cambios tecnológicos, el comercio y las secuelas de la crisis financiera mundial.”.

Quizás hubiera sido deseable, aunque supongo que peco de optimista, que la Sra. Lagarde hubiera reconocido que los informes y medidas adoptadas por el FMI para muchos países no han ido precisamente en la dirección de la creación de empleo y de la mejora de las condiciones de vida para aquella parte importante de la población que lo necesitaba, pero esta autocritica no van a encontrarla en su discurso.

Las tres prioridades marcadas para el inmediato futuro son, y obsérvense la importancia de todas ellas, “dar con los fundamentos económicos adecuados; abordar de manera más decidida el problema de la desigualdad excesiva; y atender las principales inquietudes de nuestros jóvenes a fin de ayudar a garantizar excelentes perspectivas para ellos y para las futuras generaciones”.

Centrada mi atención en esta entrada en la problemática de la desigualdad, destaco que el discurso llama a abordar con decisión “el problema de la desigualdad excesiva”, término este último que sin duda merecería conocer con mayor detalle qué se entiende por ello, y al mismo tiempo abordar cuál es la razón de que la desigualdad sin adjetivos puede considerarse como beneficiosa (¿para quién?).
Brexit, Donal Trump, elecciones alemanas (y probablemente las austriacas, que se están celebrando mientras redacto esta entrada), son señales inequívocas de cómo las desigualdades económicas y sus consecuencias en los mercados laborales y en los sistemas de protección social han generado una nueva realidad política a la que hay que dar respuesta si no se quiere profundizar en el deterioro de la cohesión política, económica y social, con el incremento de la desafección de la ciudadanía hacia sus dirigentes. No es casualidad por ello, y reparo en que quien lo dice no es un “ocupaplazas”, que la Sra. Lagarde enfatice que “si bien la pobreza y la desigualdad entre países han disminuido durante la última generación, la desigualdad de ingreso y riqueza dentro de los países está en aumento. Hoy en día, alrededor de la mitad de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población que más tiene”.

La pócima mágica para resolver el problema parece que todos la tienen (tenemos), porque siempre se hace referencia a “la inversión en la gente”, incluyendo concretamente las políticas de salud, educación y formación permanente. Por ello, la duda que surge es por qué si hay acuerdo sobre las medidas a adoptar no lo hay sobre su contenido concreto. Tampoco es de extrañar, porque así lo hacen todos los informes que he tenido oportunidad de leer, que se insista en una perspectiva de género en el desarrollo económico y social, para aprovechar al máximo el capital femenino, adoptando las medidas necesarias, de ámbito económico y laboral, que permitan incrementar su presencia en los mercados de trabajo a la par que potenciar las políticas de igualdad, con derechos y deberes compartidos por hombres y mujeres.  

En fin, es importante traer a colación dos de las conclusiones del ya citado Informe Taylor, que si bien se refieren a las relaciones de trabajo en el Reino Unido son perfectamente extrapolables a otras realidades económicas y laborales: “Es esencial, tanto para los ciudadanos como para la economía, que todo el mundo tenga al alcance formas realistas de fortalecer sus perspectivas de promoción y que los trabajadores puedan -desde el comienzo hasta el final de su vida laboral- realzar las aptitudes adquiridas tanto en el trabajo como mediante la formación…. Existe una enorme relación entre la forma y el contenido del trabajo, la salud y el bienestar individual. Es necesario promover activamente la salud en el lugar de trabajo para el beneficio de empresas, trabajadores e interés público”.

3. Como ya he indicado, el sindicalismo internacional ha presentado un muy detallado documento a las reuniones anuales del FMI y BM,  en el que pide y exige a las Instituciones Financieras Internacionales (IFI) que dirijan sus políticas a “la creación de empleos de calidad, la extensión de la protección social, una transición hacia el futuro con bajas emisiones de carbono y la reducción de las desigualdades”, manifestando al mismo tiempo su preocupación, compartida sin duda a escala nacional por muchas organizaciones sindicales, por “el incremento del nacionalismo de extrema derecha en numerosos países, en parte debido a una falta de confianza en el sistema económico mundial”.

