Esta tarde se ha
celebrado en una completamente repleta sala de actos de la Facultad de Derechode la UAB la solemne ceremonia de graduación de los licenciados y licenciadas
de la promoción 2008-2014 de la doble
Licenciatura en Derecho y Administración de Empresas de la Universidad Autónoma
de Barcelona. Ha sido un acto realmente emotivo y en el que la ilusión de
quienes recibían hoy su diploma corría pareja con la de todos los familiares
que han asistido al acto. Desde luego, creo que muy pocas personas del público
asistente se han quedado sin hacer fotos y vídeos
La
representación estudiantil de la promoción me propuso participar en el acto,
propuesta que inmediatamente acepté porque conozco la importancia que para las
personas que han estudiado durante seis años dos licenciaturas tenía la
participación de un profesor que les impartió docencia. Pongo ahora a
disposición de los lectores y lectoras del blog el texto de mi intervención y
reitero nuevamente mi agradecimiento a quienes me han permitido participar en
un acto agradable y festivo, y en el que hoy primaba, por encima de todo, la
ilusión por los resultados obtenidos. El futuro, a partir de mañana.
“Ilustrísima Sra Decana, Ilustrísimo Sr. Decano.
Estimados licenciados
y licenciadas.
Familiares y
demás personas allegadas a los miembros de la promoción que hoy celebra su acto
de graduación.
Buenas tardes.
Hoy es día feliz, muy feliz para todos los aquí presentes. Hoy se gradúan
estudiantes con los que compartí un curso de mi actividad docente, y es un
motivo de satisfacción personal. Hoy dichos estudiantes ven el resultado favorable
de todo su esfuerzo durante seis años de estudio, y es un motivo de
satisfacción para todos. Hoy, sus familias comprueban que el tiempo, interés y
recursos dedicados a la preparación de sus hijos han obtenido un resultado
favorable, y es sin duda también un motivo, un gran motivo de alegría.
Agradezco muy
sinceramente la invitación cursada por la representación estudiantil, y ahora
la concreto en quién me remitió dicha invitación, a participar en este acto y
pronunciar unas breves palabras, la Sra. Cristina Santamaría Abelló. Les
prometo que no les voy a plantear ningún caso práctico, actividad educativa que
a buen seguro recordarán por la cantidad de horas dedicadas, y bien
aprovechadas, para prepararlos, discutirlos en equipo (trabajo en equipo, un
eje central que debería serlo de todas las actividades formativas) y finalmente
resolverlos, y que espero que les hayan sido de utilidad para su ya inmediata
vida profesional, y que su paso por la Sala de Vistas de la Facultad de Derecho
les haya servido para perder el respeto o miedo a las exposiciones orales ante
el público. Por cierto, Sra. Decana, ¿qué haremos ahora con la Sala de Vistas
cuando las pruebas de acceso a la profesión de abogado vuelven al “examen
clásico tipo test” y olvidan aquello que debería ser el eje central de la
profesión, y de toda actividad jurídica en general, que es saber hablar,
exponer, argumentar, debatir, criticar, etc., en público?
Me preguntaba
hace unos días qué podía decir hoy en
este magnífico auditorio y ante tantas personas hoy contentas y satisfechas con
la finalización de “unos” estudios, y subrayo de sólo “unos” porque van a
seguir estudiando, y espero que aprendiendo, a lo largo de toda su vida. Me
hacía esa pregunta cuando la pasada semana jugaba intensamente con mis nietos
(vilanovins y suizos casi a partes iguales, y en poco tiempo británicos por el
lugar de residencia) de 8 y 4 años, Jaume y Esteve, a la par que reflexionaba
sobre el papel fundamental de los abuelos en las sociedades del Sur de Europa,
mientras estaba preocupado porque el pequeño no se diera ningún golpe, más allá
de los “normales”, que debiera merecer una explicación ante el “riguroso tribunal”
constituido por sus padres, y también pensaba sobre los cambios en los modelos
sociales y el reparto de responsabilidades de cuidados de los miembros de las
unidades familiares.
