No ha faltado, como así también ha sido en los últimos años, un Real decreto ley en el último Consejo de Ministros celebrado en este año que está a punto de finalizar. O, mejor dicho, corrijo inmediatamente el que he dicho, puesto que en esta ocasión han sido dos, y ambos de contenido eminentemente social, dado que regulan materias, entre otras, como las pensiones, la vivienda, y el transporte; es decir, aquellas que afectan e interesan directamente a gran parte de la ciudadanía, disponibles aquí y aquí
Tampoco ha faltado en
Cataluña la aprobación por el Parlamento autonómico de dos normas de indudable
interés social, una de carácter general y otra referido a un colectivo en
particular. Me refiero a la Ley de medidas en materia de vivienda y urbanismo (catalán
, castellano ) y la
relativa a los derechos de las personas LGTBI y la erradicación de la
LGTBI-fobia (catalán , castellano )
No voy a efectuar una explicación
detallada de estas normas, ya que aquello que deseo ahora es destacar su
carácter social.
Así, mediante el RDL
16/2025 se prorrogan medidas “para hacer frente a situaciones de vulnerabilidad
social”, y se adoptan “medidas urgentes en materia tributaria y de Seguridad
Social”. Por su parte, el RDL 17/2025 regula medidas de promoción del uso del
transporte público “mediante la bonificación de abonos y títulos multiviaje”.
Y sí, es muy cierto que
tales medidas son de mucho de interés para una gran parte de la ciudadanía.
Baste pensar en el número de pensionistas existentes en España, principalmente
perceptores y perceptoras de las de jubilación, tanto en la modalidad contributiva
como en la no contributiva. Pensamos también en el temor de un buen número de
personas (sí estas personas existen, aunque muchas veces no sean “visibles” en
medios de comunicación ni en redes sociales) a ser desahuciadas de su vivienda
por imposibilidad de hacer frente al pago de cantidades económicas pendientes.
Y, quienes estamos acostumbrados al uso del transporte público (autobús, autocar,
tranvía, metro, según cual sea el medio principal de transporte en las
diferentes ciudades) sabemos la importancia que tiene el coste de cada billete,
por lo cual recibimos con indudable alegría cualquier medida que afecte
positivamente su mantenimiento, o reducción.
No menos importante en el
ámbito autonómico catalán son las dos normas antes mencionadas. Por una parte, de
la Ley de medidas en materia de vivienda y urbanismo se explica en la
exposición de motivos que “para dar respuesta inmediata a necesidades
temporales de alojamiento de colectivos con una especial dificultad para
acceder a la vivienda, se permite la implantación del uso de alojamiento
temporal de protección en parcelas y edificios de equipación comunitaria de
titularidad pública en determinadas condiciones.... y también que se “... se
establecen medidas para fomentar la vivienda pública protegida y otras clases
de alojamiento: se garantiza la eficacia en la gestión del suelo destinado a
este tipo de vivienda, se simplifica la obtención del permiso para iniciar la
ejecución y la promoción, y se agilita la contratación para la redacción del
proyecto y la dirección de obra”.
Respecto al colectivo LGTBI, el art. 1 de la ley muy recientemente
aprobada dispone que tiene por objeto “Garantizar el derecho a la igualdad de
trato y la no-discriminación por razón de la orientación sexual, la identidad
de género, la expresión de género o las características sexuales”, así como
también “hacer efectivo el derecho a la libre autodeterminación de la identidad
y expresión de género y garantizar el respecto a la diversidad en las
características sexuales de las personas, en todos los ámbitos de la vida”.