La obligación del movimiento sindical no es, desde luego, loar las bondades del crecimiento económico global, sino poner de manifiesto los problemas que siguen existiendo y a los que hay que dar respuesta, como por ejemplo, con aportación de datos de la OIT, que cerca del 43 % de personas trabajadoras en el mundo se encuentran en una situación de vulnerabilidad, y que casi un 29 % pueden ser considerados en  2017 como ”trabajadores pobres”, así como también de la realidad mucho más específica de la población migrante y refugiada, en cuanto que una integración “justa y efectiva” de la misma en el mercado de trabajo es considerada clave, con pleno acierto a mi parecer, dado el riesgo que sufren de ser “vulnerables al desempleo, a tener empleos precarios y a la exclusión social”.

A diferencia del silencio de la directora gerente del FMI, el sindicalismo internacional sí critica con dureza que muchos informes del FMI, y el más significativo sería el caso de Grecia, han promovido reformas nacionales de los mercados de trabajo que ha incrementado las políticas de austeridad y erosionado “los derechos de los trabajadores”, con disminución de la importancia de la presencia sindical y el debilitamiento de la negociación colectiva como instrumento regulador por excelencia de las condiciones de trabajo. Igualmente, las políticas de igualdad de género se consideran fundamentales para avanzar en la reducción de las desigualdades sociales, que no pueden basarse sólo, aunque sea necesario, en políticas de creación de empleo, sino también en un enfoque más global que tenga en consideración “la cuestión de los bajos salarios, trabajo precario, la economía informal y el trabajo no remunerado”.

El informe sindical pide una vez más, y ahora con renovado énfasis una vez que la desigualdad (excesiva o no) esté en el centro de la gran mayoría de los informes y debates políticos a escala internacional, que se revierta la política de desigualdad de ingresos, y que se recupere la pérdida de participación del trabajo en los ingresos nacionales, “por medio de la inversión pública e incrementos salariales coordinados”, poniendo final a la desregulación del mercado de trabajo y adoptando decisiones que potencien “el diálogo social, la negociación colectiva y las instituciones del mercado de trabajo”. Sin olvidar, que las políticas de mercado de trabajo son incompletas si no van acompañadas de otras que refuercen los mecanismos de cohesión social, como son lograr la cobertura sanitaria universal, la educación primaria y secundaria para todos, y unos sistemas globales de protección social.

Mucho por hacer todavía a escala mundial ¿no les parece?

4. El 9 de octubre, a las 20:00, era hecho público el último informe de la OIT sobre las perspectivas sociales y del empleo en el mundo, dedicado este año, como ya he apuntado, a las empresas y empleos sostenibles, a las “empresas formales y trabajo decente”, textopublicado en inglés y cuyo resumen ejecutivo se encuentra disponible en varios idiomas.

En el informe se analiza cómo han afectado a las empresas los cambios acaecidos desde el inicio de la crisis económica de 2008; es decir, cuál ha sido el impacto de un menor crecimiento económico, el menor desarrollo del comercio en las cadenas mundiales de suministro, la disminución de la calidad del empleo en numerosas ocasiones, el cambio tecnológico y las políticas de innovación. Tal como puede leerse en el texto, “en el informe se analizan las consecuencias de estos acontecimientos sobre el rendimiento empresarial y las dinámicas laborales, al mismo tiempo que se presentan maneras en que las políticas destinadas a apoyar a las empresas y el entorno en el que operan podrían ayudar a crear más y mejores empleos y, de esta manera, lograr un crecimiento inclusivo y sostenible”.

Los documentos de las OIT son especialmente importantes, lo he destacado en muchas ocasiones, porque aportan datos a escala mundial que difícilmente serían obtenibles por otras vías. En esta ocasión, sirva señalar que en 2017 hay más de 201 millones de trabajadores en situación de desempleo, “un incremento de 3,4 millones desde 2016”, que casi un tercio de los trabajadores a escala mundial siguen viviendo en condiciones de pobreza extrema o moderada, y que la vulnerabilidad de los empleos aumenta cada año en 11 millones y por consiguiente también el número de trabajadores afectados, con lo que todo ello conlleva de adoptar medidas correctoras, ya que todos ellos “tienen menos probabilidades de encontrar empleo seguros con ingresos regulares y de tener acceso a la protección social”.