Y mientras me
hacia esa pregunta también estaba viendo los programas de televisión de niños,
las series de las que alimentan la mayor parte de sus juegos, con preocupación
por los anuncios que les invitan permanentemente a comprar y consumir, y con
idéntica preocupación porque en 2014 hemos retrocedido, y mucho, en una de las
grandes conquistas sociales de hace ya varios años, el proceso de igualdad
entre hombres y mujeres si hemos de hacer caso a la “representación” de cada
sexo que se proyecta tras gran parte de dichos anuncios y de algunas series de
dibujos.
Me hacía la
misma pregunta esta mañana, cuando veía a mi nieta australiana, Carla, por
Skipe, ya a punto de decir sus primeras palabras tras un año de vida y que
provoca la preocupación de sus padres por… no comer todo lo que ellos quieren,
un gran problema para padres primerizos ¿verdad?
Y aprovecho esta
reflexión para bendecir aquello que el cambio tecnológico ha posibilitado, como
es estar en contacto, con pérdida del concepto de distancia, con familiares que
se encuentran a más de 17.000 kilómetros de distancia y 27-28 horas, como
mínimo, de viaje. Y también me preguntaba, como hago desde hace mucho tiempo,
por el uso de las posibilidades tecnológicas para la mejora del proceso de
aprendizaje, no haciendo de ellas la piedra filosofal que ayude a solucionar
todos los problemas de la vida universitaria, pero ciertamente dándoles un
valor relevante para dicha mejora, que me gustaría que fuera compartida por
toda la comunidad del profesorado universitario pero que, permítanme que lo
diga de forma prudente y educada, no creo que sea una tesis compartida por toda
ella, al menos en el ámbito jurídico.
Ya pueden
comprobar, después de lo que les acabo de explicar, que quien les está hablando tiene “el corazón
partido”: de una parte, su vida profesional como profesor universitario, la que
conocen quienes han compartido conmigo la vida académica durante un año, y que
sin duda me gustaría que conocieran más si realizan alguna actividad de
postgrado en la que participo; de otra, la faceta de padre y abuelo. De la
primera, no soy quien para juzgarme, ya que ello corresponde en unos casos a la
propia comunidad universitaria y sus tribunales y comisiones evaluadoras
varias, pero de la segunda sí que puedo decirles que me siento orgulloso, muy
en especial por haber inculcado en mis dos hijos, Juan y Nacho, los valores de
esfuerzo, responsabilidad, solidaridad y
autonomía, y que ahora espero y deseo (estoy seguro de ello) que ellos
trasmitirán a mis nietos.
Y les tiene que
hablar, porque para eso estoy aquí, y por ello me han invitado, el profesor
universitario que ya ha entrado en la década de los sesenta (años, no musical
aunque les confieso que escucho muy frecuente la emisora de los cuarenta
principales) y que espera seguir “dando guerra” unos años más, eso sí, Sra.
Decana, si la carga de trabajo cada vez mayor del profesorado estable en
nuestra Universidad puede ser soportada por una persona de mi edad.
Pues les digo lo
siguiente: muchas gracias a todos los estudiantes que hoy están, estáis, aquí.
Fuisteis un grupo estupendo, tanto en el terreno estrictamente académico como
en las relaciones personales, y desde luego merece una simbólica matrícula de
honor la actuación como representante de todo el colectivo de su delegado el
Sr. Eduard Vila, y por ello es de justicia hacer este reconocimiento y
felicitación. Pero no voy a negar a todas las personas asistentes que tuve
serios “problemas” con el grupo, al igual que lo he tenido con todos los cursos
de la doble licenciatura que he impartido en la UAB desde mi incorporación a
esta Universidad en el curso 2007-2008: tener que decidir entre varios muy
brillantes expedientes académicos para otorgar la máxima calificación de
matrícula de honor. ¡Ojala todos los problemas universitarios fueran de este
tenor, verdad?
Reconozco que he
sido en cierta medida un privilegiado durante estos años porque buena parte de
mi carga docente se lleva a cabo y desarrolla con alumnos y alumnas de una
cualificada preparación académica, y que es una lástima que la normativa
académica sobre la concesión de la máxima calificación no me haya permitido en
más de una ocasión, y les aseguro que en el curso académico recién terminado me
ha provocado más de un quebradero de cabeza, conceder ese premio al trabajo
desarrollado durante un año a todas las personas que así lo merecían.