Bien, quizás me estoy
llevando por esa alegría (¿real? ¿fingida?) que se nota estos días en las
calles y en los domicilios, con tiendas llenas de gente, centros comerciales en
los cuales es difícil andar por el gran número de personas que se encuentran de
compras, o simplemente de paseo, en estos. No deja de ser ciertamente curioso
que mientras esto ocurre, la percepción global de la ciudadanía sobre la
situación económica y social a medio plazo, si hemos de hacer caso a la últimaencuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicada el 23 de
diciembre no
es precisamente positiva. Así, cuando se pregunta a las personas encuestadas
cuál será la situación dentro de diez años, hay una muy amplia mayoría que
afirma que se habrán incrementado las diferencias sociales y económicas (70.4),
frente a un reducido 20.4 que es del parecer que todo seguirá igual, y un mucho
menor 8.3 que se muestra optimista en cuanto a su reducción. No deja de ser
preocupante también que casi la mitad de las personas encuestadas crean que se
incrementará el racismo y la xenofobia en España (48.6), frente al 28.9 que
creen que todo seguirá igual (lo cual tampoco es precisamente positivo), y solo
un 21 % es del parecer que mejorará la situación. No parece asimismo que haya
buenas noticias sobre el valor que cada persona concede al trabajo, ya que
cerca de la mitad de quienes han respondido la encuesta (45.1) cree que las
“personas realizadas o que disfrutan con el trabajo” serán menos que en la
actualidad, frente a un 37.6 que opinan que no habrá cambios sobre la situación
actual, y un muy reducido 16.4 que apuntan a su mejora.
Regreso a la normativa
estatal recientemente aprobada por el gobierno. Quizá estoy dando por sentado
que cuando estas normas sean sometidas a debate y, en su caso, convalidación,
en el Congreso de los Diputados cuando retome su actividad el mes de enero,
todos los grupos parlamentarios participarán del “espíritu de Navidad” aunque
esta haya pasado ya unos cuántos días. ¿demasiado optimista? Seguramente, visto
como está despidiendo el año cada fuerza política y sus valoraciones sobre las
restantes.
Y entonces puede ser que mis
amigos y amigas me digan que me estoy dejando llevar por mis sentimientos más
que por la racionalidad al desear mantener ese “espíritu”, y que volveremos a
las sesiones en las cuales los debates sobre los contenidos de aquellas normas
brillan por su ausencia y se discute, si es que puede utilizarse este término
(puede ser que me digan que la palabra más adecuada sería “chillar”), sobre
quien lo hace mejor o quien lo hace peor en la vida política y social.
Pero, hay que pensar y
actuar, y no solo soñar, que el diálogo es posible, y que pueden encontrarse
puntos de acuerdo entre quienes, desde planteamiento diferentes, que no tienen
por qué ser necesariamente contrarios en su totalidad, tienen interés en acercarse
a los problemas reales de la ciudadanía y tratar de buscar soluciones, que
nunca serán mágicas y que requerirán sin duda de tiempos para su efectiva
aplicación, a todos, o al menos, a buena parte de ellos.
Y, dejándome llevar una
vez más por la alegría contagiosa de estos días, quizás convendría recordar que
la manera de abordar los problemas no es mediante soluciones típicas otras
épocas, y que ahora desgraciadamente vuelven a resurgir, como son las del “ordeno
y mando”, o dicho más claramente, y omito palabras de mal gusto, “porque lo
mando yo”.
Es no menos cierto que cuesta
mucho más dialogar que imponer, y al mismo tiempo es mucho más cierto que los
resultados de apostar por la primera opción en lugar de la segunda son mucho
más ventajosos para la mayor parte de la ciudadanía a medio plazo. En el ámbito
laboral, aquel al que he dedicado mi vida como docente universitario, y en el
que sigo comprometido ahora desde la presidencia del Consejo Económico y Social
de Barcelona, creo que puedo afirmar con mucho conocimiento de causa que el
diálogo social ha sido, ya desde los
primeros tiempos de la transición democrática, un elemento fortalecedor de los
derechos de las personas trabajadoras y que al mismo tiempo ha contribuido a un
mejor desarrollo de la actividad empresarial y a un incremento de la
productividad.
Pero, otra vez un “pero”,
para dialogar hace falta voluntad por parte de todas las personas, de todos los
grupos sociales, implicados. Y, vaya que sí, este es un reto de primera magnitud,
que obliga a quienes creemos que hay que conseguirlo tener que poner todo
nuestro esfuerzo en esta obstinación.
Finalmente, formulo un
deseo para 2026: que la palabra que sea elegida como la más importante de este
año sea justamente la que estoy repitiendo en este artículo: diálogo. Por
ilusión, no quedará, y más importante todavía, por ganas de contribuir a esto,
todavía mucho menos.
Porque, uno + uno +
uno.... suman muchos.