De ahí, la importancia, igualmente, de potenciar la creación de empresas formales y sostenibles, en donde el trabajo decente sea una realidad, a la par que disminuir el grado de informalidad empresarial y sus secuelas en las relaciones de trabajo, prestando especial atención a la consolidación y fortalecimiento de las pequeñas y medianas empresas, ya que son las que han contribuido a un mayor crecimiento del empleo, mientras que las de gran dimensión lo han hecho en mucha menor medida; si bien, se aporta otro dato de relevancia sobre los problemas de las pymes, cual es que en los países en desarrollo y emergentes la dinámica de la creación de empleo a tiempo completo se ha debilitado durante la crisis, dato que para los autores del informe sugiere que en ambos, y en mayor medida en los segundos, “muchas pymes surgen por necesidad, lo cual quiere decir que su primer objetivo es sobrevivir y no necesariamente expandirse”.

El informe aporta el importante dato de que el sector privado ocupa en todo el mundo a 2.800 millones de personas (datos de 2016), incluyendo tanto las empresas informales como las formales, si bien inmediatamente añade que las empresas formales “emplean a más de la mitad de la mano de obra y con sueldo”. Son objeto de atención diversos factores que afectan de manera específica al desarrollo empresarial en cada país y que demuestra la importancia de tenerlos bien presente y de adoptar las medidas necesarias para su buen funcionamiento, como por ejemplo las instituciones del mercado de trabajo, el tamaño del mercado y la disponibilidad de financiación, sin olvidar otros que inciden a escala internacional sobre todo el entramado empresarial, como son el acceso al comercio y las cadenas mundiales de suministro.

Más preocupante me parece el dato, relativo a condiciones laborales, que todavía chirríe el ejercicio del derecho de libertad sindical en muchos países en los que las cadenas mundiales de suministro tienen una relevancia especial, y que la vigilancia de las normas laborales internacionales sea todavía una asignatura pendiente en muchos casos, a pesar de los avances ya realizados.    

En definitiva, concluye el informe, “Un enfoque exhaustivo que aborde las barreras sistémicas que caracterizan el entorno empresarial actual puede ayudar a las empresas a organizarse en una manera que sea positiva para todos (a saber, una manera que lleve al mejoramiento de las condiciones de empresas y trabajadores). Este enfoque podría fomentar el crecimiento de empresas sostenibles y, por lo mismo, el crecimiento inclusivo y resultados en materia de trabajo decente”.

 5. Quedémonos ahora en el ámbito territorial de la Unión Europea, con el informe 2017 sobre la evolución del mercado detrabajo y salarios, que según la nota de prensa de presentación “analiza el mercado laboral desde una perspectiva macroeconómica. Analiza la evolución reciente del empleo y los salarios en la zona del euro y en el conjunto de la Unión, en comparación con la de sus socios comerciales en todo el mundo”.

Los resultados han sido valorados de forma muy positiva por la comisaria de empleo, asuntos sociales, capacidades y movilidad laboral, Marianne Thyssen, por aportar unos datos globales que demuestran que el número de personas trabajadoras (235 millones) es superior al de la etapa anterior a la crisis (me pregunto si se ha tomado en consideración la cantidad de horas trabajadas por cada persona trabajadora) y que el porcentaje de desempleo (7,6 %) está cercano al de aquel momento histórico, habiéndose reducido sensiblemente los elevados niveles alcanzados hasta 2012. En cuanto a las modalidades de trabajo “flexibles” (una buena pregunta sería para quien existe realmente tal flexibilidad) el informe es muy optimista, así me lo parece, al sostener que han aportado beneficios para las dos partes de la relación de trabajo, si bien sí reconoce que “en algunos casos” (¿algunos o muchos? me pregunto) “ha creado una brecha entre trabajadores con diversos tipos de contratos: la temporalidad y el trabajo por cuenta propia conllevan menos protección”.