Hoy, en este
acto cargado de simbolismo por lo que representa para la comunidad universitaria
y para los miembros de sus familias, y amigos que han querido compartir este
momento de felicidad, damos por finalizada una pequeña parte de la vida, la de
los estudios reglados cuya superación otorga el derecho a obtener un título que
habilita para actuar en el mercado, un
mercado muy imperfecto y con muchas grietas en cuanto a la pretendida
igualdad que debería predicarse en su conformación y puesta en práctica, pero
sería pretencioso, y al mismo tiempo muy arriesgado, hablar de ello ahora ante
cualificados representantes de la Facultad de Economía. Pero, insisto, no van a
dejar de estudiar, porque el proceso de aprendizaje es parte fundamental de
nuestro desarrollo, y mucho más en el ámbito jurídico, y qué les voy a decir
del ámbito jurídico-laboral que no les dijera (y ahora volvería repetirlo) el
pasado curso, donde la velocidad de los cambios van a ritmo de Fórmula 1, y
preferentemente con Mercedes.
Déjenme que les
diga una perogrullada: son Uds. mayores de edad con capacidad jurídica plena.
Por consiguiente, pocos consejos puedo darles, o mejor dicho sí se los puedo
dar pero seguro que no me harán caso. Pero, ¿qué sería de un acto como el que
hoy celebramos si un profesor sexagenario no diera algún consejo a jóvenes, muy
preparados, que inician su vida profesional? Pues son muy sencillos: tengan una
mirada abierta del mundo (eso sí, profundamente desigual e injusto) que les
rodea, y contribuyan con su trabajo a cambiarlo, a mejorarlo. Sean propositivos
y no reactivos, no tengan miedo a defender sus ideas, o a equivocarse cuando
participen en sus actividades profesionales o preparen documentos de trabajo,
porque después de la primera, segunda,.. equivocación llega el primer, segundo…
acierto. No crean que por cambiar de vestimenta (informal en la Universidad,
mucho más formal en la vida profesional) han de cambiar necesariamente su forma
de entender la vida. Y un consejo dirigido a los padres (aquí vuelve otra vez
mi faz familiar): dejen volar a sus hijos, déjenles que acierten o se
equivoquen ellos mismos, y que después rectifiquen si es necesario, porque
estoy seguro de que a largo plazo se lo agradecerán.
Caramba,
profesor Rojo, me dirá algún hoy ya exalumno, no nos ha “soltado” ningún
discurso sobre qué el derecho del trabajo, que es el contrato de trabajo, “ese
título jurídico que legitima la situación de desigualdad jurídica y económica
de la parte trabajadora frente a la parte empleadora”, ni nos ha criticado ese
desprecio que una parte, importante, del mundo económico, el más influyente,
tiene sobre las normas laborales por considerarlas una rémora, un obstáculo
para la mejora económica y el crecimiento de la productividad, cuando la
realidad del día a día demuestra que las empresas que mejor operan en los
mercados son aquellas que tienen una relaciones laborales solidas y asentadas
en buenas relaciones jurídicas y en donde se valora la profesionalidad y todos
los saberes de las personas (trabajadoras, capital humano, póngales el nombre
que quieran) que forman parte de las mismas. Pues no, hoy no tocaba, salvo esta
pequeña “reflexión”, porque ya lo hice hace un año y estoy seguro de que
todavía no han olvidado mis explicaciones. Y si se han olvidado, les remito a
mi blog y a mis intervenciones en las redes sociales, herramientas de trabajo
del siglo XXI y necesarias de todo punto para todas las personas, incluido el
profesorado universitario que no vive aislado de la realidad y en su torre de
marfil.
Humildemente me
ofrezco, si necesitan ayuda o consejo, a seguir siendo su profesor, y ya saben
dónde encontrarme. No hay cosa que más me guste que alumnos y alumnas que tuve
hace diez o quince años se acuerden de su antiguo profesor cuando son ya
juristas y economistas de prestigio.
Muchas
felicidades de todo corazón, y recuerden, hoy y siempre a Antonio Machado: caminante, son tus huellas el camino
y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace
el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver
a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar”.
Muchas gracias.
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