En efecto, hay datos positivos en el mercado laboral a escala europea cuando se analiza con detalle toda la ampliación información y documentación disponible en el informe, como son los ya indicados crecimiento del número de personas ocupadas, la reducción del desempleo y la disminución del número de personas desempleadas de larga duración (que ha caído al 4 %, con reducción de 1,5  puntos sobre los datos de 2008), y no menos relevante, obviamente relacionado con el primero, es el incremento de la tasa de participación en el mercado de trabajo, que alcanza el 73 % en el primer trimestre de 2017, y en el que el incremento de la presencia de mujeres y de trabajadores de mayor edad ha supuesto un factor de primera magnitud.

¿Qué hay que poner en el debe, en el otro platillo de la balanza? La infrautilización de una buena parte del capital humano disponible, tanto por el elevado porcentaje de trabajo a tiempo parcial involuntario en muchos países (España se encuentra entre las primeras posiciones), como por el número de personas desanimadas ante las dificultades que tienen (por capacidades, conocimientos, habilidades, edad…) para acceder o reincorporarse al mercado laboral, algo que pone de manifiesto que la mejora de la situación económica no va de la mano en el tiempo con la del empleo, y que son necesarias medidas de apoyo para mejorar la situación tanto de quienes desean trabajar más horas como de la de aquellos que podrían incorporarse al mercado laboral si dispusieran de las posibilidades reales para ello.

No descubre nada nuevo el documento cuando pone de manifiesto que la situación de los trabajadores con contratos temporales, por cuenta propia o a tiempo parcial involuntario, puede ser negativa en términos de eficiencia económica y de equidad, y que los mercados segmentados de trabajo conllevan una débil inversión en capital humano, un bajo crecimiento de la productividad, y bajos salarios, con su impacto a escala global sobre una mayor volatilidad de los niveles de consumo. La cuestión a debate es nuevamente qué medidas hay que adoptar para corregir tal situación, en donde, como ya he escrito en numerosas ocasiones, divergen las tesis.

Mayor crecimiento sí, más empleo sí.., y mayor desigualdad también. Al menos, eso es lo que se deduce de los datos disponibles en el informe, por lo que respecta a los niveles salariales en más de la mitad de los países de la UE, aunque por el contrario en otros las políticas fiscales puestas en marcha durante la crisis contribuyeron a su reducción, algo que demuestra que las políticas de austeridad no han servido para mejorar la situación de buena parte de la población trabajadora.

Es agradable observar, aunque como se dice coloquialmente “del dicho al hecho hay un trecho”, la valoración positiva que el informe efectúa del diálogo social como elemento “imprescindible” para el desarrollo, apropiación y puesta en práctica “de una agenda creíble de reforma económica”, con la necesidad de coordinar las políticas económicas y sociales. No creo, desde luego, que el movimiento sindical sea reticente al diálogo propuesto, y está por ver cuál será la reacción del movimiento empresarial europeo.   

6. En definitiva, y voy concluyendo, una realidad económica y social con algunas luces y muchos clarosocuros, como se comprueba en los documentos e informes analizados en esta entrada. Los beneficios de la recuperación económica siguen distribuyéndose muy desigualmente, y el riesgo de nuevas recesiones y de regresividad de las condiciones laborales es algo que no puede en modo alguno descartarse.

Por ello, es necesario pensar tanto a escala internacional como europea y de cada Estado cómo abordar las medidas necesarias para evitar que ello se produzca, algo que pasa necesariamente a mi entender por políticas redistributivas que permitan mejorar las condiciones, tanto laborales como de protección social, de la mayor parte de la población.

Y refiriéndonos en concreto a España, no cabe sino estar de acuerdo con el profesor CristóbalMolina cuando afirma que “si se quiere aprender realmente alguna lección del pasado para el futuro es la de anticipar esos riesgos, incluyendo reformas realmente estructurales, pero no al estilo tradicional – mayor liberalización del mercado de trabajo – sino que asegure un crecimiento económico suficientemente distributivo”.
Buena lectura. +

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